Jamie
Ayer fue un desastre. ¡No puedo creer que estuve dentro de una patrulla!
Sacudí la cabeza con el afán de apartar mi cabello del rostro, el viento estaba soplando más fuerte de lo normal por las calles de la ciudad. Y aunque ya estuviera acostumbrada a rollar sola, más valía que me concentrara o un auto terminaría por arrollarme y nadie quería eso... ¿No?
Los sonidos a mi alrededor eran algo molestos, sin embargo caminaba velozmente, maldiciendo mentalmente a Asher por enésima vez, ¡es un idiota! Aunque al final había conseguido que no hicieramos trabajo comunitario, es lo único por lo que le rindo atributos.
Maldito orgulloso.
—¡¿Estás diciendo que ayer casi te arrestan?! —cuestionó Marcus por enésima vez. Suspiré.
De nuevo estábamos hablando por un tonto teléfono, ¿pero cómo obligarlo a que regrese de San Diego? Su padre estuvo planeando su viaje familiar por un largo rato, así que debía conformarme con eso. Juro que sería capaz de enviarme por correo hasta allá para verlo, y eso que yo no me considero alguien 'cursi'.
—Que sí, pero al final no tuvimos ningún castigo —aseguré—, excepto tener que ir a Jerry's, no quería volver a ese lugar.
Fingí un escalofrío mientras él soltaba una queja del otro lado de la línea. No le he contado la historia completa, pero sabe que pasó de ser un lugar completamente colorido y agradable en sus días dorados, a un almacén abandonado. Tétrico.
—Debiste quedarte en casa ayer —reprochó. Sinceramente, le dí la razón— y no colgar y desaparecerte así.
—Perdón, la policía no me dejó hablar por teléfono —y era cierto, cuando llegué a casa, nana me abrazó con los ojos llenos de lágrimas y finalmente me regañó con una expresión furiosa. Fue extraño y algo melodramático, ni siquiera llegamos tan tarde.
—¿Entonces aceptaste?
—Sí, hasta a mis padres les avisaron. Respondieron al Capitán diciendo que estaría en el restaurante a las cinco de la tarde como acordaron, a ver si pegada a la policía se me quitaba lo rebelde —enblanquecí los ojos al recordarlo—. En resumen, no pusieron ni un pero.
—Y ahora eres una investigadora del crímen, ¡já!
—No exactamente, Marc. Pero sí debo ir a testificar o como se diga —expliqué con desinterés, mirando Jerry's Dinner del otro lado de la calle—. Tengo que colgar, hablamos luego.
—Bye, te qu... —fue lo último que escuché antes de presionar el botón rojo de la pantalla.
¿Qué? Les dije que no era cursi.
Guardé mi teléfono en el bolsillo trasero de mi pantalón y me dispuse a atravesar la calle, no sin antes fijarme hacia ambos lados —aunque es algo inútil, les dije que no pasa nadie—. El sitio estaba igual que ayer, creo que inconscientemente deseaba que se viera mejor, pero no fue así. Tenía los metros de cercas rodeándolo y no una entrada aparente. Fruncí el ceño, ya veo por qué la gente sigue colándose. Es más, de seguro la policía también entra por ahí.
—¿Señorita Ross? —giré el rostro al oír mi apellido. Asentí, confirmándolo— Soy el teniente Jazz, acompáñeme, por favor.
¿Jazz? Teniente Jazz. Necesito darle un Óscar a sus padres.
—Claro —accedí con algo de confusión, comenzando a ir detrás de él. El sol nos daba en la cara a ambos hasta que llegamos a una reja de entre las cercas. Me equivoqué, al parecer sí hay otra entrada. ¡Demonios!
—Entre, la policía está adentro —anunció. Por otro lado, yo no pude evitar quedármele viendo, seguro que ya pasó de los veinte.
—No me gusta que me hablen de "usted" —sinceré, sonriéndole—. Puede decirme Jamie y ya.
El policía sonrió y negó con la cabeza. —Imposible, si me descubren haciendo eso, puedo perder mi empleo.
—¿De verdad? —asintió—. ¡Pues qué dramáticos! Ya ni mi nana...
Exhalé con ironía y finalmente atravesé el umbral de las rejas. El oficial Jazz —perdón, aún no lo supero—, quien se quedó fuera, recibió un último vistazo de mi parte antes de que comenzara a caminar al dichoso restaurante.
(...)
—Cuéntame tu experiencia sobre aquel día.
Miraba atónita a la autoridad, tragando saliva con fuerza. A diferencia de la última vez —y a pesar de estar dentro de Jerry's—, éramos interrogados por separado, yo era la última.
—Bueno, tenía siete años, Regi y yo siempre fuimos de la misma edad —empecé, inhalando hondo—. Todo iba bien, su fiesta de cumpleaños era demasiado divertida... Hasta que, literalmente, se perdió cuando estábamos jugando a las escondidas.
—¿Quién más jugaba? —la rasposa voz del Capitán McCall era pasiva y lenta cada que me hacía preguntas.
—Él, Asher y yo —aclare, él asintió—. Lo buscamos por todos lados, ahí fue cuando nos encontramos con Jerry, la ardilla.
Jerry, el personaje del restaurante. Era una ardilla color caramelo con ojos verdes grandes; había una botarga de él rondando ocasionalmente por el lugar, todos los niños solían pedile fotos como si fuera su ídolo.
—Le preguntamos si lo había visto, y no hablaba, pero dijo que sí con la cabeza y nos llevó al estacionamiento —proseguí, el hecho de contarlo me ponía inquieta—. Asher y yo nos dejamos, porque ¿cómo desconfiar de Jerry la ardilla? Se ve que ya lo tenía planeado todo porque nos llevó a los tres.
—¿Qué viste después?
—Nada, de repente Asher y yo nos distrajimos y ellos desaparecieron —hice una pausa—. Pensamos que estaban jugando a las escondidas de nuevo, pero cuando escuchamos a Regi gritar y a pedir auxilio, simplemente perdimos el control. Asher me dijo que fuera por ayuda mientras él corrió tras ellos. Pero ni sus padres ni yo llegamos a tiempo, él simplemente lo subió a un auto y arrancó.
—¿Recuerdas algo, algún indicio de quién podía estar metido en el disfraz? —lo medité un poco y negué con la cabeza.
—No, nunca se quitó el traje —conté—. Pero el auto era rojo, casi café. Y lucía viejo.
—¿Qué pasó después? —pregunta número quinientos mil, pero bah. Me sentía dentro de una película de acción, eso me hacía sentir interesante.
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un misterio sin resolver, aventuras inolvidables, amor como el invitado indeseado
Editado: 06.08.2020