Ramé: aquello caótico y hermoso al mismo tiempo.
El escandaloso ruido de un reloj la había sacado de su dichoso sueño. Ahin abrió los ojos entre las sedosas sábanas y cuando por fin pudo ver el lugar en el que estaba, y darse cuenta de que no había sido nada un simple sueño, vio a Wabi sentada a su lado.
— Vamos. Te vestiremos para conocer a la Congregación de Reinas.
La niña dirigió su vista a los pies de su cama y se encontró con una cantidad de veinte mujeres, una al lado de un vestido distinto color blanco.
— Ellas son vianis, siervas cercanas a la corona. Ellas serán quienes te sirvan, siempre que necesites algo no dudes en llamarlas —le explicó su tía. Luego agregó—. Ahora levántate, por favor —una viani se acercó con una jarra llena de agua, un plato hondo de metal y un trapo colgando de su antebrazo—. Te lavaremos y vestiremos. Te pido que no sientas pudor. Acostúmbrate a esto ¿Lo intentarás?
Ahin suspiró y al no ver salida, con los ojos cerrados, asintió.
— Sí.
Y así fue, la lavaron, perfumaron, vistieron, maquillaron. Pero cuando ella se fue a ver al espejo, por más que se viera tan hermosa como la misma Afrodita, no le gustaba nada el ostentoso brillo que llevaba puesto, y los labios rosa no eran su mejor elección. No, no estaba contenta con su imagen y se reprochaba una y otra vez frente al espejo mientras que Wabi hablaba seriamente con las vianis sobre el tratado con ella ¡Eso era! ¡Parecía una novia! Y de eso ya había tenido suficiente los últimos dos años.
De repente, de la nada, alguien pareció hablarle. Lo que escuchó fue un: “No me gusta”. Miró hacia atrás y sólo vio a Wabi hablando con las vianis. Ahin se sintió extraña, pues luego escuchó “¿Por qué no cambias?”. Se miró en el espejo dejándose llevar por la voz para encontrar su paradero, vio su reflejo y luego levantó la vista hasta encontrar unos pequeños ojos que pestañeaban frente a ella en el marco del espejo.
— Tu eres la Reina.
Definitivamente el espejo le había hablado. Su reacción inmediata fue dar un paso en falso hacia atrás mientras que un agudo gritito salió de lo más profundo de su garganta para luego caer sentada al suelo.
Wabi corrió hacia ella junto con las vianis que ayudaron a levantarla.
— ¿Qué ocurrió? —le preguntó.
— El espejo habló —contestó la niña estupefacta sin quitar la vista de esos ojos juguetones.
— No, linda —intentó tranquilizarla—, aquí los espejos no hablar.
— ¿Cómo que no? —preguntó ella.
— ¿Cómo que no? Me ofende —repitió lo mismo que la niña el objeto que parecía molesto.
Wabi lo miró con los ojos en blanco, se le acercó, achicó éstos para verlo mejor y le dio tres pequeños golpes al marco.
— ¡Con cuidado, señorita! —se quejó éste. Con cada golpe, lo que parecía restos de algún polvo, volaron del espejo. Al ver esto, la Dama encontró una respuesta.
— Realmente te desagrada tu atuendo ¿Verdad? —le dijo con pena.
La niña miró el suelo y varió su vista en él. Sí, lo detestaba.
— Luego podrás ponerte lo que desees, pero por favor, no vuelvas a darle conciencia a un mueble. Son insoportables cuando quieren.
— ¿Cómo? —Ahin estaba desconcertada— ¿Yo lo hice?
— Nadie más aquí podría y nuestros muebles no hablan —una gran expresión de esperanza y maravilla pintó su rostro—. Tienes poderes, linda, debes saberlo. Y ésta clase es muy particular. Igual no te ilusiones —dijo entre risas la Dama—, sólo te dirá lo que tu subconsciente quiera oír —suspiró mientras se acercaba a la puerta—. Vamos. Hablaré con Zarael en el camino sobre esto, él es quien te entrenará. Espero…
Salieron mientras escuchaban ese espejo parlanchín decir:
— ¡Hasta luego, su Majestad!
Ahin, aún con la ilusión en las nubes, lo saludó despidiéndose con la mano y una encantadora sonrisa como las que sólo ella podía tener.
Al final del pasillo estaba Zarael esperándolas. Esta vez ya no estaba vestido de traje, sino que llevaba un uniforme negro lleno de cadenas finas doradas, medallas y hombreras, que de sólo verlas parecían pesadas, también llevaba un sombrero de cuero brilloso, todo su traje era brillante, incluso los zapatos con plataforma que llevaba lo hacían ver más intimidante; también traía una espada con mango rojo en una funda rosa con la punta carmesí. Se veía tan elegante que llamó la atención de Ahin.