Uriel y Lucifer llegaron al gran pabellón donde todos los seres celestiales observaban impotentes el sol donde estaban encerrados Allen y Ra. Incluso cuando los vieron aparecer no les dieron tanta importancia como la que le otorgaban a la lucha entre ambos.
—Metatron.
Uriel llamó a Metatron, pero este último solo lo miró de reojo antes de ignorarlo por completo.
En ese instante, un atronador golpe resonó de nuevo desde el interior del sol, fue mucho más sonoro que los últimos e incluso se apreció un grito de dolor.
—¡¿Acaso no vais a pararlos?! ¡Matará a Ra a este paso!
El que hablo, Zeus, les preguntó entre gritos a ambos. Pero Lucifer solo lo miró mientras instaba a Uriel para que se detuviera colocando la mano abierta frente a su pecho.
—No fue idea nuestra juzgarlo por crímenes sin sentido. De hecho si lo mata hace un favor al universo. Solo hemos venido a preguntar por qué demonios habéis dejado a mi padre comenzar el apocalipsis.
—¡No eres el más indicado para hablar de crímenes, Lucifer!
—¿Ahora te dignas a dirigirte a nosotros, Metatron?
Otro golpe resonó desde el sol, haciendo que incluso el suelo temblara. Los dioses comenzaron a mirar al sol con temor, al fin y al cabo, Allen era un mero humano que enfrentaba al patriarca del panteón egipcio.
—¡Llevaos a ese monstruo!
Esta vez, en el momento que se tranquilizó el suelo debido al golpe, Odín habló mientras miraba a ambos ángeles con su ojo izquierdo temblando. Sin embargo, ni Uriel ni Lucifer se dignaron a responderle.
—Lucifer... Uriel...
Lucifer supo al instante a quién le pertenecía esa voz, por lo que sus manos comenzaron a temblar mientras cogía la guadaña fuertemente en sus manos. Al girarse, pudo ver a Miguel mirando el horizonte.
—Raguel está enfrentándose a ese humano sin creencias, y el niño maldito está dirigiéndose a su perdición intentando encontrar a Padre, ¿qué le habéis hecho a San Pedro?
Lucifer estuvo a punto de abalanzarse contra Miguel con la guadaña en alza si no fuera porque Uriel lo sostuvo del brazo, negándole con la cabeza para que se tranquilizara.
—Miguel, si alguna vez has tenido en estima nuestros lazos como hermanos te pido que detengas esa estupidez del apocalipsis.
Riéndose, Miguel se giró y miró a Uriel a la par que todos los seres celestiales salían de allí.
—No es ninguna estupidez, Uriel. Los humanos blanden armas del infierno, son capaces de invocar demonios, usan poderes mas allá de su comprensión, y por si fuera poco, están aliados con el rey del infierno. Un mundo así no merece salvación alguna.
—Pero hay personas que no merecen morir.
—No existen ese tipo de personas, Uriel. Hombres y mujeres puros no existen.
Esta vez, sin embargo, se escucho una carcajada proveniente de una diosa que se quedó allí, Albina, que se reía mientras apuntaba con el dedo a Miguel.
—Albina, te aconsejo que ceses en tu risa sin sentido.
Tras quitarse una lágrima, Albina apuntó con su dedo al sol desde el que se escucho otro golpe ensordecedor.
—Ese hombre es puro. Es lo más puro que existe. Es virgen, y es una persona que está tan rota, que cuando decidió ser como es, no le importó recibir la burla de los demás. Salva a todas las personas a su alcance. ¿Eso también es alguien que merece morir según tú, Miguel?
—No digas tonterías, Albina. Es solo un niño que...
—Su apariencia es un niño, pero ha vivido mucho más que eso. Lo confirmé con Yue-lao hace unas semanas, Allen es mucho más anciano de lo que aparenta.
—¡No digas su nombre loca!
En ese instante resonó un golpe parecido al repicar de una campana, siendo acompañado por la desaparición del sol lentamente mientras un cuerpo salía volando hacia donde se encontraban ellos. Fue Ra, cuyo cuerpo estaba sangrando por todas partes mientras intentaba desesperadamente levantarse al mirar a Allen, que se acercaba lentamente paso a paso una vez llegó al suelo.
La armadura roja de Allen estaba completamente agrietada, solo las grebas quedaban de ella, su torso estaba desnudo al igual que su rostro y puños. Al igual que Ra, Allen estaba sangrando también por todas partes, aunque a diferencia de el, Allen mantenía los puños apretados mientras caminaba hacia el.
—¡Eso es... imposible! Es un humano... ¡Es un simple humano! ¡¿Cómo puedes vencer a un dios?!
Allen ignoró a Miguel y siguió caminando hacia Ra, que lo miraba con los ojos llenos de terror.
En el momento que Miguel batió sus alas, apareció frente a Allen con una espada de plata con la que iba a matarlo decididamente, sin embargo...
—Apártate de mi camino.
Miguel no pudo soportar siquiera el puño de Allen en su rostro, haciéndolo volar varios metros mientras caminaba hacia Ra con sus brazos ardiendo en llamas carmesíes.
—Tú vas a ser el primero, y no voy a parar hasta detener vuestro estúpido apocalipsis... incluso si es necesario, mataré a Dios mismo.
—¡Humano bastardo!
Levantándose, Miguel se limpió la sangre en su boca mientras miraba a Allen.
—Todo caballero que se precie debe comprender una regla básica, nunca dañarás a una mujer. Ya sean monstruos, villanos o dioses, si intentáis hacerle algo a una mujer, ¡os mataré yo mismo!
Ra, acobardado, ni siquiera se atrevía a replicarle a Allen en lo más mínimo, de hecho solo intentaba alejarse hasta que llegó a la pared.
Miguel perdió los estribos y voló hacia Allen, golpeándolo con su puño en el rostro, pero a diferencia de lo que esperaba, Allen se mantuvo en el sitio y solo lo miró de reojo sin estar afectado en lo mas mínimo.
—¿Y eso es todo? Conozco a alguien que con solo un golpe normal suyo es capaz de matarme, tu golpe es una leve brisa en comparación.
Fue en ese momento que Allen gritó mientras golpeaba a Miguel en el rostro, mandándolo junto a Ra. Tras eso, Allen saltó mientras las llamas carmesíes de su brazo derecho ardieron sin control alguno y se dejó caer hacia Miguel y Ra.
—¡Impacto Carmesí Versión Avanzada!
Formando un dragón con las llamas tras el, Allen golpeó a ambos con su puño y llamas, llenando todo el área con una explosión.
Albina, Uriel y Lucifer lograron salir ilesos del pabellón debido a que Uriel tuvo un mal presentimiento de lo que iba a hacer Allen. Y en efecto, fue correcto, ya que la explosión hizo que el pabellón se agrietara y comenzara a derrumbarse.
Los restos derruidos del pabellón ardían en llamas carmesíes mientras una silueta caminaba lentamente, pareciendo la encarnación del rey demonio, hasta que miró a los cientos de seres celestiales que observaban perplejos su destrucción en lo alto.
—¡¿Quién es el siguiente?!
La pregunta de Allen incluso hizo que Buda, calmado y sereno, temblara un poco. No obstante, ningún ser celestial, ya fuera ángel o deidad, tuvo el valor de responder esa pregunta, haciendo que el silencio reinara en todo el lugar mientras Allen expulsaba de su cuerpo una densa neblina azul.
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Editado: 13.05.2024