Incomparable

XVI. EL FAVOR DE MI AMO

—¿Sabes qué? ¡Eres un maldito desgraciado, Oscar! ¡Lo eres y lo serás! —Mi humano lanzó su curioso rectángulo que tenía cerca de su oído contra la cama, gruñendo. Luego se sentó en el borde de ésta y se cubrió el rostro con las manos, profiriendo cualquier cantidad de palabrotas que no entendía su significado pero, por alguna razón, sabía que no era nada buenas.

Jamás había visto a mi amo tan enojado por ese tal Oscar. Siempre lo supe, pero ¿cómo decírselo a mi humano si no me iba a entender? Al parecer, había ocurrido algo más después del repentino desenlace en aquel recóndito pasillo de las gradas después de que Clay yo ladráramos, para ver a ese tal Oscar huir despavorido. 

—No puede ser —había murmurado mi humano, retrocediendo de Derek y apestando a sudor y ese aroma que expele solo cuando quiere copular. Esta vez se mezclaba con algo fuerte: miedo. Había palidecido y sus ojos se volvieron grandes y blancos como platos—. No. No. N. No.

—Clay, vente. —Clay se acercó a su amo obediente y yo hice lo mismo con el mío, meneando la cola para alegrarlo y decirle que ahora estaba a salvo conmigo. 

No había funcionado. 

Derek puso una mano en el hombro a mi amo, quien se apoyó del muro que separaba el estrecho pasillo de las últimas hileras de las gradas, con el resto que se abría paso debajo. 

—Hey, no te preocupes. Ya pasó. —Derek intentaba sonar tranquilo, pero empeoraba la situación. Mi amo sacudió la cabeza y palideció al tal punto que pensé que se iba a desmayar. 

—No. No lo entiendes…

—Claro que lo entiendo. Por favor, Enrique, es siglo veintiuno y ya hay jugadores de fútbol gay en los equipos más grandiosos…

—¡No es eso, Derek! —bramó mi humano, zarandeándose la mano de Derek de su hombro—. No me importa jugar. Sé lo que Oscar hará: me chantajeará con decirle a mis padres que estuve besando a otro hombre. —Se volvió hacia el muchacho, quien enarcó las cejas—. Ellos no saben que soy gay. Ellos no saben absolutamente nada.

—Viejo, en esa no te puedo ayudar. —Puso los brazos en jarra—. ¿Y si hablas con Oscar a ver qué te dice? 

Con un suspiro, sentía lo mismo que mi amo: que algo inmenso caía sobre sus hombros, algo tan pero tan grande que ni él mismo podía ser capaz de sostenerlo por mucho tiempo.

—Conozco a Oscar. Es un maldito hijo de… —Cerró la mano en un puño y lo estampó contra la pared, para emitir un gruñido y una sarta de insultos por lo bajo, sacudiendo la mano.

Derek se acercó y le agarró la mano lastimada entre las suyas, acariciándola de tal manera que mi amo se calmó. Al menos ese humano hacía algo que yo no sería capaz de hacer.

—Cálmate, ¿okay? No es el fin del mundo…, bueno, no es el fin del mundo literalmente hablando.

—No hables como si fuéramos novios —rezongó mi amo—. Apenas nos conocemos.

—¿No quieres que sea cariñoso contigo? A ver, ¿no me digas que prefieres que te lleve a mi cuarto rojo del placer y te dé unos cuantos latigazos por golpear una indefensa pared, además de actuar como idiota? —Derek ensanchó una sonrisa justo cuando mi humano resopló, sonriendo también.

—Ya basta —dijo mi amo con tono de broma, apartando la mano de las de Derek. 

Pero ese tal Derek no se quedaría así no más, sino que puso su mano en el costado del rostro de mi amo para que lo mirara directo a los ojos.

—Habla con Oscar y aclara tus cosas con él. No sé si es tu novio o algo por el estilo…

—Es solo un idiota que tiene novia y le gusta darme por el culo. Vaya tontería.

—No es una tontería. —Derek meneó la cabeza—. Hablando se entiende la gente. Inténtalo y me comentas qué te dijo, ¿okay?  

Con un leve asentimiento, mi amo había alzado la mirada hacia Derek.

—¿Son así de civilizados en Metasio? —preguntó con ironía, ganándose un empujón de broma que siguió con unos cuantos besos en sus bocas.

¿Qué tendrían en sus bocas que buscan tanto? No lo sabía y tampoco se lo preguntaría a Clay; ya era bastante vergonzoso y cachondísimo ver a dos humanos besándose. Sin embargo, me frustraba que Derek no estuviera allí con mi amo otra vez para consolarlo. No lloraba, pero no había sonrisa ni risas a los cuales alegrarme y saber que estaba bien. Me apoyé sobre mis patas traseras y di un brinquito para poner mis patas delanteras cerca de sus piernas. Emití un gemido y le lamí el brazo. Enseguida, me rodeó con éste en un abrazo, acariciándome.

   —Sé que tú sí me quieres, ¿verdad, Simba-Simba?

Seguí lamiéndolo para decirle que sí. La voz de la ama de mi amo no tardó en hacerse escuchar. Bajamos a la cena en la cual se llevó a cabo como todas las cenas de humanos: comiendo y hablando. A veces no prestaba mucha atención a lo que decían, ya que era aburrido. Los amos de mi amo decían cosas como de que iban a hacer una guardia toda una noche, luego cambiaron a cómo le fue a mi amo en la práctica de fútbol, seguido de la pregunta que hizo que mí humano vacilara —¿Estabas discutiendo con Oscar por teléfono de casualidad? Creí escuchar…—, a lo que mi amo interrumpió y dijo que sí porque habían hecho un mal cálculo en un tal proyecto de ciencias.

¡Qué mentiroso! Hasta podía oler la mentira que estaba diciendo. Bueno, al fin y al cabo sus amos no sospecharon de nada hasta que deslizó el plato por debajo de la mesa, lo inclinó un poco y dejó caer unas sobras al piso. ¡Qué delicioso era! La carne no sabía a carne, sino una mezcla de sabores indescriptible. Y había algo más… Hummm… ¿Cómo fue que la ama de mi amo llamó a esta comida? ¿Pasticho? Porque a pesar de que la carne sabía bien, había algo pastoso que me costó morder y luego tragar. Aun así, sabía rico. 




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