MAIA
Todos los ojos están sobre mí, soy motivo de todo comentario, chisme y conversación que abordan los pasillos, ahora no soy solo la rara que está sola si no además una perra lesbiana que disfruta del sadomasoquismo, todo gracias a la gran creatividad de la arpía. Ni siquiera entiendo como en menos de veinticuatro horas pudo hacer correr ese ridículo comentario de mí, si tan solo pudiera desaparecer de mi vida y acabar en la otra punta del planeta lo agradecería.
Pero no, lo que más odia mi madre es que me salte la única responsabilidad que tengo, no hay ningún motivo valido para tomarme un día libre, ni siquiera llegar llorando mandando a todos a la mierda sin dejar que se acerquen. Todo lo que pido es un respiro que por alguna razón parece no corresponderme, porque claro, tener clavado en mi actitud el alejar a todos parece ser suficiente para que todo contacto social me desespere, por lo que todo lo que implica rodearme de personas no es válido para tomarme el día, al final al otro día tendría que verlos de regreso.
Llevo mi mano a mi pecho cuando cierro mi locker y Owen apoyado en la pared me sonríe de lado, respiro hondo tirando mi pelo hacia atrás mientras acomodo mis libros y me apoyo igual mirando al pasillo. Las masas de estudiantes pasan a nuestro lado riendo al verme, solo pido que la tierra me trague, me giro a Owen ignorando a todos mientras él no borra su sonrisa antes de verme.
—¿Qué te pasa? —pregunto irritada.
—Lorenzo te espera en su oficina junto a Junior —respiro hondo cerrando los ojos, lo que me falta—, fue divertido ver cómo te ridiculizabas y él te besaba.
—Cállate.
—No me vas a decir nada –enarco mis cejas lo que lo hace reír—, ayer detuve a la arpía de saltar sobre tu cuello.
—La hubieras dejado y no estaría en esta situación —me separo del locker acabando de una vez por todas con este circo.
No voy a decir que mi relación con el decano, Lorenzo, sea mala, pero antes de empezar las vacaciones termino algo tensa, por lo que no tengo idea de que humor esta ahora y el hecho que el rubio este con él no me tranquiliza. A penas me ven entrar en dirección avisan que llegue y me hacen entrar, donde la espalda del rubio me recibe y los ojos de tirano de Lorenzo, tomo asiento junto al rubio.
Nadie dice nada, Lorenzo centrado en su computadora, el rubio con una sonrisa que me asusta y mis manos tiemblan aferrándose a la silla. Juegan con mis nervios, no sé qué motivo tienen de este silencio mientras no dicen, quiero replicar decir algo, pero no tengo idea que le habrá dicho el rubio.
—Listo señor Gabardi —espeta Lorenzo a lo que el rubio con un asentimiento se levanta de la silla dejándome sola con el verdugo—. Siguiente asunto Maia Gretss, alias dolor de cabeza.
—¿A qué debo tan hermosa bienvenida? —una sonrisa se dibuja en mi rostro mientras los ojos de Lorenzo no sé quitan de encima.
—Tarea de literatura, le suena —enarco mis cejas negando—. Le refresco la memoria, decir delante de todos que su compañero no salió del closet —quiero abrir la boca, pero levanta la mano callándome—, la pelea en la cafetería con Aveline, la escapada por la ventana.
—La cafetería fue Aveline... —me defiendo siendo callada de nuevo.
—Espero estos comportamientos de los de primer año, no de alguien de último año y en la primer semana de clases.
—Al grano —lo corto—¿Cuál es mi condena?
—Disculparse públicamente —enumera con sus dedos—, castigada después de clases por toda la semana, ser un poco más sociable y empezar arte dramático.
Siento mi pulso acelerado, un escalofrió en todo mi cuerpo y ganas de romper todo lo que tengo delante, respiro hondo intentando calmarme, si bien todo esto es por mi comportamiento. Puedo hacer esto y más si tan solo puedo tener acceso a aquel piano que me llama desde que lo vi, pude estar sin tocar por más de un año, pero Magda tiene razón, puedes alejar lo que más ama, pero eso no quita que no regrese.
—La sala de música —susurro y él se sienta en el respaldo de su silla—, Magda me dijo que iba a hablar para tener acceso entre clase, siempre y cuando no esté en uso.
—Y tu comportamiento sea perfecto —asiento soltando el aire dejándome caer en el respaldo de la silla.
—Sin quejas, tomo arte dramático, me disculpo y evito peleas, pero quiero el acceso –mis manos sudan ante el silencio y la mirada de Lorenzo fija en mí.
—Sal de mi oficina y pruébame esta semana que eres de palabra.
Le hago una reverencia con mi cabeza y una enorme sonrisa dibuja mi rostro cuando tomo mis cosas y salgo de su oficina encontrándome a Owen esperándome fuera. No borro mi sonrisa y le paso de largo, lo siento siguiéndome, pero lo ignoro deteniéndome junto a la sala de música viendo aquel piano llamándome.
—Creí que no tocabas —lo oigo a mi espalda por lo que me giro viéndolo con las cejas enarcadas.
—No lo hacía, pero en lo de tu amigo cambio —apoyo mi mano en la puerta prometiéndome pronto tocar—, lo extraño.
—Sabes que es extraño —veo a Owen—, que aún no pude presenciar tu talento de nuevo, seguro perdiste el toque.
Me muerdo el labio sintiendo mi rostro enrojecer mientras lo señalo haciéndolo retroceder, le debo una disculpa al rubio, ridiculizarme en arte dramático, pero no voy a permitir que digan que perdí el toque, recuerdo como tocar y recuerdo claramente que nunca podía seguirme el ritmo. Mientras este engendro solo se esfuerza en destrozar una batería yo me asegure de aprender a tocar el piano y la guitarra llegando incluso a seguirle el ritmo a Aveline cuando estudiaba con ella.
—No soy quien se perdía y comenzaba a golpear la batería como un psicópata —lo empujo me toma de los hombros cuando Lorenzo nos observa desde su oficina.
—Pruébalo —me giro observándolo—, en mi casa el sábado en la noche.
—Nunca —susurro sin poder sostenerle la mirada.