Inefable, lo que creíamos perdido

2. Amo los retos

Ya ha pasado una semana desde que nos mudamos y de aquel incidente en el bosque. Desde entonces, he tratado por todos los medios de no toparme con pelos en punta y su amigo. Pero como el universo me odia eso no puede pasar, los veo en cada dos de cinco lugares a los que voy. Estoy por creer que me siguen.

Esta semana descubrí que ninguno de los dos vive en la casa de al lado, sino un tercero: un rubio con pinta de estirado que he visto de reojo últimamente. Los tres forman un grupo bastante peculiar. También me he dado cuenta que las familias que viven en este pueblo parecen estar muy bien acomodadas económicamente. Las casas de por aquí bien podrían salir en la portada de Bridge For Design.

Ahora mismo me encuentro en una pequeña tienda cerca de la plaza del pueblo que parece ser la única con surtido de papelería, comprando todo lo que me falta para el ingreso a clases. Aunque estudiaré fotografía, también voy a cursar materias relevantes al arte, incluso agregué algunas asignaturas de literatura en el horario. Mientras, mi padre compra una cantidad inmensurable de utensilios de pintura que se encuentran en un bote de “Todo a un dólar”.

Cuando llego a la caja, se me cruza por la mente la posibilidad que los chicos de al lado también asistan a River’Fleur; la sola idea me hace estremecer. Aunque realmente no me parece algo probable, ninguno de ellos tiene la pinta de ir a un Instituto de Arte, tal vez asistan a alguna universidad de las ciudades vecinas. O solo estén aquí de vacaciones, esa idea me gusta mucho más.

―Son treinta dólares con setenta. ―La chica de la caja me mira con cansancio e intriga.

Estos últimos días también aprendí que la gente me mira no porque sepan de mí, sino todo lo contrario. Por ser un pueblo pequeño todos, repito, todos se conocen entre sí, por lo que saben cuándo alguien no es de por aquí. Lo que nos deja a mi padre y a mí, como carne fresca para ellos.

―Ten, mantén el cambio ―le digo a la chica sonriendo y tomando mis bolsas.

Salgo de la tienda aun acomodando bien las bolsas en mis manos para que no se me caigan, y mientras intento llegar a la calle noto un pequeño cartel pegado sobre la pared del local. La imagen de un hombre saliendo de los treinta, con el cabello oscuro al igual que sus ojos me da la bienvenida, arriba de la foto en letra cursiva hay una sola palabra: Desaparecido. Mi ceño se frunce al instante, no es normal que desaparezca gente en un pueblo tan pequeño. Voy a acercarme un poco más al cartel cuando algo impacta contra mí, o más bien sobre mí, haciéndome aterrizar con fuerza en mi trasero. Gracias a Dios, hoy me he puesto vaqueros y no un vestido sino la vergüenza y la ira hubieran sido mayores.

Las bolsas quedaron regadas por toda la acera, y las personas empezaron a girarse para verme. «Cómo si necesitara llamar un poco más la atención».

―Lo lamento, venía distraído ―dice una voz frente a mí, a la que solo le veo la mano que extiende en mi dirección.

Antes de tomarla levanto la mirada y ¡oh sorpresa!, tengo enfrente de mí a pelos en punta alias el idiota, mirándome con el ceño fruncido.

―Mira nada más, pero si es la pequeña acosadora ―dice el chico, divertido, dándome una sonrisa con todos dientes.

La rabia que siento hacia él, ―la cual creía no podía ser mayor― se hace más grande al ver su sonrisa divertida.

―Mira nada más, pero sí es el idiota ―contesto entre dientes poniéndome de pie y pasando de su mano extendida.

Me agacho para recoger las bolsas y largarme de allí, pero el rubio se me adelanta y consigue juntarlas todas y extenderlas para mi.

Lo miro un segundo con el ceño fruncido, antes de tomarlas y murmurar un gracias en su dirección, que logra hacerlo sonreír más. «¿Cómo puede sonreír tanto? Es que acaso no le duelen los pómulos o qué».

―¡Vaya! pero si tienes modales, estaba empezando a dudarlo.

La indignación me golpea en ese momento. «¿Quién se cree que es este?».

―¡Claro que tengo modales, idiota!… Solo que no los desperdicio con modelitos de segunda.

El chico arquea una ceja en mi dirección, y en ese preciso momento caigo en cuenta de mi error.

―¿Así que te parezco un modelo, eh?

Pelear con él es inútil, así que me limito a rodar los ojos y estoy a punto de girar sobre mis talones e irme hacia el auto, cuando la voz de mi padre resuena a mis espaldas.

―¡Gabriel! Tienes que ver este set de pinturas que conseguí, es genial y…

La voz de mi padre se va apagando cuando se fija en el chico a mi lado. Primero su ceño se frunce ligeramente y luego como si de dos faros de navidad se tratase, sus ojos se iluminan y una amplia sonrisa aparece en su rostro. Esto va a ser un desastre.

―No sabía que ya habías hecho un amigo ―dice mi padre mirando al rubio.

―Él no es…

―Por supuesto señor ―me interrumpe pelos en punta dirigiéndose a mi padre, dejándome con la palabra en la boca―. Gabriel ―dice mi nombre el idiota, como si hubiera ganado una apuesta― y yo nos conocimos hace unos días y congeniamos de una.

Mi boca cae abierta ante la absoluta mentira y observo incrédula al chico a mi lado. ¿Qué demonios cree que está haciendo? Y el muy idiota se atrevió a mirarme y ¡sonreírme!… Está muerto y enterrado ya.




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