MAIA
Estamos condenados a una vida incierta, a una vida llena de sueños fragmentados que se ven desvanecidos a medida que crecemos, permanecemos con la esperanza de que vamos a poder alcanzarlos quebrándolos en pequeñas partes o modificándolos, a veces olvidando el original. De niños nos dicen que soñemos en grande que seremos capaces de ser quien queramos, a medida que crecemos nos encontramos con la cruel realidad, nuestros sueños no son más que eso, falsas esperanzas de la vida que anhelamos.
Nos vemos frente a un espejo ideando una imagen que jamás será real, apegándonos a falsas creencias que nos mantienen despiertos para no caer en la agonía de una vida que jamás quisimos, es así como nos pintan la vida, nos dejan vivir en los sueños hasta que llega el momento de salir al mundo por nuestra cuenta. No somos capaces de ver el mundo que tenemos fuera, lo difícil que es poner un pie en él, valernos por nosotros, la vida se trata de luchas, algunas, imposibles de ganar. Por lo que tener delante de mí la puerta que jamás creí atreverme a atravesar me genera cierto remordimiento, no es que me desagrade, es que la idea de la vida que todos los demás me pintan no es una que esté dispuesta a aceptar.
No puedo, no necesito que alguien más me diga que me espera al terminar, al salir al mundo adulto donde soy responsable de mí, necesito un respiro de todo esto por lo que me pongo de pie saliendo de aquel lugar que promete aconsejarme y guiarme al mundo real pretendiendo saber que es lo mejor para mí. Es ilógico que alguien pretenda dar una respuesta sobre lo que es mejor para mi sin siquiera conocerme o saber algo de mí, no sé porque me dejo arrastrar por las suplicas de mi familia a la hora de ver por mi futuro como si el solo hecho de tener sueños y esperanzas despiertas me condenan al fracaso.
Los pasillos abarrotados de alumnos más que inquietarme ahora mismo me dan la calma y paz que necesito, olvidarme de estar a punto de tener una conversación sobre el futuro que me genera ansiedad, a veces incluso me gustaría ser como la mayoría y no cargar con falsos sueños que no como alcanzar. Paso por el salón de música viendo a Magda acomodar el salón para su próxima clase por lo que no me molesto en saludar cuando paso y ocupo el asiento del piano.
Necesito despejar mi cabeza de los pensamientos inciertos acerca del futuro, necesito volver a mi realidad donde lo único que debería importarme es como conseguir el protagónico y ganarle a Aveline, necesito perderme en las notas del piano y que todo el vacío que se almacena en mi pecho se vaya. Consumir todas las presiones y dejarlas hechas cenizas, la vida necesita ser más simple, sin tantas luchas y batallas que librar, poder perdernos en el mundo sin tener que cargar con la culpa de lo que podríamos dejar atrás. Es como dejo que mis manos vaguen por las teclas, donde cada una es un soplo nuevo de libertad, es una oportunidad para mantenerme fiel a lo que quiero, ignorar todo a mi alrededor, solo yo y la música.
—Esa es mucha frustración —replica Magda cuando dejo de tocar con la respiración agitada y mis manos temblando.
—Es mucho que procesar —respiro hondo antes de voltear a verla—, necesito un respiro de la vida Magda.
Su sonrisa me transmite paz, deja las partituras en una silla y se acerca al piano donde le hago un lugar donde ambas nos observamos en silencio, su cabello corto habitualmente se encuentra indiscutiblemente más presentable junto a unos mechones más claro, prueba irrefutable de su visita a la peluquería. Necesito un respiro, dejar de divagar tanto y enfocar mi atención, por lo que el ruido del piano al golpearlo con mi frente son mi golpe a la realidad y al ahogamiento que me otorga la vida.
—Mientras estemos vivos nos vemos obligados a respirar —acaricia mi espalda y volteo a verla sin despegar mi cabeza del piano—, nuestro cuerpo involuntariamente nos obliga a respirar. Si tu queja es por eso no creo que estando viva obtengas un respiro de ella, somos responsables de a que le otorgamos poder.
—Si mi queja es por el futuro, por lo que esperan los demás que haga —me incorporo dándole mi atención, suspira sonriendo.
—La vida es un espectáculo Maia, tiene un público evaluándonos todo el tiempo, aunque la ignoremos, no podemos escapar de la crítica o los aplausos, solo vive el show que creas merecer.
Sus palabras son un golpe que me obliga a cerrar los ojos y dejar que la humedad se pierda en la oscuridad, hablar con ella siempre me pareció un golpe de esperanza de que todo es posible, por lo que tenerla delante de mí dándome este aliento es algo que no sé cómo recibir.
—No sé qué merezco —susurro viendo mis manos.
—Entonces sal afuera y descúbrelo, no puedes detener el tiempo, mucho menos la vida —su voz es dulce como si temiera quebrarme—, ninguno espera Maia.
Ninguno espera, palabras tan reales que me duelen, es un golpe que había ignorado soy tan consiente de él que me asusta seguir desperdiciando oportunidades, temo por mis reacciones y lo que pueda conseguir. Deje pasar muchas cosas al confiar en las personas erróneas, es tanto el miedo que tengo de volver a errar confiando en alguien que no sé qué cuanto va a durar esta fe ciega que pongo sobre el rubio, quien trae a Owen y el millón de recuerdos que almaceno.
La vida se trata de luchas constantes depositando nuestra confianza ciegamente en nosotros y los demás, renuncie a la segunda para centrarme en la primera, lamentablemente me doy cuenta que ninguna funciona por separado, van juntas, a la par. Así como un musico no es nada sin su instrumento, un cantante sin su voz o una banda sin sus integrantes, la confianza no es nada si no va acompañada, solo tiene un enemigo y es el miedo, tengo tanto miedo a perder otra vez que no logro ver más allá.
—¿Qué es lo peor que puede pasar si lo intentas? —comienza a tocar teclas al azar creando una melodía extraña sin dejar de verme—. Lo único que puede pasar es que sea pobre al inicio, como aprender a tocar, que pasa con el tiempo —comienza a tocar Para Elisa de Beethoven—, aprendes y te superas.