Mondo: libre de cosas añadidas o fuera de lugar.
Era un pueblo pobre, con recursos demasiado escasos, y como único hijo varón era su trabajo salir a buscar comida mientras su madre trabajaba sin parar durante día y noche. Un niño que no conseguía ser aceptado por la falta de alimentación y la gran debilidad en sus huesos, ese día había llevado una gallina a su casa que había robado unas cuadras atrás. Su madre aún no había regresado, pero su pequeña hermana estaba en la casa.
— Ve a tu cuarto, Alisa —le ordenó a penas ingresó con la gallina agarrada del cuello tras su espalda.
— Sí, pero quiero que sepas que no quiero hacerlo —le contestó su hermanita, él sonrió, le causaba gracia porque en verdad la amaba, aunque fuera testaruda y algo engreída, pero simplemente no quería que viera cómo mataba a la pobre gallina.
La niña se fue y Mariel sólo puso al animal sobre la mesa, tomó el cuchillo que tenía en la cintura, colocó la charola de metal, que estaba bajo la silla, en el suelo a orillas de la mesa, entonces le cortó la garganta mientras que la sostenía de las patas. La cabeza cayó en la charola que comenzaba llenarse de sangre. Lo que quedaba de la gallina había comenzado a aletear y a intentar escapar, pero la sostuvo con ambas manos dejando el cuchillo a un lado. Sin embargo, algo salió mal.
Era un día nevado, y la gallina se escapó de sus manos saliendo a brincos por la ventana sin vidrios. El niño tomó el cuchillo dispuesto a atravesarle el corazón. Salió fuera, sosteniendo con firmeza el filo cruzó la puerta poniendo los pies sobre la fría nieve. El cuerpo disparatado estaba corriendo hacia un pequeño charco congelado, Mariel la siguió a las corridas, y sin querer tropezó pues no vio el tronco cortado que estaba a su izquierda. Él cayó primero y luego el cuchillo, atravesando su mano que había quedado reposada sobre el charco congelado. En ese momento el cuerpo de la gallina cayó convirtiéndose en cadáver, y él gritó con todas sus fuerzas al ver lo que ocurría. El hielo comenzó a entrar por su herida congelando su sangre, parecía que el hielo era cristales entrando a su cuerpo y rompiendo cada músculo y vena que se ponía en su camino. Al cabo de unos segundos se desmayo del dolor.
Cuando despertó estaba sobre una cama hecha de paja cubierta por una sábana y otra que calentaba su cuerpo. Al lograr tomar conciencia vio que el calor que sentía en realidad no era eso, sino que se trataba de frío. La manta, la cama, el suelo, las paredes, absolutamente todo estaba cubierto de hielo. De repente escuchó unas voces.
— El hilo se apoderó de su cuerpo y no puede controlarlo. Debemos deshacernos de él lo antes posible.
— ¿Pero qué le diremos a su madre?
— ¡No hay tiempo para pensar en eso! Se volvió un monstruo, casi mata a su familia ¿Crees que lo querrán de vuelta? Vamos ya, si la Reina Katria se entera que lo tenemos nos asesinará a nosotros también.
Abrieron la puerta sobresaltando al niño, empuñaron unas espadas y se acercaron amenazantes. El temor lo llevó a la desesperación, cuando los hombres alzaron las espadas, inconscientemente, observando el punto débil, los apuñaló con un par de lanzas de hilo que salieron de su pecho, matándolos. Se aterró aún más, y salió corriendo del lugar. Era una cabaña pequeña, la misma de donde había robado la gallina. Corrió hasta llegar a su casa, pero cuando lo entró sólo estaba su madre. Ésta lo vio e inmediatamente le gritó.
— ¡Monstruo! ¿Cómo pudiste?
— Mamá, soy yo. Mariel —fue su único argumento de defensa, pues vio a un costado y su hermanita parecía hecha hielo a un costado, con la expresión de terror plasmada en su rostro— ¿Qué le pasó? —preguntó al borde de las lágrimas.
— ¿Qué le pasó? —citó con ironía su madre— ¡Tú hiciste esto, desgraciado! ¡Vete!
— Madre… —suplicó mientras pasos inconscientes comenzaban a salir en retroceso.
— ¡Vete! —fue el último grito que pegó antes de que el niño saliera corriendo a la calle. Desde ahí podía escuchar aún los gritos de la desesperada mujer— ¡Asesino! ¡Miserable! ¡Mataste a mi hija, desgraciado!
Corría sin mirar atrás, su pecho era una montaña rusa de emociones, y sus pulmones se expandían al respirar ocupando toda su caja torácica, parecía que sus costillas se expandían bajo su piel.
Su casa estaba justo en el límite, por ello cruzó hacia el Reino Candor, sólo porque sabía que la Reina Katria lo buscaría y probablemente terminaría matándolo. El invierno también reinaba allí, cayó nuevamente, pero esta vez sobre una realidad, el reflejo que estaba frente a él, en esa puerta de vidrio, era el de un chico tan blanco como el lugar, no tenía color alguno, un alvino de pies a cabeza. Y era él, no había dudas de eso, aunque no se quisiera reconocer. En ese momento un grito lo espantó: