Prologo

Camino hacia la entrada del salón principal, cabizbaja, para que nadie mire mi rostro. No puedo permitir que me reconozcan, no ahora, no después de lo que hice. Al entrar, siento su presencia, levantó la mirada y lo veo a lo lejos. 

Mi cuerpo busca su calor y solo desea abrazarlo; aún así, este no responde, ya que mi mente se rehúsa a acercarse a él y volver a lastimarlo. Solo está a pocos metros, pero no es capaz de verme. Intento mostrarme fuerte ante lo que veía; no podía soportar verlo en ese estado…

El pecho me arde aunque no haya fuego alrededor. Así se siente; no es algo físico lo que siento, me duele el alma. Siento el corazón roto porque ya no es el mismo chico risueño que fue hace algún tiempo, lo cual me carcome la conciencia. Antes de poder seguir hundiéndome en mis pensamientos, alguien menciona su nombre y él levanta la vista y sonríe con tristeza.

El corazón me golpea fuertemente en el pecho. Sonrío de vuelta, pero al instante me doy cuenta de que no es a mí a quien mira. Su mirada se posó sobre alguien que estaba detrás; esa persona avanza, se acerca a él y lo abraza con devoción; él corresponde a ese abrazo con más fuerza y deja caer algunas lágrimas.

Entonces, los miro de lejos y no soporto estar allí un segundo más. Entiendo que fue mala idea venir y que es hipócrita quererlo solo para mí, incluso cuando lo único que he hecho es hacerle daño desde el primer momento en que lo conocí.

Antes de cometer una locura, mi cuerpo reacciona y corro lejos del lugar para evitar acercarme y seguir lastimando su corazón.  Si es feliz lejos de mí, me obligaré a mirarlo desde la oscuridad, que es dónde pertenezco. Pero, mi mente se aferra a los recuerdos que construimos juntos y no deja de repetirse:—“no lo dejaré ir porque es lo que más he amado en esta y en otras vidas”.