Inefable: algo que es tan increíble que es difícil describirlo en palabras.
— ¿Dónde estamos? —preguntó Ahin con cierto tono de desesperado. Sus pensamientos se habían cortado, interrumpido, y prácticamente olvidado.
Miró a su tía que suspiraba frustrada mientras se daba cuenta del lugar en donde estaba.
— ¿Qué has hecho? —le recriminó al joven.
Pero cuando volteó a verlo éste se estaba yendo por la puerta.
— Tía ¿Qué pasa? —volvió a preguntar Ahin. Wabi, se volteó y la miró con los ojos cubiertos en un manto líquido de añoranza.
— Estamos en el lugar en el que te hablé —respondió con una voz temblorosa.
— ¿Qué lugar? —los nervios comenzaban a acelerar su corazón a un punto extremo.
— Del que te hablé —hizo una pausa en la que vio hacia la puerta para verificar si el joven volvía. Luego se giró hasta ver a los ojos a su sobrina—. Tienes que prometerme que lo harás todo para seguir adelante.
— ¿Qué?
— Éste será tu lugar de ahora en adelante. Quiero que olvides a tu madre, a tu padre, a tu hermano, a todos, porque ellos te olvidarán.
— ¿Cómo que me olvidarán? —los ojos de Ahin parecían estar soportando las ganas de llorar. Su corazón estaba fuera de control y sus manos se ponían rojas de tanto frotarlas entre sí.
— No preguntes tanto. Yo voy a estar a tu lado. Prometo dar mi vida para que estés a salvo. Pero ahora eres una Reina, Ahin. La Reina de un mundo que te haré conocer, debes ser fuerte, confiable, creer en mí, siempre voy a estar de tu lado.
— Tía… —quiso protestar, pero no la dejó.
— Llámame Wabi Sabi, o Wabi. Como prefieras.
— Prefiero llamarte Tía —se enfrentó a ella con gran porte llevado por le miedo y la desesperación ¿Cuántas veces en la vida eres obligada a hacer algo que no quieres?
— Ahin —le llamó la atención al mismo tiempo que caminaba unos pasos para estar más cerca y que sus palabras, aunque fueran fuertes, no hicieran eco—. Sólo haz lo que yo digo.
— Traje el aparato —dijo Zarael entrando con un instrumento bastante peculiar e interrumpiendo la conversación. Parecía una bocina sujeta a una manguera de lavarropas, conectada a un motor de lancha, (eso, si lo relacionamos con cosas que pudiésemos reconocer), bastante oxidado y en mal estado. El chico sopló por encima de esa cosa quitándole todo el polvo y luego dijo—. Está como nuevo —cosa que a Ahin le pareció una locura ¿Esa carcacha como nueva? Y la verdad era que en su mundo, las cosas nuevas tendían a brillar para atraer la atención del espectador, caso contrario era lo que ocurría aquí.
— ¿Aún no me crees? —lo cuestionó Wabi luego de cruzarse de brazos y mantener una actitud, sorprendentemente, inmadura e infantil.
— Si ella no es la Reina —dijo al colocar la cosa sobre una mesa cubierta en tela verde junto a una silla en violeta—, tendré que matarla —lo dijo con tanto cinismo que Ahin empalideció. Rápidamente buscó a su tía con la mirada y gritó auxilio con sus ojos al borde del llanto. El miedo la había consumido hasta el punto de no poder hablar. Era una persona a la que la muerte le causaba la misma fobia que un ratón a un elefante.
— Tranquila. No lo hará —intentó calmarla, pero la respuesta seguida por una risita de Zarael no la ayudaba.
— Si no lo es tendré que hacerlo. Y será un placer.
— No lo harás, porque ella es la Reina —comenzaron a discutir.
— Pero yo no creo que lo sea —discutían como un par de hermanos, esa era la imagen reconocida.
— ¿Quién estuvo con la Reina? Yo. Yo misma le di la corona —el rostro del alvino se volvió negro al escuchar eso. Su mirada penetrante se fue derecho a Wabi quien sostenía una expresión de superioridad.
— ¿Tú le diste la corona? ¿Por qué no lo hizo la Reina?
— Sí. Sobre eso quiero hablarte.
La respuesta hirvió la sangre dentro del joven, tomó del antebrazo a la niña y la sentó en la silla, clavó la bocina en su frente y le dio un puñetazo al motor. Entonces la manguera comenzó a temblar. Poco a poco la vista de Ahin se iba nublando, hasta que pasado un minuto se aclaró, es más, los colores se veían más nítidos que nunca, hasta podría decir que había colores nuevos frente a ella. Una corona resplandeciente apareció sobre su cabeza, mientras que las venas de sus manos y brazos comenzaron a resaltar en un color brillante, y la sangre que corría por ellas parecía purpurina color violeta.