Infierno Escarlata

Capítulo 45

31 de enero — primavera de 1617.

—Pásame esas maderas —dijo Blazh.

Moira se apresuró y tomó una pila de tablones. Estiró los brazos para alcanzárselos, y en un mal movimiento se clavó una astilla.

Pegó un chillido de dolor, pero no le dio mucha más importancia. Siguieron construyendo trampas por todo el bosque: era lo único que retrasaría a las tropas del rey.

—¿Nerviosa? —preguntó el escarlata.

Moira sonrió, aparentando seguridad.

—No —contestó—, sólo ha de aterrarme no saber qué será de esta batalla. No hube logrado conciliar el sueño en días, tengo malos presagios.

Blazh se acercó a ella.

—Descuida. —La tomó de las manos—, este grupo sabe protegerse. Somos fuertes, nos mueve un mismo deseo. ¿Hay mejor remedio que ese ante el gusto amargo de una guerra?

La chica sonrió, contagiándose de la confianza de Blazh.

El mundo era más bonito cuando tenía gente que la entendía a su lado.

Y, sin esperar mucho más, siguieron trabajando.

Las atalayas fueron la novedad del momento. Al principio una idea borrosa, pero con el tiempo, Blazh empezó a perfeccionarlas y se pusieron manos a la obra.

Ya hacían tres días del avistamiento en las minas de azufre, y nunca se detuvieron.

Cortar leños, apilar, construir.

Cortar leños, apilar, construir.

Cortar leños...

31 de enero — invierno de 1617.

—¡Maldita sea! —gritó el rey, tirando al suelo unos cálices que había en la mesa.

El sonido del metal empezó a retumbar por todo el castillo, dándole la señal a los siervos de que su monarca no estaba muy contento.

Era mejor no acercarse en momentos así.

—Octabious, amor mío, tranquilízate —comentó Katerina, llevándose un trozo de carne a la boca—. Pensar con la mente nublada empeorará la situación. Recuerda, ¿Qué ibas a decirme?

El rey miró a su esposa, dejando al descubierto sus ojeras. Estaba realmente desesperado, y seguía sin conciliar el sueño.

Cerró los ojos, tratando de calmarse. Rebuscó en su cabeza hasta que lo encontró; el plan que podría salvarlos de los rebeldes.

—Ir al bosque y matarlos. Cortar cada cabeza, cada brazo, hasta inmovilizar y poder hacernos con la victoria.

Katerina rechistó.

—¿Y perder medio ejército en el camino? —negó rotundamente—, hay planes mejores.

La condesa se puso de pie, y empezó a caminar a sus espaldas de un lado a otro. Octabious no la veía, pero sentía su presencia:

—Implementar cascos a los soldados habrá de favorecernos —dijo el rey—, ha de ser nuestro punto débil.

—Y quemarlos vivos mientras duermen.

—¿Qué? —preguntó el hombre, dándose la vuelta.

La mujer se acercó y rodeó a Octabious con sus brazos. Depositó algunos besos en su cuello, y luego miró hacia el frente, señalando la vela que yacía en la mesa.

—El fuego habrá de ser la única opción de devolver a los bermejos donde pertenecen —comentó Katerina, que ya tenía un plan armado hacía tiempo.

Y era el momento indicado para revelarlo.

—Cuéntame más.

La mujer se sentó a un lado de su hombre, ansiosa por soltarlo todo. Se sirvió un poco más de vino, y tras embeber sus labios en él, lo miró con grandeza, para decirle:

—Habremos de quemar el bosque de Pocatrol por completo. Algo que se vea desde la región más lejana por existir —exageró ella, alzando los brazos—. Dios nos provee lo que necesitamos, y una idea llegó a mí. ¿Qué usamos para avivar los candelabros en las noches de frío?

—Fuego.

—Octabious, querido. ¿De dónde obtenemos el fuego?

—De la madera, del papel —Se paralizó, captando a dónde quería llegar con su plan—. Del azufre.

Katerina le lanzó una sonrisa alardeante. Era un plan perfecto, y el rey quería comenzar a ejecutarlo:

—¡Has de ser brillante, brillante! Esas ratas habrán de arder. Enviaré mis trop... —quiso decir, pero la condesa no le dio tiempo a terminar.

—Me hube adelantado. Envié una tropa de cuarenta soldados a Pocatrol tres días atrás —le comentó—. Treinta a vigilar los perímetros, diez a extraer azufre de las minas.

El rey quedó en silencio. Se puso de pie, era alto como una atalaya.

Se acercó hasta Katerina, callado, y la tomó de los mofletes, acercándola hasta su rostro.

—Eres la mujer más astuta que haya pisado estas tierras. —Le dio un beso—. Habré de comenzar la recolección de dineros para comerciar con otras regiones, compraremos yelmos y esclavos.

—Deberás comenzar ya mismo, Octabious.



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En el texto hay: fantasia, misterios, aventura epica

Editado: 20.07.2022

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