Inmortal. Guardianes 2. Origen de los oscuros

Capítulo 17: La hoguera

Capítulo 17:

La hoguera

 

Selt Riquelme

La ciudad está conmocionada con todo lo ocurrido. La líder de los Oscuros, la secta más poderosa de todos los tiempos, a la que los Guardianes le han montado cacería en infinidades de ocasiones sin poder dar nunca con ella, ha quedado al descubierto.

Ahora, su propia hija es quien la entrega, a pocas horas de que la destrucción acabara con la vida de muchas personas, y casi con la mía.

Los Guardianes se hicieron presente en el lugar, levantando escombros y sacando los cuerpos destrozados de debajo de las ruinas. Todos los que quedaron atrapados están muertos, menos mi madre, que se mantuvo con vida envuelta en una barrera que la protegía.

Quizás pensó que sus dos adoradas hijas volverían a buscarla, pero no fue así. En cambio, se salvó para nada, porque la muerte sigue acechando sus pies.

Los Guardianes la trasladaron a la ciudad y la encerraron en un calabozo, a la espera de su condena por infinidades de crímenes que ha cometido. No hay nada que la pueda salvar, ella misma ha firmado su sentencia de muerte el día que dejó que sus ambiciones tomaran el rumbo de su vida. Ahora está encarcelada, esperando que llegue el fin de sus días.

Entre los oscuros que murieron sepultados, muchos eran de la ciudad, y no solo eso, también había Guardianes, e incluso representantes del Concejo. Eso es lo que mantiene al pueblo aterrado: Guardianes oscuros, traidores en sus propias casas. ¿Cómo podían dormir tranquilos sabiendo que, a lo mejor, sus esposos, hermanos, hijos y hasta nietos podrían pertenecer a esa secta maléfica?

El pueblo se encuentra horrorizado y atemorizado con la simple idea de estar conviviendo con traidores, pero llevar a la hoguera a quien fundó la secta, de alguna manera, los tranquiliza; es como amansar las turbulentas aguas por un tiempo. Así es, Sonia Riquelme está condenada a morir quemada como una infame bruja.

El pueblo espera con perversidad ver arder a la bruja que les ha causado tantas pérdidas y dolor, acusada de usar magia negra, de la muerte del señor Arturo De la rosa y su hija Mia, además de muchos otros nombres y, como si fuera poco, de invocación de un demonio.

Sin nadie que objete a su favor, es condena a muerte.

Mi madre está condenada y, por más dolor que siento por saber que va a morir, no pude decir nada. Solo acepté lo que decidió su destino, hay un dicho que reza: «se recoge lo que se cosecha». Mi madre solo cosechó muerte y desgracias y, al final eso es lo que va a recoger.

Recuerdo sus ojos carmesíes, esperanzados, deseando que su única hija hiciera algo para salvarla. Luego, la decepción; pero, más importante que eso, el terror, al darse cuenta de que, al final, se encuentra sola. Mejor dicho, con una única compañía, la muerte.

Me pregunto dónde estarán Tanils y Nariel. ¿Por qué no han venido a salvar a nuestra madre? Hasta a mí me sorprendió que nadie apareciera de la nada para intentarlo. Recuerdo sus ojos aguados, pero perversos, resignados al destino que ella misma se había labrado con el paso de los años.

—Ay, amiga, si tan solo supiera qué hacer para liberarte de tanta oscuridad… —susurro a alguien que ya no me puede escuchar. —, pero te prometo una cosa: no voy a descansar hasta hacerte justicia. Te prometo que, algún día, mis hermanas estarán sumergidas en la misma oscuridad en la que tú te encuentras en contra de tu voluntad. Me gustaría prometerte que cuidaré de esa niña que trajiste al mundo, pero es algo que no puedo hacer. Quizás tú no viste lo que yo, o quizás, por ser su madre, no lo quieres ver, pero esa niña será un monstruo en el futuro, y no puedo permitir que los planes de los Oscuros se hagan realidad.

Dejo que mis dedos acaricien la madera del ataúd, donde se encuentra el cuerpo de Mia o, mejor dicho, lo que pudieron rescatar entre las rocas. Soy la única que ha venido a despedirla. Todo el pueblo se encuentra eufórico ante la expectativa de la muerte de mi madre, todo un espectáculo. Después de tantos años, hoy ejecutarán a Sonia Riquelme.

Dejo caer una rosa blanca sobre el ataúd mientras un anciano lo cubre con tierra. Un nudo se me forma en la garganta y me dificulta respirar. Aun cuando Mia está frente a mí, metida en una caja de madera, se me hace difícil creer que todo esto sea real. Parece que fuera ayer cuando mi magia despertó frente a la tienda de vestidos, el día que marcó las desgracias en mi vida. Mía estaba tan sorprendida y, al mismo tiempo, tan feliz… Cómo me habría gustado que ese día nunca hubiera existido. Pero vivir de los deseos es vivir en el aire.

Recordaba la última mirada que compartimos, sus ojos tristes y llenos de terror por no saber lo que le esperaba.

La sombra una vez menciono un infierno que mi madre creo para él, y es allí a donde van todas las almas, mi amiga está allí. Condenada para siempre, el dolor se hace más palpable en mi pecho, desgarrándome.

Muevo la cabeza bruscamente para alejar ese pensamiento. Imaginar a Mia de esa manera me destroza el alma; ella no deberá estar en ese lugar, pero las decisiones de mi madre la han condenado.

Permanezco de pie, hasta que la urna se pierde en la tierra. Lo único que indica que Mia De La Rosa está enterrada es la lápida que mantiene su nombre. Me alejo para encontrarme de frente con Cándida, la abuela ha vuelto. Volteo en busca del hombre, pero ya se ha alejado. Me ha dejado sola.




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