Arrebol: cuando las nubes se tiñen de rojo al exponerse al sol del atardecer.
Miró su reflejo ante el espejo que no dejaba de decir “MUERTE”. Sus ojos, sus ojos parecían un mar de fuego, un día oscuro y una tempestad de terremotos teñidos en violeta. Sus párpados temblaban a tal punto que le costaba ver, pero lo que veía no lograba descifrarlo.
— ¡Llévense a la Reina! —gritó Zarael. Así cómo terminó de decir esa frase, quince soldados aparecieron en el salón, ocho se llevaron a Ahin a su cuarto mientras que los demás se llevaban a las Reinas a sus aposentos.
En cuanto Zarael vio que quitaban el cuerpo, y ordenó que buscaran al responsable, se dirigió directo hacia donde se encontraba la niña.
No obstante, Wabi fue por el camino contrario, directo al oscuro sótano donde gobernaba como un rey, Klasco. No era la primera vez que utilizaba pasillos inhabitables, y no sería la última, para llegar a él.
Klasco estaba de espaldas a la puerta cuando ella entró. La humedad del lugar se impregnaba en su nariz, pero no era como si le importaba, aunque hacía mucho que no sentía ese perfume. Enredaderas se colaban por las pequeñas ventanas, junto a un poco de luz clara, pero las velas no estaban apagadas, nunca lo estaban.
— Llegaste —fue lo primero que dijo, sin voltearse.
Wabi caminó firme, haciendo eco con los zapatos altos, decidida a enfrentarlo, como la última vez. Klasco se volteo antes de que ella completara su pedido, quedando, ambos, a poca distancia entre sí. Él tenía los labios separados y la mandíbula relajada como si esperara algo, pero Wabi se encontraba en una postura opuesta.
— Te esperaba —le dijo.
— Lo imaginé. Pero supongo que no sabés el por qué. Tu vista no llega a tanto.
— No, pero no necesito magia para saberlo. Vienes por Ahin.
— Tu Reina —aclaró—. No puedes osar a llamarla por su nombre.
— Aún no fue coronada…
— Dime ya ¿Qué pasó en el salón?
— ¿Por qué no se lo preguntas a ella? Ahora eres cercana a la corona.
Las fosas nasales crecían y disminuían, su mandíbula era tensada con cada palabra y sus pupilas parecían una partícula de polvo. Wabi no sabía si ponerse furiosa o seguirle el juego.
— Tú sabes —le dijo mientras se volteaba a mover estructuras de plomo, que tenía sobre las mesas, el brujo—. El rumor del cambio de reinado está circulando por todo el castillo. Si esto continua, no tardará en llegar al pueblo ¿Quieres que enumere los riesgos? Si la Reina es coronada antes de obtener la aprobación del pueblo podría causar una rebelión y quitaran a todos del poder, eso sin contar que ahora cada Hiloit intentará conseguir el mejor puesto posible. Ahora permíteme preguntarte ¿Qué tenías en la cabeza cuando hiciste eso? ¿Era por tu nuevo puesto de Dama Real? ¿Para ya no ser la sastre de Zarael? Sentiste que podías ser más.
— No te estoy pidiendo esto. Quiero que me expliques qué fue lo que ocurrió —se defendió intentando, por todos los medios, cambiar de tema.
— ¿Aún no te diste cuenta? Muchos quieren a la antigua Reina, y harán todo lo posible para que ésta vuelva, o que nada más cambie, probablemente uno de ellos tomando la corona ¿Quieres que te aconseje? Presenta de inmediato a la nueva Reina y evítate una catástrofe. Después de todo ahora tú estás a cargo ¿No?
Con los nudillos a punto de atravesar su piel, Wabi salió a las corridas hacia donde se suponía que Ahin estaba. Pero para eso Zarael ya había llegado y estaba luchando contra una niña que sólo quería volver a su casa.
— Intentaron matarme, intentaron matarme —repetía incansablemente con una grandeza en la última palabra—…matarme —volvió a decir. Estaba sentada, contra la cama, mirándose en el espejo y el vestido cubriendo todo a su alrededor.
— Por favor…cálmate —él, quien nunca había vivido una situación similar, sólo rogaba que Wabi apareciera pronto para que ella pueda encargarse de tranquilizarla.
— Quiero volver —dijo de repente. Eso llamó especialmente la atención de Zarael.
— ¿Qué?
Ella, ahora mirándolo a los ojos y con más claridad en su voz, volvió a decir:
— Quiero volver —casi suplicaba con los ojos al borde del llanto.
— No. No puedes hacer eso —él se inclinó al límite de su vestido. El hecho de dejar sin una Reina (por más inútil que sea) al reino, era lo mismo que dejar un cuerpo sin cabeza, como la gallina.
— Me matarán. Y le tengo terror a la muerte. Por favor, déjame volver a mi casa.
— La única salida que tienes de aquí es la muerte —le aclaró.
En ese momento los golpes en la puerta, de afuera de la habitación, despertaron la situación.
— ¿Quién es? —preguntó el joven.