HADLEY
Este es mí segundo día de clases en el Greenville; un martes. Como deben sospechar, se me pegaron las cobijas. De no ser por Zoe, mi hija gatuna, quien me dio palmaditas en la cara pidiendo comida, y el claxon de Noah, hubiera seguido durmiendo.
Jamás me esperé que viniera por mí, pero eso hizo. Y la parte buena de mí, se lo agradece de corazón.
Me pongo el uniforme y los zapatos a toda potencia. Lavo mi cara y me cepillo los dientes como pasando pulidora.
Peino mi cabellera con velocidad, me hago mi clásico delineado, pongo lipstick translucido color rojo en mis labios, tomo mi bolso, echo mi celular, cargador y airbuds, y me retiro de mi habitación volando.
Al estar en la cocina, saco un trozo de pizza de la nevera, lo caliento en el microondas.
Salgo de la casa con mi pizza de desayuno en la mano y me dirijo al negro automóvil.
Le doy algunas mordidas mientras entro en el carro. Noah habla por teléfono mirando al otro lado de la calle y Nathan me abre desde adentro en el puesto del copiloto.
-Hola, Had. Buenos días. Siéntate –dice dándole algunas palmadas a sus fornidas piernas.
Inconscientemente, le obedezco, y, termino mi “desayuno”.
Me arrepiento por lo que hice al ver la cara de Noah, quien colgó hace segundos.
Tiene los ojos cuadrados y su cara está roja de la rabia.
-¿¡POR QUÉ COÑOS HADLEY ESTÁ AHÍ!? ¿¡AH!? –Grita tragándose al rubio con la mirada
Dioss. En lo que me he metido.
-Porque no se sentó atrás ¿Lógico, no? –Dice Nathan, burlón. Lo miro con desaprobación. Ha logrado que aumente la ira del pelinegro
-¿¡ESA ES TU RESPUESTA, RATA!? ¿¡CÓMO TE ATREVES A INSITARLA A HACER UNA COSA DE ESAS!? –Grita preguntándole, a punto de estallar. Me siento tan mal. Demonios.
Noah toma mi cintura entre sus fuertes manos y me sienta en la parte trasera del convertible. No protesto. Mi cara de culpabilidad más expresiva, esa, se la dedico.
Su furia se aminora, y me muestra una pequeña sonrisa a labios cerrados, dejándome saber que no está molesto conmigo.
-Te lo advertí, Nathan Wagner, te lo advertí, pero no me escuchaste. Esta vez no usaré palabras para pagarte por lo que haces –dice arrancando, con una voz tan seria y frívola, que me hiela el cuerpo.
Vamos tan rápido que apreciar los alrededores como de costumbre, sería absurdo.
Miro a Nathan quien se mantiene estático en su asiento. Él lo hace también, viéndome desde el retrovisor. Muestra una sonrisa tranquila.
No sabe lo que espera –dice la copia diablilla de mí riéndose, en mi hombro derecho. Mi yo angelical versión mini, se da un suave manotón en la frente y mueve su cabeza de un lado a otro.
Entramos al estacionamiento. Dejamos el auto en su respectivo lugar y pasamos al patio principal. Un montón de estudiantes nos acompañan.
Activo el modo run y voy hacia mi locker.
Lo abro y de la nada, todos, absolutamente TODOS los alumnos del Instituto, se recuestan en los casilleros para abrir paso a un grupo de personas a lo lejos.
Mantengo mi mirada en dicho conjunto y no se trata nada más y nada menos que de los fornidos y altos jóvenes de futbol americano del Greenville. Éstos poseen nuevos uniformes del equipo, bastante ajustados; en todo el sentido de la palabra.
Hormonales chicas, parecen sufrir un shock cuando los mismos pasan frente a ellas. Les piden fotos y obviamente, se las regalan.
Algunos, aprovechan para manosearlas, cosa que por lo visto, no les incomoda ni en lo más mínimo. Iugh.
La decepción y un rastro de asco vienen a mí cuando veo a Michael entre ellos, toqueteando el trasero de una chica.
Jamás me pasó por la cabeza que él participara en cosas como esas. Presenciarlo es como recibir un balde de agua fría. No puedo creer que el castaño que se sonrojaba ante mi mirada sea la misma persona.
Había visto… he imaginado un Michael humilde, educado, respetuoso, galante… Todo menos lo que mis ojos observan ahora.
Aquí es cuando recuerdo una de las frases de mi madre “Las apariencias engañan”.
Otra de las cosas que me esperaba era ver al rubio descarado entre los manoseadores, pero me sorprendo al darme cuenta de que no es así.
Éste se encuentra caminando por los pasillos, saludando a las pocas chicas que lo llaman.
Detrás de él, viene un joven bastante delgado, con cabello rubio bastante claro, blanco y pecoso, que graba con una cámara portátil. Es su mejor amigo; Deadwyler, creo que se apellida.
Algunas jóvenes más, lo saludan, pero no se voltea ni responde.
Aparentemente, traza su camino hacia mí.
Río ante el estúpido pensamiento.
Guardo mis agendas y blocks de dibujo en mi casillero.
Siento una presencia detrás de mí y el estúpido pensamiento se hizo una realidad. El rubio de mirada grisácea está a mis espaldas.
-¿Una foto? –Pregunta con una sonrisa de esas tumba bragas. Me sonrojo. Demasiado
-Eh… -no alcanzo a articular nada.
Él me abraza de la cintura y yo sólo levanto mi cabeza y mirada para verlo sonreír a la cámara.
¿Cómo rayos puede hacerme sentir de esta manera? ¿Qué demonios me pasa?
Escucho un ruido detrás de mí y me volteo para ver qué es.
Son las llaves de mi casillero. Se han caído.
Las pongo en la ranura del mismo y cuando estaba por girarme, el rubio me abraza a él, dejándome de espaldas con vista a mi locker.
Bajo ligeramente la mirada y, a que no adivinan dónde cayó.
Mis ojitos azules están en el trasero del joven con cabellera de oro.
Buenas nalgas –dice la mini versión diablilla de mí, apareciendo.
Juro que toda mi cara arde.
Hasta tus uñas, querida –dice la mini yo diabla.