Eiren:
Es de esta manera como los cimientos se derrumban y los muros a mi alrededor recaen sobre mí como un peso muerto que detona aflicción y preocupación.
La púa que se penetró en mi corazón al verla es lacerante, es un dolor mordaz que convierte estos segundos un martirio y transforma mi ánimo en uno deprimente. Sé que estoy perdiendo la cabeza, estoy comenzando a delirar y que puedo estar exagerando, pero... divisar como uno de sus pómulos tiene un moretón y su mejilla la marca de unos dedos provoca que me llene de malos recuerdos, que las pesadillas deambulen en mi entorno como una amenaza de desmoronarme.
Un pequeño espasmo me sacude y este le sigue otro en un intento de contener las lágrimas y no estallar en un llanto desgarrador.
¿Papá le hizo esto? ¿Tan fuerte fue la pelea de la madrugada que terminó de ese modo? La decepción me oprime, me hace sentir vulnerable al entender que mi propia familia se hiere. Me desilusiono, siento que todo esto es una burla para la situación tan feliz que vivíamos cuando Abraham contentaba a mamá y nos hacía carcajear.
¿Todo fue un engaño? ¿Un cuadro que pintaron para sus hijas? Porque si es así, el disgusto no pasa desapercibido.
Mamá abre sus ojos y reposa su palma sobre mi mejilla, deslizando los dedos por mi piel, reconfortándome dulcemente cuando debería ser yo quien la consuele.
—ya pasó, hija. No deberías sentirte mal —expresa con culpabilidad.
Niego lentamente y me retiro de su toque. La cólera se abre paso y me inunda de un furor agonizante, cada poro de mi cuerpo arde ante la rabia que me somete.
— ¿él te hizo esto? —cuestiono con cabreo. Ella queda en silencio y sé que di en el blanco — ¿Por qué lo permitiste mamá? ¡Te lastimó! ¿¡En donde está!? —exclamo, perdiendo los papeles.
Me levanto de la cómoda y deambulo por la habitación para no hacerme ovillo en la esquina de la alcoba.
—Eiren, no hagas una locura...
— ¿una locura, mamá? ¿Te parece una locura que le pida explicaciones? Porque simplemente no puedo quedarme de brazos cruzados mientras tú estás aquí con el rostro lastimado. Se supone que él te quiere, te debería respetar y tratar con dulzura. Pero, ¿Qué recibes? Puras discusiones, retos de su parte, peleas catastróficas, ¡golpes! —Gimoteo y quedo cabizbaja en el tiempo que siento como mi corazón magullado se agrieta más de lo que está.
—Déjame explicarte —musita, ahogando un sollozo —ven, siéntate y tranquilízate —instruye con delicadeza. Asiento derrotada y me posiciono a su costado —tu padre tiene problemas, pequeña.
— ¿y tiene que descargarse contigo? —Continúo viendo mis dedos moverse sobre mi regazo —no lo entiendo.
—aparte, estamos teniendo problemas de pareja, cosas comunes.
— ¿es común una infidelidad? —interrogo sin pelos en la lengua.
No me incomoda decírselo porque al fin y al cabo escuché en su disputa como ella le gritaba exigiéndole una razón por su deslealtad. Queda en silencio por varios minutos, seguro recapitulando lo que acabo de comentarle.
— ¿escuchaste todo?
—lo hice y Elea también.
—lo siento tanto. En lo último que pensé fue en herirlas, supuse por la hora que estaban durmiendo —admite.
Subo la mirada y me percato cómo sus lágrimas recorren la piel de su semblante. El remordimiento de su mirada causa más dolor en mi interior.
—no importa mamá, sé que no querías lastimarnos. ¿Qué problemas tiene papá?
—Eiren, cuando tu padre estaba en la adolescencia donde fue la etapa en la que lo conocí, ambos éramos muy jóvenes. Imagínate, tienes diecinueve años y yo tengo treinta y siete. Abraham si era más grande, solamente por unos dos años más. Aun cuando éramos adolescentes, nos enamoramos y con el tiempo aprovechamos en conocernos.
— ¿Qué tiene esto que ver con que te haya golpeado?
Rueda los ojos y hace un ademán para que espere a que llegue al grano.
—luego de los quince años fue declarado que padecía de trastornos de personalidad, bipolaridad.
— ¿Qué?
—lo que escuchaste. Lo bueno de todo es que en su caso todo era más leve, lo único que influía de sobremanera en su trastorno era la rabia que lo consumía. Hacía las cosas sin pensar y luego se arrepentía. Hubo un periodo de nuestra relación que se vio gravemente afectada por ello, se enfadaba por cualquier tontería y me gritaba, me echaba la culpa de sus arrebatos. Posteriormente, se le pasaba y lloraba mientras me imploraba un perdón. Los siguientes cinco años las pasó sumido en tratamientos, yendo al psicólogo o tomando algunos medicamentos.
>>al tenerte a ti, todo en él cambió. Aquel problema que lo caracterizaba bajó muchos escalones y casi era una persona normal, te amaba, te cuidaba y tú fuiste quien reforzó nuestra confianza. La pareja que dependía de un hilo se fortaleció ante tu llegada, tú eras nuestra persona en común y el amor que ambos teníamos hacia ti lo curó todo.
La forma en la que habla, en la que se expresa hace que sus ojos brillen por los recuerdos. Sus luceros son una explosión de fuegos artificiales, un conjunto de luces que alienta mi ánimo para que este ascienda y sonría. El modo en que habla de mí me llena de júbilo y añoranza. No obstante, no puedo creer ni procesar lo que admite, ¿Cómo no lo supe antes? ¿Cómo no indagué al ver cómo en cada amanecer, en ayuna, Abraham se tomaba una pastilla?
—mamá...
—Déjame terminar, Janit —bromea al final —una de los inconvenientes que no pudo remediar era la molestia que se apoderaba a su sistema y eso es algo que lo lleva hoy en día. Jamás le ha gustado que lo juzguen o que lo contradigan, no le gusta sentirse contra la espada y la pared, le disgusta que lo reten. Todo aquello que tanto le molesta lo saqué a ver en nuestra pelea, sé que hay un tercero en esta relación y el dolor junto a la molestia enloqueció mi raciocinio y bueno... Eso ocasionó que reaccionara de ese modo.
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Editado: 12.03.2021