CAPITULO 14
Dos días después, con todo listo se trasladaban a la estación para tomar el tren a la capital.
Adolfo se encerró en su escritorio negándose a despedirse de su hija. La madre la abrazó deshecha en lágrimas.
-Madre, no llore, por favor, le enviaré mis señas cuando esté asentada. No llore más, madre, voy a estar bien y usted también. Digale a tatita que lo perdono.
Salieron juntas, con todos los baúles. Adolfo Hutton había entregado a Miss Kelly dinero y una serie de contactos a quienes recurrir para que las ayuden a instalarse. Además de una especie de indemnización, ya que cuando todo finalizase ella no regresaría, se quedaría en Londres para trabajar con su familia.
El viaje en tren fue interminable. Llegaron a la ciudad y buscaron un hotel. El barco que las conduciría a Londres, el Princesa Real, partiría en dos días.
Una vez libre de la vigilancia de su padre, Pilar se sintió libre y tranquila. Sabía que tenía muchos meses por delante para poder decidir qué es lo que haría. Lo único que sabía es que haría todo lo que fuera necesario para conservar a su hijo. Se acarició la panza mientras caminaba, y estaba ensimismada en sus pensamientos cuando una placa de bronce pegada junto a una puerta llamó su atención. Leyó:
-Dr. Raúl Orellana – médico.
El corazón comenzó a latir con fuerzas. Cruzó a la vereda de enfrente para poder apreciar toda la fachada. Estaba muy venida abajo y tenía un cartel de venta. Una mujer barría su vereda y la observó.
-No sabe lo linda que era esa casa cuando estaba habitada.
-¿Si? ¿La conoce por dentro? ¿Hace cuanto está vacía?
-Sí, he entrado muchas veces, cuando llevaba a mis niños a ver al doctorcito. Pobre doctor, una desgracia todo lo que le sucedió. Hace varios años que está vacía, pero el cartel de venta apareció hace poco.
-Me podría prestar un lápiz y un pedazo de papel, por favor
Anotó la dirección en el papel, también las señas que ponía el cartel de venta. De repente había sabido lo que debía hacer y todo su futuro se había resuelto en su cabeza.
-¿Usted sabe qué fue de sus ocupantes? – preguntó como si nada, Pilar.
-La señora murió. Una pena, tan joven y bonita. Y el doctor terminó en San Ambrosio
-¿San Ambrosio?
-La cárcel, en las afueras de la ciudad.
Volvió al hotel corriendo. Guardó el papel con la información a buen recaudo y le avisó a Miss Kelly que no la esperara para almorzar.
-¿A dónde va? No haga locuras
-No, no se preocupe, es algo que debo hacer antes de subir a ese barco.
La cárcel de San Ambrosio era un edificio deprimente, con las paredes encaladas y sus muros altos, torres de vigilancia y poderoso portón de acceso custodiado día y noche. Se anunció con la guardia, dijo que venía a visitar a un recluso. La miraron de arriba abajo, no era frecuente la presencia de una señorita de la clase alta en ese lugar. Le preguntaron el nombre del reo
-Raúl Orellana.
-Lo siento, el reo Orellana no recibe visitas, señorita.
-Por favor, se lo suplico, parto hacia Europa mañana y es muy importante que lo vea antes de irme. ¿No podrían hacer ustedes una excepción? No me llevará mucho tiempo.
-Usted no ha entendido, no es una regla impuesta por nosotros. El reo especificó que jamás permitiéramos el ingreso de ninguna visita para él. Es algo autoimpuesto, señorita, lo lamento.
-Entiendo, ¿puede entregarle una nota de mi parte, al menos?
-Lo intentaré.
Se sentó en un escritorio que había en la entrada y escribió:
Amor, Raúl, estuve a verte pero no me permitieron entrar. Mañana parto a Europa exiliada por mi familia. Estoy embarazada, irme es la única forma que tengo de proteger a nuestro hijo. Volveré en cuanto pueda. No pierdas la fe, te amo.
Tu Pilar
Feliz, sabiendo que esas noticias le daría esperanzas a su amado volvió al hotel. Al día siguiente estuvieron muy temprano en el puerto y tras cargar los baúles y rellenar los formularios de pasajeros, embarcaron para el viaje que veinte días después las depositaría en la capital inglesa. Se quedó en cubierta hasta que su país desapareció de la vista. Le dedicó un último suspiro a su nostalgia y bajó a su camarote.
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-Orellana, te dejaron una nota
-¿Quién?- preguntó sorprendido y exaltado.
-No la ví, pero el que recibió la nota fue Pereyra y dijo que era una joven muy hermosa.
Raúl saltó de su camastro, se puso de pie y le quitó al otro la nota de las manos. La llevó a su nariz y percibió el aroma de su amada Pilar. Pero no, el no quería saber nada de lo que decía esa nota, se volvería más imposible aun continuar viviendo si tenía noticias de ella. Iba a abrirla, necesitaba ver su caligrafía. Sacó un cigarrillo de su bolsillo.