Jacque
—¿Qué quiero hacer? —se echa a reír—. Jacque, por si no te has dado cuenta, es la una de la madrugada. Seguramente podemos ir al parque de diversiones o al centro comercial a tomar un café —dice con notorio sarcasmo.
—No tenemos que ir de compras, podemos observar el cielo y hablar, o simplemente mirarnos en silencio. Mirarte siempre será mi mejor plan —digo de manera pausada para poder contemplar su reacción.
—Y golpearte siempre será el mío —sonríe con malicia.
—No me quejo, mientras te tenga cerca, puedo soportarlo —sonrío—. ¿Quieres que salgamos o nos quedamos aquí?
—Quiero que te vayas y así poder dormir, tú deberías hacer lo mismo, debes estar cansado del día pesado que tuviste.
—El cansancio se fue cuando te vi —insisto.
—Deja de molestar, Jacque, te lo digo enserio —frunce la nariz.
—No estoy molestando, hablo de verdad —suelto una risa.
—¿Es que no te cansas de insistir? —responde exasperada.
—Cuando se trata de ti, nop —veo su intención de quererme pegar, pero soy más rápido y tomo su brazo—. Hace unos minutos me querías besar y ahora me echas como un perro, ¿sufres de bipolaridad? —pregunto con tono burlón.
Se sonroja y aparta la mirada, la jalo por el brazo hasta tenerla un poco más cerca.
—¿Quieres que me vaya? —busco su mirada—. ¿Eso es lo que quieres, Monet?
—Jacque…
—Esa no parece ser la respuesta a mi pregunta —ladeo la cabeza y muerdo mi labio. Subo mi mano hasta acunar su mejilla, ella cierra sus ojos ante mi toque—. Dime qué es lo que quieres, Monet.
Abre los ojos y conecta su mirada con la mía.
—Quiero que me beses y me hagas tuya.
Esa era la respuesta que quisiera haber escuchado, pero en realidad respondió esto:
—No conduzcas rápido y no subas extrañas a tu auto, puedes irte —se aparta de mi toque.
Niego con la cabeza e indignado la atraigo nuevamente a mí.
—Lo que quieres realmente, no lo que tú campo de fuerza te indica —digo con molestia.
No me quiero ir y sé que ella tampoco quiere que me vaya, solo lo dice porque intenta evitar la eminente situación. Estuvimos a punto de besarnos, cosa que me indica que, si siente algo por mí, así sea atracción. Por lo mismo me echa, porque sabe que si seguimos estando juntos podrá volverse a ver en una situación tan íntima como la que tuvimos hace unos minutos.
Y no pienso irme, tuve un día triste y estar con ella, es lo único que me reconforta y me hace sentir un poco de paz. Estar con ella significa que el mundo deje de importar, que el dolor desaparezca y sumergirnos en nuestra propia historia donde solo importamos ella y yo.
—¿Campo de fuerza? —pregunta con el ceño fruncido.
Asiento.
—Ese mismo, con el que te proteges del mundo exterior. Con el que me atacas cada vez que intento entrar a tú corazón.
Se suelta de mi agarre y se cruza de brazos.
—¿Y quién te dijo que hay espacio para ti en mi corazón?
Auch.
Ruedo los ojos.
—Tus labios estuvieron a punto de demostrármelo hace unos minutos —sonrío torcidamente.
Abre la boca para responder, pero la vuelve a cerrar.
—¿Se reinició tu campo de fuerza y te dejó sin respuestas? O no, quizás empezó a hacer la copia de seguridad, como WhatsApp, que la hace a estas horas. Seguro por eso no sabes que responder, pero no te preocupes, yo espero a que termine de cargar —la imito y me cruzo de brazos, solo que mi semblante demuestra alegría, el de ella irritación.
Que no se pierdan las buenas costumbres.
—Ja,ja. Muy gracioso, salto en un pie de la risa que me causas —voltea los ojos—. ¿No te irás cierto? —empieza a balancearse sobre sus pies.
—¿Qué comes que adivinas? —respondo divertido.
—Quisiera comer los pedacitos de tú cuerpo y para eso tienes que estar muerto, pero no, aquí estás, exasperando mi existencia —soba sus sienes—, y si te mato, es considerado como delito e ir a la cárcel por ti, no lo vale.
Enarco una ceja.
—¿En qué momento de la historia te volviste sangrienta? —pregunto con burla—. Pero siempre puedes comerme vivo, así no manchas tus manos de sangre ni vas a la cárcel —me encojo de hombros—. Al contrario, irás al cielo, créeme que disfrutarás de tu llegada a él.
Abre los ojos sorprendida y veo como el sonrojo empieza a invadir su cuerpo, suelto una risa ante su cara.
—¡Eres un pervertido! —coge un cojín de la cama y empieza a pegarme con él.
Yo empiezo a reír y a decirle que pare, cosa que no hace.
—¡Ya! —intento tomarla por la muñeca—. ¡Monet, para! —sigo riendo.
—¡No! —me pega duro en la cabeza—. ¡Eres un cerdo morboso! ¡Sí mereces esa muerte! —sigue golpeándome con más ganas.
Entre risas, intento hacer que pare, pero sigue lanzando golpes —se parece a el pato Lucas en el episodio que jugaba a boxear—. Logro tomarla por fin por un brazo, pero en el forcejeo terminamos avanzando unos pasos hasta perder el equilibrio y caer en su cama, giramos dos veces y ella empieza a gritar cuando quedo encima de ella. Dejo de reír, pero pongo una sonrisa de idiota al detallarla desde esta posición.
—¡Apártate, si no quieres que patee tus inservibles bolas!
Enarco una ceja y la miro con la cabeza ladeada.
La tengo presa entre mis brazos.
Sonrío victoriosamente y junto más mis brazos a sus costados, dejándola encerrada. Mis piernas las ubico estratégicamente, donde inmovilizo las de ella para que así no pueda realizar su anterior amenaza.
—Si pateas mis bolas, ¿luego cómo te hago espermatocitos que se conviertan en hijos? —suelto una risa al ver su cara de estupefacción—. Dame un beso y me aparto —relamo mis labios mientras observo los de ella.
—¡Estás loco! —chilla y golpea mi pecho.
—Solo un piquito, chiquitito —insisto y hago un puchero, subo mi mirada a sus ojos.
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Editado: 16.07.2021