Vas a sufrir, no importa si eres una buena persona o no. El sufrimiento está escrito inevitablemente en el destino de todo ser humano. Estamos en una realidad diferente, dónde el que no lo merece, sufre incontables dolores y dificultades, si eres tan bueno, ¿por qué te pasan cosas tan malas?
Esto fue lo que ocurrió con Lorelai, quien siendo apenas una niña, tuvo que enfrentarse a una realidad cruel, con el libre albedrío de escoger entre el bien y el mal, entre ser el héroe o el villano. Ella no era totalmente buena, pero tampoco era capaz de hacer atrocidades; sino, que a raíz de sus crudas vivencias, tuvo que aprender a defenderse a toda costa, así que, sin saberlo, obtuvo el papel de antihéroe.
Al crecer nadie le enseñó cómo peinarse el cabello, cómo manejar bicicleta o cómo atarse los zapatos. Tampoco cómo conquistar a alguien o al menos lo que era el amor. Ella prefirió pensar que el amor era un asunto sin importancia porque aunque supiera de qué se trataba, no iba a ser capaz de sentirlo. Cada vez que intentaba tener algo parecido a una niñez decente, era azotada por la realidad. Sus padres no se molestaron por ser parte de su vida y la abandonaron en el primer orfanato que se les cruzó en el camino de su desorientada vida. Se dio cuenta a moretones y golpes cómo funciona el mundo.
A veces tienes que hacer sacrificios para bien, aunque estos te causen dolor, son necesarios y el dolor hace bien por momentos. Fue difícil, pero Lorelei hizo lo posible por sobrevivir y resurgir del lodo; no se iba a quedar atrás, ella iba a ser alguien que dejaría una gran huella en el mundo.
Así que al sentir el ardor en sus rodillas, al caer al suelo en una de esas tantas noches en soledad, pensó:— “Ya no seré pisoteada por nadie”. Un impulso nació en lo más profundo de su ser: el ferviente deseo de venganza. Como pudo, se limpió la sangre que corría por sus rodillas y se prometió a sí misma dejar ser tan frágil y débil, ella iba a ser grande.
—¡No me levantes la voz!, yo soy hombre, tienes que obedecerme.
Al levantarse y encarar al niño que la hacía sufrir al verla pequeña y débil, este la miró y rió con burla. La veía como si ella fuera un ciervo indefenso y él, el lobo que la acecha. Pero ya no más, no se iba a quedar atrás. Lo miró directamente al rostro con el deseo chispeando en sus ojos. El niño retrocedió un poco al encontrarse con la mirada oscura de Lorelei y se desconcertó al no encontrar la habitual mirada llorosa y suplicante que solía tener antes de golpearla. La sangre en sus venas flameó con vigor al ver la risa burlona de su atacante, el deseo se volvió incontenible. Ella no esperó más y cerró con fuerza sus palmas y dio el primer golpe lo más fuerte que pudo, recordando aquellas veces que era maltratada. Su voz no podía expresar lo que sentía, pero mientras seguía golpeando al niño tenía un solo pensamiento en mente:— “Ya no es tan gracioso si eres tú el que sufre, ¿no?”
Al no tener más fuerzas, se detuvo a contemplar a su oponente que estaba tirado en el piso suplicando piedad. La escena pronto se vio interrumpida por una fuerte presencia: la llegada de Clemencia, una mujer cruel que se alimentaba del sufrimiento ajeno para calmar la amargura provocada por la pérdida de sus hijos en su juventud. Por su frialdad, los niños preferían llamarla "Inclemencia". Sin darle tiempo de reaccionar, la mujer agarró a Lorelai Por el brazo: —¿Qué diablos has hecho?—. Gritó con impotencia y la llevó a rastras por el pasillo oscuro, sin importar si llegaba a lastimarla. —Niña del demonio, ¿Cuántas veces te he dicho que no quiero que me molesten cuando estoy durmiendo?
La compañera de Inclemencia agarró al niño y lo llevó sin cuidado en dirección contraria mientras este lloraba, sabiendo lo que le esperaba al finalizar el pasillo.
El ambiente era de terror y la tensión se sentía en el aire.
—No debiste portarte mal—. Susurró Inclemencia mientras se adentraba en una habitación oscura que contaba solamente con una pequeña silla y en cuyas paredes había diferentes utensilios de castigo. Inclemencia se tomó el tiempo de seleccionar uno de estos utensilios y al dirigirse a Lorelei se podía ver en su mano izquierda un látigo de cuero: — Ya sabes qué hacer, no me hagas repetirlo.
La niña tembló un poco, pero no se dejó intimidar por la mirada venenosa de la mujer que la perseguía, hasta en sus pesadillas. Se acercó al único asiento que tenía la habitación y lentamente levantó las palmas de sus manos y esperó a que todo acabara rápido.
—Sabes que esto me dolerá más a mí que a ti—. Aseguró con una voz que pretendía ser dulce, pero que sonaba un poco maquiavélica, reflejando cuánto le encantaba su labor.
La mujer sonrió con malicia antes de dar el primer golpe con fuerza, cada segundo que pasaba era peor, el ardor era tan insoportable que sus anteriores heridas no tardaron en volver a abrirse, ya que no tuvieron suficiente tiempo para sanarse. Todo lo que sentía en el momento se podía comparar como si miles de arañas caminaran alrededor de su cuerpo inyectando su veneno, era un verdadero sufrimiento. Al estar acostumbrada a eso, simplemente cerró sus ojos e imaginó estar en otro lugar.
Al cabo de unos minutos, que se sintió como una eternidad, por fin pararon los latigazos, aunque el dolor seguía persistente, ardiendo fuertemente. La mujer estaba satisfecha con su hazaña, así que guardó el látigo ensangrentado con cuidado en su estuche y camino hacia la salida.