MAIA
A veces nuestros tormentos provienen de los lugares más conocidos, haciendo que nos aterre hacer lo que queramos. Si el lugar más seguro es lo que nos aterra y preocupa ¿Cómo tirarnos a lo desconocido? Donde un movimiento en falso puede lograr que abandonemos o perdamos todo.
Di muchos pasos en falso, por eso cada vez me alejaba más de las personas y las cosas que me reconfortaban, la presión del futuro, los sueños, el dinero, la familia; ser un adulto apesta, todo me marea. No por nada me mantengo en mi zona de confort, no quiero salir y enfrentar lo que por obligación debo. La sociedad. Llena de estereotipos, problemas, personas, estrés, responsabilidades; tantas cosas que busco evitar, ni siquiera sé cómo enfrentar la vida.
Observo en el otro extremo de mi habitación, la funda que contiene los restos de Friola. Pude dejar de tocar, pero mi cuerpo no olvida, el cosquilleo en mis dedos me reclama, dejar todo lo que me aturde, pero no puedo, me lo prometí.
Una promesa tonta, considerando lo importante que es para mí, mi sueño se volvió mi pesadilla personal. Vivir con la causa de mis miedos a dos puertas de distancia no ayuda, y tener que verla todos los días, escuchar su irritante voz y opiniones banales, es un martirio. Me había vuelto indiferente hasta con mi familia, había empezado a usar monosílabos al hablarles, porque siempre hablaban de las mismas cosas las cuales me irritaban.
Creen que tienen la respuesta para todo, en especial mi hermana Cloe, dándome sermones de cómo sería mi vida si saliera, socializara e incluso si lograba encontrar mi primer amor; era tan superficial que no sabía la razón de ser hermanas. Durante toda mi vida las cosas giraron en torno a ella, la hija favorita, la mayor, estudiante con honores, me gustaba competir por la atención de mis padres, pero ahora disfrutaba escondiéndome lejos de todos ellos.
Tengo mucho en mi vida por arreglar, mucho por decidir y aun así no puedo alejarme de aquello que amo ¿Cómo se puede renunciar a aquello que amas? Son nuestros deseos retorciéndose en nuestras entrañas, es emoción, somos nosotros que reclamamos disfrutar, sentir y vivir. No puedo con el sentimiento de lejanía, simplemente no puedo.
Hace meses no logro dormir más de cuatro horas, por más lo intente apago las luces, cierro los ojos, aun así, mi cabeza no deja de divagar, se volvió parte de mi rutina. El tiempo corre y no me da un respiro para pensar, detenerme o decirle alto, la razón para esto, estrés, siento que jamás viví mi vida y desde que decidí mantener distancia de las personas me siento libre, aunque no quita que por dentro soy un desastre que no sabe cómo decir lo que realmente quiere.
Soy la hija menor, de alguna forma siempre fui la más consentida, aunque no implica que haya querido que mis padres se sientan orgullosos de mí, y claro, de alguna forma ser mejor que mi odiosa hermana. Hay esta mi gran problema, o bueno parte de él, querer agradar a las personas haciendo lo que otros esperan. Por mucho tiempo no tuve criterio propio, y ahora, me encuentro cautiva en mis propios pensamientos al decidir, no puedo seguir de esta forma, debo encontrar el punto medio.
Decir basta a lo que tanto nos ahoga, para lidiar con cada uno de nuestros tormentos, no es algo que se decida de la noche a la mañana. Cuando ocurre ya no hay vuelta atrás, ahora, la pregunta del millón de dólares, ¿Qué espero hacer? No voy a decir que sepa exactamente que quiero, pero lo que sí quiero es vivir de lo que me apasiona.
No quiero encajar en un sistema que te vuelve esclavo del mismo, perdiéndote en el proceso. No, quiero disfrutar la vida, ser feliz y poder vivir como siempre me lo prohibí. Por lo tanto, mis días son así: despertar y buscar una señal que me diga que quiero.
Esperar, encerrarme, esconderme, escapar: vaya vida emocionante que manejo.
Reviso mi teléfono esperando encontrar una confirmación de Rochelle, no voy a decir que la odie, pero tiene una capacidad para ser colgada que supera la de cualquiera. Es mi mejor amiga y la conozco desde que tengo cinco años, la única amistad que conservo de mi niñez, aun así, debo tener cuidado, por más que diga mañana nos vemos, es probable que cancele o se olvide y no avise.
Así es Rochelle, pero lo que tiene de malo, también de bueno; es sin duda alguien con quien no tengo filtro y jamás me juzga. Solo me dice lo idiota que soy, por no tener idea que hacer con mi vida, aunque claro no todos tienen asegurada una beca para estudiar medicina.
Bajo a la sala encontrándome a mi madre hablando con mi padre, si en algo nos parecemos es que ninguno se molesta en escucharla, resulta estresante no poder hablar como una persona "normal", siempre escuchándola decir lo que hace, compra y contando los problemas que tiene. A veces me siento su agenda, donde constantemente y de forma repetida la escucho, más bien, finjo, por lo tanto, entiendo a mi padre que se encuentra prestando atención a un documental de ballenas.
Todo es más interesante que escucharla, por lo que me siento en frente viendo las imágenes del fondo del mar con la voz de mi madre de fondo, como si su voz fuera el ruido de otra televisión, así la relaciono, ella es un televisor que no puede apagarse, o peor una radio.
Intento averiguar qué comeremos mediante, el olor proveniente de la cocina, mi madre no será una experta cocinando, pero no lo hace mal, sumando a que es nutricionista, toda la comida es sana, de requerir alguna dieta o lo que sea tengo a quien acudir. Claro, en mi vida jamás le pediría consejo, se preocupa tanto que coma, que de no hacerlo exagera al punto de que padezca algún un trastorno alimenticio.
—Sumamos un plato —oigo la voz de mi hermana Cloe adentrándose en la cocina con la mano entrelazada con la de su novio Blas.
—¿Qué tal tu día Maia? —dice Blas, a pesar de que estuvo todo el día, no lo vi en ningún momento, lo miro de reojo ignorando por completo su intento de entablar conversación.