Frenesí: ímpetu violento en la pasión.
— Alteza, creo firmemente en la idea de que rápidamente comiencen las negociaciones con los gobernantes de las distintas tierras.
— Axa, y yo creí haberte explicado que pienso esperar a la coronación para eso.
— Pero, Majestad. Si no lo hacemos, los hiloits podrían tomarlo como una oportunidad de robar riquezas al reino, al pueblo.
— Y si hacen eso los acusaré de traición e irán derecho a la orca.
En ese momento, Zarael apareció a paso apresurado. Era más que claro, por su caminar, que estaba en busca de la reina ya hace un rato.
Se paró frente a ambas y se inclinó como saludo hacia Ahin. Ellos no se veían desde ya hacía dos días, cuando que la niña, de nombre Celia, había desaparecido de su habitación una tarde.
— Tengo noticias…
Ahin le hizo seña a Axa para que se retirara, ésta se inclinó en forma de despedida. Sin embargo, eso no pudo evitar la mirada molesta que le provocaba la impertinencia de la Reina, le enfurecía. Era claro, según ella, que esa niña no estaba preparada para manejar un reino, seguramente ni siquiera le entendía lo que decía. No podía aceptarlo, cuánto más pasaba el tiempo menor era su contento con el futuro reinado.
— Ven.
De la nada se le presentó la Reina Katria con sus deslumbrantes destellos verdes. Le había ordenado que la siguiera, y Axa no veía nada mejor que hacer.
— ¿Qué noticias tienes? —preguntó impaciente Ahin en el primer momento.
— Vianis, Hiloits y damas verdes han visto a la Reina Vijan merodear por la habitación donde Celia desapareció —el general no dejaba de ver a su alrededor, más que nada para proteger sus palabras de posibles amenazas—. Creo firmemente que ella es…
Sin embargo, nos centraremos en otra persona ahora. Mino, el joven siervo y gran amigo de Zarael, pasó junto a ellos en ese momento. No olvidó inclinarse mostrando sus respetos a la corona. No se quedó a escuchar, siguió su camino a toda prisa: la Reina Vijan le había pedido que preparara la mesa en su cuarto para tomar unos aperitivos. El joven iba con bandejas y platos bastante grandes como para aperitivos, pero como nadie se sorprendía de la cantidad de comida que comía Su Majestad no le importó.
Llegó a los dichosos aposentos con suma normalidad, tocó la puerta y la Reina le indicó el paso.
— Prepara en aquella mesa de allí —le ordenó señalando con el dedo índice.
Mino comenzó a preparar con suma normalidad. La Reina le pidió a las vianis que estaban con ella retirarse. Luego, fue hasta uno de los tantos cajones que había allí y sacó unos grandes cubiertos.
— Quita los utensilios. Tengo los míos —le dijo al ver que Mino acomodaba graciosamente los cubiertos frente al plato. El joven asintió sin protestas y los sacó.
Terminó colocando unos últimos adornos para hacer el acto más agradable, luego levantó la vista y vio cómo la Reina prendía las luces mágicamente de un cuartito a un costado. Allí, la puerta estaba cerrada, pero se podía ver unas sombras que no se quedaban quietas. Entonces, Vijan, con meneo de dedos en esa dirección, hacía que las sombras pararan. Hizo lo mismo hacia la chimenea y ésta se encendió como el sol. La Reina no dejaba de sonreír, y Mino comenzó a asustarse, Celia siempre había jugado con él y era inevitable no conocer sus pasos. Además, todos los rumores de la Reina Vijan parecían desvanecerse y hacerse realidad.
Terminó de preparar la mesa, hizo una reverencia y esperó el permiso de la realiza.
— Puedes irte. Gracias —le agradeció con una sonrisa.
— Es siempre un placer, Alteza —respondió y salió del cuarto.
Comenzó su caminar, rutinario, pero al ver que ya estaba a una distancia prominente del anterior destino, corrió. Corrió con desesperación, con una sola imagen en la cabeza: Zarael, que probablemente y con suerte aún estaba junto a Ahin.
— Creo que Vijan va a comerse a Celia.
Unas nauseas amenazaron con destruir la postura de la joven, repulsión, asco, pánico. No le era fácil creer eso.
— La Reina Isara sospechaba de eso en un tiempo, entonces había llegado a un acuerdo con ella. No obstante, parece que se le olvidó con todo lo que pasó —contaba Zarael con cierto toque de misterio en los hechos.
Como una piedra sobre el cristal roto después de una destructora maniobra, Mino interrumpió la conversación.
— La Reina Vijan, en su cuarto… —comenzó entrecortado tratando que la falta de aire no interfiriera en su mensaje, cosa imposible—, va a comerse a Celia.
A un paso similar al vuelo de cisnes corrían hacia los aposentos dorados. El corazón de Ahin fácilmente se lo confundía con sus pasos por la velocidad y el eco que hacía en su pecho. Con impaciencia recorría cada pasillo, se podía decir que hasta Zarael, que corría como en la guerra, se quedaba atrás.
Su respiración parecía pedir un momento cuando logró visualizar la puerta, sin embargo, lo ignoró. Sin dar lugar a escuchar sus pasos resonar, abrió la puerta y su grito hizo temblar a las paredes. Un fuerte “¡NO!” se deslizó por su garganta. Lamentablemente no puedo contar que eso detuvo la terrible escena presente: la Reina Vijan sosteniendo un puñal sobre la pequeña Celia de sólo nueve años. Es más, el susto la hizo vacilar y adelantar su proceso. Atravesó el débil, indefenso y pequeño corazón de la muñequita dormida sobre esa mesa de oro.