Le resultó extraño encontrarse a una mujer como Amelia rondando por esas calles. Su manera de vestir, los auriculares inalámbricos y el reloj inteligente que llevaba en su mano izquierda, eran señales de que desconocía el ambiente en el que se movía. Aquel sector de la ciudad no era el sitio más adecuado para visitar luego del atardecer. No había suficiente luminosidad, los vehículos atravesaban el boulevard a velocidades que rozaban lo ilegal y algunos vagabundos elegían refugiarse bajo el puente cercano. Muchos eran inofensivos, pero otros no tanto. El escenario solía protagonizar noticias sobre hurtos, accidentes y ataques callejeros.
—¿Qué tal te fue con las flores? —bromeó.
—Excelente. De hecho, creo que se convirtieron en mis preferidas —aseguró con una pequeña sonrisa—. Tienes buen gusto.
—Lo tengo, ¿no? Aunque no parezca, conozco más. Te sorprendería —se mofó divertido. No podía ignorar que estaba cautivado por la luminosidad que emanaba Amelia. Cada vez que ponía sus ojos en ella tenía la sensación de que jamás había visto una mujer tan bonita—. ¿Vives por aquí cerca?
—A un par de calles —comentó.
—¡Alex! —Tuvo que interrumpir la conversación. El niño estuvo a punto de huir, pero lo sujetó de los hombros a tiempo—. Ven aquí, enano. Te llevaré de regreso al refugio. Tu mamá te está esperando —sin pensárselo dos veces, Brett levantó al niño que, junto al cachorro, quedaron entre sus brazos.
Mientras tanto, Amelia no pudo ignorar la facilidad con la que elevó al infante. Quedó anonadada ante la forma en que sus bíceps se marcaron por debajo de su camiseta negra, además del metro ochenta y cinco que medía Brett. Sin embargo, era aquella sonrisa tan natural la que había quedado rondando en su mente desde aquel día en que lo conoció por casualidad.
—¿Refugio?
Brett se volteó ligeramente y señaló el cartel que se veía a la distancia. Ella comprendió al instante, aunque se preguntó en su interior qué función cumplía. ¿También dormía ahí? ¿Era una persona sin hogar? Sin embargo, él no dijo nada más.
—Tenemos que volver —respondió. No solo la madre de Álex estaba esperando, también la fila de personas que se encontraban pendientes de recibir su bandeja de comida.
—Sí, yo también debería regresar a casa.
Brett se despidió con un asentimiento de cabeza y volteó, decidido a tomar el camino de vuelta al refugio. No obstante, una inquietud se abarrotó en su cabeza y enseguida se detuvo, no podía ignorar esa corazonada.
—¿Amelia?
Ella paró de inmediato. No se había alejado lo suficiente, por lo que alcanzó a oír su voz, fuerte y clara. Quizá se debía a que llevaba tiempo sin relacionarse con un hombre que incluso aquel ligero ronquido que poseía le resultó seductor.
—¿Olvidaste algo? —giró hacia Brett. Él continuaba con el niño y el cachorro entre sus brazos que, inquieto, le lamía una mejilla.
—¿Eres nueva en esta zona, no? —preguntó. Amelia asintió—. Luego de las siete es preferible que no estés sola por este sector. Puede ser peligroso —aconsejó. Después de todo, era evidente que ella no encajaba en ese lugar.
—De acuerdo. Lo tendré en cuenta. Gracias.
Otra vez, volvieron a despedirse. Los dos se marcharon degustando un sabor agridulce, reprimiendo las ganas de seguir hablando. Como si una parte de sí mismos se hubiera quedado ahí, en esa esquina, esperando por más.
❀ ───── ✧♡✧ ───── ❀
Tras un largo baño de espumas, Amelia se colocó un camisolín de seda color blanco perlado. En el escote, tenía sutiles detalles de encaje que le daban un aire de sensualidad. En particular, le gustaba vestir ese pijama porque era tan ligero que la hacía sentir libre. Era casi como ir desnuda. Y la sensación de libertad era algo que Amelia llevaba añorando durante toda su vida. Durante su niñez y adolescencia, no la tuvo. La consiguió al convertirse en una adulta independiente, pero las circunstancias hicieron que la perdiera nuevamente y de pronto, sentía que comenzaba a recuperarla.
Todo empezó la fatídica noche en la que se quitó el anillo de bodas y lo arrojó a un cesto de basura.
Sirvió vino blanco hasta la mitad de una copa y se trasladó hacia su escritorio para repasar el listado de ideas que había apuntado en su agenda. Amelia escribía para uno de los portales de internet más importantes de la ciudad, llevaba adelante una de las secciones más leídas: «amores reales». Cada semana se encargaba de revisar los correos que le enviaban las personas que anhelaban contar su historia, seleccionaba una y procedía a contactarse con el protagonista. Amelia cambiaba los nombres y hacía uso de los elementos literarios para lograr un relato atrapante, al final, lo importante era mantener la esencia. Escribía sobre el amor en todas sus formas: romances, pérdidas, reconciliaciones, vínculos familiares, el amor hacia las mascotas. Había infinidad de opciones, eso la mantenía emocionada la mayor parte del tiempo. Encendía su creatividad.
Degustó un sorbo de vino, ese sabor ligeramente dulce que tanto le agradaba y cerró los ojos, apreciando la suavidad. Durante un instante, recordó a Brett. Imaginó lo bien que encajaría en una historia: «Conocí al muchacho de sonrisa bonita en una floristería. Me atrapó la transparencia de su mirada y lo sencillo que fue divisar su buen corazón. Lucía como la clase de hombre que deseas ver en la puerta de tu casa con un ramo de flores multicolores...»
Una seguidilla de golpes en la puerta principal la sacaron de aquel transe. Exaltada, Amelia golpeó la copa con el dorso de la mano y esta cayó al suelo. Se rompió en pedacitos, mientras la sustancia se esparcía en los mosaicos del piso. No esperaba a nadie. Mucho menos a media noche. Los golpes siguieron. En calcetines, se acercó a la mirilla y su corazón se detuvo ante la figura de su ex marido del otro lado.