Indefinido ©

Yo misma.

Historia dos.

Lavé mi cuerpo aquella noche de desvelo y soslayo, donde la luna se encontraba en lo más alto del cielo, alumbrando cada rincón de las calles solitarias y llenas de luz tenue. Esa noche donde los minutos se volvían horas y las horas meses, recorriendo cada poro y piel que me demandaba a limpiar sin dejar rastros de las horribles sensaciones que sentía, esas horribles sensaciones que dejaban mi cuerpo inerte sobre mi cama. —Ya no las soportaba, ya no soportaba vivir así— me tocó una vida difícil, poco irreal para mí misma e insignificante para la gente que creía cercana y me ayudaría. El agua de la ducha se estrellaba contra el suelo frío, me encontraba ahí y el sonido de las gotas me atormentaba de alguna manera. Respiraba profundo, agitando los latidos de mi corazón y balanceándome al compás de mi respiración, juntando mis piernas hasta mi pecho y ahogándome con las lágrimas que salían, mientras el agua se las llevaba lejos, muy lejos (a donde yo quería ir y desaparecer como ellas).

Cuando me sequé con la corta toalla, me vestí con una simple camisa larga y ancha que me cubría bien, quedando hasta mis rodillas y por último a mis pies los abracé con medias hasta la rodilla también y después de tantos meses; me sentí segura. No era mi hogar y tampoco mi habitación, sin embargo, en ese instante, me sentía yo. De igual forma, no iba a durar mucho. Lo sabía porque me conocía, igual que él. Cerré mis ojos una vez que estuve acostada observando el techo, sintiendo todo el peso que la vida me ha brindado y me sorprendo a mí misma por estar ahí —viva—, luchando cada día por salir del hueco donde me metí o me obligaron a adentrarme cada vez que se le daba la gana. Intentaba evadir cada recuerdo erróneo que se me cruzaba, todos esos momentos perdidos y que por más que quisiese no podía superarlos. En esos momentos no me reconocía, no había una pisca de mí o tal vez sí: cuando me odiaba por dejar que pasase aquello. Por dejar que hiciera conmigo lo que quisiese y dejarlo sin decir "basta".

En todo mi ser reinaba lo que se hacía llamar: disgusto.

Hacia mí, hacia a otras personas que ni conocía o me hacía a la idea de no hacerlo. No lo conocía como creía que lo hacía, sólo su cuerpo desnudo encima del mío, mientras dejaba que pasase todo eso. Tan inexplicable y horrendo para cualquier persona cuerda. Nunca volveré a hacer la misma, la misma de hace un año atrás.

Y sin más, caí en los brazos de Morfeo.

 

—Estoy ebrio, y tú estás tan hermosa —dice con un suspiro de voz, pudiendo olfatear el olor a alcohol que era tan fuerte—. La diferencia es que, estaré sobrio mañana y tú seguirás tan hermosa como siempre.

Quedé admirando el color de sus ojos, percatándome que dijera la verdad y no me estuviese mintiendo como siempre solía a hacerlo. Pero los ebrios decían la verdad a toda costa, ¿no?

Pero no podía engañarme, ya no podía. Lo llevé a la bañera que estaba llenándose por el grifo, así poder sumergirlo en el agua que ya se desbordaba por los lados inundando también todo el baño, mojando abajo mis pies con medias por salir de la habitación apresurada sin antes colocarme otra cosa; por culpa del ruido que sus zapatos caros y finos que al llegar en el estado que se encontraba, hacían un eco con la cerámica y me despertaron muy preocupada. Lo sostuve de los hombres ya que, casi caía por resbalarse y sobretodo los mareos que el alcohol puede causar en las personas.

Se adentró en la bañera sin protestar, yo agradecida, porque no rechistó y dejó que el agua lo dejase llevar por un momento y se pudiese perder. Para que notase las consecuencias de estar en ese estado. ¿Cómo condujo sin estrellarse con algo? La pregunta retumbaba y me volvía loca, no podría imaginarme un suceso como ese. Pudo haber tenido un choque, un accidente donde perjudicaría su vida y pudo haber muerte. No obstante, la vida y la suerte están tomadas de su mano derecha y vuelvo a estar más que agradecida.

—¿Puedo hacerte una pregunta? —habló una vez que el grifo ya estaba cerrado y toda su ropa y todo su cuerpo mojado.

—Creo que ya la estás haciendo —reí un poco para quitar la tensión del ambiente—. Estoy bromeando, hazla. —Se quedó pensativo por unos segundos y la pregunta que me hizo retumbó por toda mi mente.

—¿Te dolió?

—¿Qué cosa?

—¿Cuándo te golpeé... —no podía ser cierto, él no me estaba haciendo esa pregunta— te dolió cuando te golpeé?

Quería llorar justo en ese momento, las lágrimas se acumulaban en mis parpados bien abierto de par en par y estaba estática sin mover ni un musculo. Sentía como si fuera a morir, mi mente estaba teniendo esos 5 segundos donde recuerdas toda tu vida, pasando en fracciones y reviviendo los inefables momentos. Y cuando terminas de tener el último recuerdo: toda tu alma y espíritu deja esta tierra, diciendo tu último adiós en tu cabeza y no hay nada más. Solo oscuridad por el resto de la eternidad.



#31018 en Otros
#9866 en Relatos cortos
#2130 en Novela histórica

En el texto hay: humor, drama, amor

Editado: 20.11.2018

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.