CAPITULO 8
El se despertó al alba, descansado como si hubiera dormido doce horas. Con el corazón en paz y un optimismo hacia la vida que recordaba haber sentido en muchísimo tiempo. Se estiró en el camastro y se disponía a levantarse cuando un pequeño bulto bajo las cobijas lo hizo saltar como si le hubiesen echado aceite hirviendo.
-Maldición, Pilar.
Se vistió rápidamente y salió al exterior. Necesitaba aire. No había rastro de los caballos ni de la doncella que la había traído hasta ahí. Seguramente se cansó de esperar que su ama saliera y volvió al Haras. Si había contado donde estaba su ama, en breve tendría a varios jinetes pidiendo explicaciones y tendrían un problema muy grande por delante y él no podía permitirse más líos con la ley, porque entonces iban a saber que era un prófugo de la ciudad.
Debía sacarla de su casa en forma urgente.
Volvió a entrar con la idea de despertarla pero la escena que encontró sobre el camastro lo desarmó por completo. Sentada en medio de la cama, en medio de un revoltijo de cobijas que la cubrían solo la parte inferior del cuerpo hasta la cintura, se desperezaba con su cabello cobrizo despeinado y era como si la Venus de Botticelli acabara de despertar a la vida. Al darse cuenta de su presencia se ruborizó y se cubrió los pequeños y perfectos pechos con el rústico cobertor.
-Buen día- dijo ella con su vocecita aun ronca por el sueño
-Buen día- dijo él tomando una silla y sentándose con la cabeza entre las manos.
-¿Está usted bien?- pensó que después de lo que habían vivido era una tontería seguir tuteándolo. –Raúl, ¿estás bien?
A él le tocó el corazón escucharla pronunciar su nombre con tanta familiaridad como si no estuvieran a miles de kilómetros él uno del otro.
La miró con una mezcla de felicidad y tristeza, porque un sentimiento inefable lo embargaba.
-Niña inconsciente, no te das cuenta del problema en el que estamos metidos ¿verdad?
-¿Por qué? Yo soy mayor de edad y puedo hacer lo que me plazca.
-Hace un día estrenaste tu mayoría de edad y ya tuviste tiempo suficiente para arruinar tu vida…
-No me digas eso- dijo mientras se levantaba de la cama envuelta en el cobertor y se acercaba a él –porque estar con la persona que a una le hace latir el corazón no puede sino hacer que la vida sea maravillosa- apoyando su manito suave sobre el antebrazo de él quiso verlo a los ojos, esos ojos negros y penetrantes que la atravesaban en cada mirada.
El tomó esa manito que le quemaba la piel y la besó entregado.
-Te escapaste de tu casa, pasaste la noche en la casa de un hombre y te entregaste a él…
-¿No te gustó?
-¿Qué?
-La noche que pasamos juntos, ¿no te gustó, no la disfrutaste? Yo no tengo parámetros para comparar, nunca había estado con un hombre, y ni siquiera puedo explicar lo que sentí. Fue como morir y volver a nacer, en medio de sensaciones inenarrables y dolor tan dulce que me hizo llorar.
El la miró a los ojos, esos ojos grises limpios como el alba.
-Fue maravilloso, pequeña. Sin dudas lo fue. Pero ahora tenemos que encontrar la forma de devolverte a tu casa sin que tengas tantos problemas. Tu doncella es de confianza o ya se habrá enterado todo el Haras que estás acá?
Pilar se llevó la mano a la cabeza
-¡Manuela! Me había olvidado por completo de ella. No, ella es muy discreta. Habrá vuelto a su habitación y pondrá cara de sorpresa cuando me empiecen a buscar.
-Me voy afuera para que te vistas y te voy a llevar a tu casa. Podemos decir que con la emoción de la fiesta saliste a pasear con ella, que el caballo se espantó y te tiró y que ella sabiendo que yo estaba por la zona te trajo para que te curara. Te van a castigar por salir solas de noche, pero al menos no pasará de ahí.
-¿Pero podremos seguir viéndonos?-
-No creo que sea lo mejor para vos. La piel de sus hombros y el inicio del pecho a la luz del día era más blanca, más suave y aún más tentadora que en la oscuridad de la noche, así que él decidió no corres más riesgos.
-Vestite, yo voy a poner a buscar agua para tomar café y luego nos vamos.
Salió con la gran pava hacia el aljibe, para darle privacidad. Cuando regresó ella ya estaba vestida e intentaba dominar sus rizos sin mucho éxito.
-Sentate acá- dijo tras poner el agua sobre el fogón.
Con habilidad recogió todos los rizos en un gran puñado y los ató con la cinta que ella tenía entre las manos. En unos segundos quedó peinada en forma sencilla pero prolija.
-Me sorprendés a cada minuto. ¿Cómo aprendiste a hacer eso?
El se mantuvo en silencio, como si no la hubiese escuchado, con el corazón acongojado. Terminó de preparar el café, le sirvió a ella en la única taza que tenía y para él en un vaso.
Se sentó a su lado.
-Quiero conocer tu historia, Raúl