Son las 4 de la madrugada y aún sigo despierta. No sé el por qué pero no podía dormir. Intenté tomar esa estúpida leche tibia que no sirvió para nada; hasta intenté contar ovejas muertas. Casi lo lograba pero al final el resultado fue lo mismo.
Había algo que me hacía sentir extraña. El vacío que sentía desde hace años había vuelto aparecer y me daban ganas de estrujarlo hasta que desapareciera.
Me levanto frustrada porque no voy a poder dormir.
Cambio mi pijama por unos pantalones de cuero negro y una camisa de mismo color que tenía un dibujo de una banda famosa alemana.
Salgo de la casa con mi mochila roja que dice «Damon» y camino lentamente en las oscuras calles del vecindario. Sé que en unas dos horas el sol saldría pero en verdad necesitaba estar rodeada de mi mundo. El lugar en donde puedo ser yo, en el bosque.
Ese bosque marcó un antes y un después en vida, no tenia amigos y eso lo agradecía. La soledad es algo que he apreciado, no todos tenemos esa oportunidad de sentirnos plenos sin nadie alrededor. El bosque se encontraba oscuro y los sonidos de los animales se podían escuchar desde lejos. Es peligroso estar en un lugar como este pero yo no le tenía miedo.
Los miedos hacen una diferencia en lo que puedes hacer y en lo que temes.
Me adentro al frondoso bosque acercándome al lago Suite Water, en donde la muerte acecha y los muertos nadan por una oportunidad más.
Saco esa cosa ya comienza a pudrirse, se me había olvidado ponerla en alguna bolsa o congelador para venderlo al mercado negro o esas idioteces. Lo lanzo al lago y de a poco se puede notar como el agua azul y cristalina se tiñe de un rojo apagado, desapareciendo entre las aguas de la muerte.
Limpio mis manos con alcohol, saco un sándwich y comienzo a comérmelo mientras muevo mis pies dentro del agua.
Pasan unos minutos y escucho un grito desgarrador, es de una mujer. Saco los pies y me coloco mis zapatillas, después me pongo una máscara con una «X» en donde va la boca con luces led y me alejo del lago para mi nuevo destino.
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En todo el pasillo se escuchan murmullos y cuchicheos. Habían anunciado otra muerte y cuerpo fue encontrado en el lago, horas después que me había marchado. No le di importancia a aquello ya que aprendí por mí misma defensa propia. Estaba sola en un lugar en donde nadie me ayudaba.
Estoy en la última final del salón. El profesor explica los diferentes tipos de trastornos. Había uno que me llamaba la atención, la sociopatía.
Explica que los sociópatas son aquellas personas que no muestran empatía por otros ni remordimientos por sus acciones. La sociopatía, catalogada como un trastorno de la personalidad, hoy se llama trastorno de la personalidad antisocial.
Es interesante la forma como miran a las personas con este tipo de trastornos. No he conocido a nadie con algo así pero sé que sería fantástico hacerlo.
Al terminar la clase salgo sin mirar a nadie. No quería estar con cientos de engendros de la humanidad.
Iba a irme de la universidad hasta que choco con alguien haciéndome caer de culo. Escucho risas y les lanzo una mirada fría haciéndolos callar. La persona con la que choqué me ofrece su mano disculpándose pero me levanto por mí misma. Lo único que ven las personas es lástima y compasión.
Sentimientos que son engaños para el que los enfrenta.
—Lo siento, no te vi— dice pero lo ignoro y limpio mis pantalones para seguir mi camino.
Pero al parecer él no tiene los mismo planes.
— ¡Espera! ¿Tú no eres la hermana de Leonard? — me siento confundida pero no dejo que lo note — Soy idiota, claro que eres su hermana. En cualquier lado se reconocería esa cabellera roja.
Cansada de su habladera le digo que no conozco a un tal Leonard y que nunca me vuelva a hablar antes de asumir las consecuencias. Tan solo carcajea y me golpea suavemente el hombro como si fuéramos amigos de toda la vida. Me aparto y me grabo su rostro para después alejarme lo más rápido posible.
Regreso al lugar en donde puedo pasar una tranquilidad a plena luz del día.
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Estaba haciendo un informe sobre el autismo y sus características y problemas que puede conllevar las personas con el trastorno. Cuando empecé a escribir, tocan el timbre de la casa y suelto un bufido dejando todo en el escritorio para bajar y atender al ser humano que se haya atrevido a tocar el timbre de mi casa.
Nadie en el vecindario o calle tocaba a mi casa sino fuera por suma importancia, o simplemente no tocaban porque los amenacé por si tocaban la puerta o cualquier cosa se las verían conmigo.
Claro, asusté a un par de viejas y señoras pero me valía un rábano lo que pensaran.
Abro la puerta y no encuentro a nadie. Gruño mirando de largo recorrido la calle encontrándome un paquete con mi nombre en el umbral sobre la alfombra de “no tocar”. Ruedo los ojos y tomo la cajita de carta sacudiéndola sin delicadeza. Ahora sé que la cosa que tiene adentro no es de vidrio.
Cierro la puerta con seguro y vuelvo a subir a mi habitación, de uno de los cajones saco una de las tijeras más afiladas que tengo y lo clavo en la caja haciendo un delis en la cinta. Abro la caja encontrándome una carta y un osito de felpa junto con un cuadro que tiene la imagen más desagradable que puede existir. Espanto el cuadro contra la pared con fuerza escuchando el sonido del cristal romperse en pedazos.
Siento la sangre hervir por mis venas, la furia se cala en mi rostro haciendo que tome mi cabello y lo jale con fuerza haciéndome daño. No lloro, ni grito tan solo tengo que respirar para calmarme y es lo que trato de hacer.
Recuerdos vienen a mi cabeza como una ráfaga de viento, mi corazón dolía con tan solo recordar a las personas que en su día me hicieron daño. Sin evitarlo, lágrimas se acumulan en mis párpados. Odio llorar, me hace sentir débil. Tiro la caja contra la pared, me sentía mareada y confundida pero no tenía que dejarme vencer con estos sentimientos. No hay nadie que me reproche por el ruido, nadie que me abrace por un poco de cariño, a pesar que no lo necesito.
Editado: 31.10.2020