CAPITULO 15
Londres la recibió como solía. Con lluvia. Se dirigieron a la dirección que Adolfo les había dado y se instalaron en una pensión. El trato era que Miss Kelly se quedara con Pilar hasta que tuviera a su hijo y luego llevara al niño al convento de las esclavas de Cristo. Una vez hecho eso, debía subir a Pilar al primer barco a Buenos Aires y ella quedaba libre para quedarse en su tierra.
Las cosas no sucedieron del todo así.
La leal Miss Kelly acompañó a su niña en todo el embarazo y estuvo con ella cuando, casi seis meses después de llegar a Londres, dio a luz a una hermosa niña. También estuvo con ella hasta que se adaptó a eso de la maternidad, hasta que aprendió a entender lo que su hija pedía. La verdad es que la niña era un ángel. Dormía toda la noche, comía sin problema a sus horarios y casi no hacía berrinche.
El día que la pequeña cumplió un mes llegó el momento de separarse, pero contrariamente a lo que había prometido, tanto la niña como su madre embarcaron de regreso.
-No sé cómo voy a agradecerle lo que ha hecho por mí, Miss Kelly.
-Críe bien a esa niña y sea feliz. Y esa será mi mayor recompensa. Hasta que nos volvamos a ver.
Se abrazaron en el muelle y emprendió el regreso.
Todo había sido arreglado por su madre durante su ausencia. Su padre no tenía idea. Para él ella había decidido quedarse un tiempo más en Europa. Necesitaba ganar tiempo para llegar, instalarse, conseguir trabajo y demostrar que podía valerse por sí misma. Entonces de a poco le iría haciendo saber que había regresado y trataría de volver a ganarse su favor. Una vez que su padre la perdonara lo suficiente como para permitirle visitarlos en El Paraíso, le presentaría a su nieta y contaba con que la hermosura y el encanto de la niña hicieran el resto. Y si no, al menor tendría su casa en la ciudad adonde regresar para seguir su vida.
Su madre había utilizado las influencias de su familia y unos ahorros que tenía para comprar la antigua casa de Orellana. Durante varios meses una cuadrilla entera de obreros la pusieron en condiciones. Con la complicidad de la Tía Elvira procedieron a decorarla y amueblarla discreta pero elegantemente.
Cuando el coche que las trajo a ella y a su hija desde el puerto se detuvo frente a la casa, lágrimas de felicidad cayeron por sus mejillas. Tenía su casa, tenía a su hija, sólo faltaba él. Lo esperaría lo que fuera necesario y cuando saliera en libertad, lo ayudaría a recuperar la felicidad y la vida.
No haber podido verlo, habiendo estado tan cerca, aquel día de su vivista a San Ambrosio había sido muy doloroso, pero ella podía entenderlo. La vida ahí dentro tenía que ser terriblemente dura y él era un hombre orgulloso.
Recorrió su nueva casa, sonriendo e imaginando su vida futura ahí, con él hasta que llegó a lo que había sido su consultorio. Todo estaba ahí, no habían descartado nada, ella había pedido que eso lo dejen para ella. Se encargaría un poco cada día de ponerlo en orden para cuando él regresara. Ese sería su entretenimiento y lo que la mantendría con el ánimo arriba. Para ayudarse económicamente colgó en la puerta, junto a la placa de bronce un cartelito que mandó a hacer, tallado en madera: Se rentan habitaciones. La vecina de la escoba, que en realidad Pilar entendió que barrer era sólo una excusa para enterarse de todo cuanto sucedía en el barrio, se acercó cuando la vió pasándole un trapo al nuevo cártel.
-¿No quitará la placa del doctorcito?
Pilar la miró con amor y orgullo.
-No, dejémosla ahí. Quién sabe. Quizá algún día el doctor regrese y la necesite.
La vecina la miró curiosa.
-¿Usted lo conoció?
-Si, en otra vida- dijo, sin mentirle.
La idea de la pensión fue excelente. Ella recordaba de su época de estudiante que muchas de sus compañeras venían de las provincias a estudiar y se les hacía difícil y costoso encontrar vivienda en la gran ciudad. Ella tenía tres habitaciones libres, que alguna vez habían sido de huéspedes y servicio. Las puso en condiciones y pronto las tuvo ocupadas a las tres. El trato es que ella les cobraba una renta baja, pero las chicas tenían labores asignadas en la limpieza y cuidado de la casa. Así todas salían ganando. Una de las chicas, se encargaba de la cocina, otra ayudaba con la limpieza y la tercera la ayudaba a Pilar que había montado una escuela en miniatura en la sala de estar donde varias niñas venían a aprender música, literatura, arte. Los padres las enviaban para prepararlas para la sociedad y el matrimonio, pero Pilar además de las artes les enseñaba, sobre todo con su ejemplo cotidiano, que ser esposas y madres estaba muy bien si era que lo deseaban, pero que podían ser lo que ellas quisieran. Las niñas amaban a la señorita Pilar.
Extrañaba mucho la vida al aire libre en el haras, así que todos los fines de semana salía con su niña y con algunas de sus pensionistas a hacer picnic junto al río, a caminar por los grandes parques de la ciudad respirando el aire y sintiendo el sol sobre su rostro. Su hijita crecía sana y libre, hermosa como su madre, con sus mismas pecas y ojos grises, pero con el cabello negro de su padre. Iba camino a convertirse en una belleza con lo mejor de ambos.