Jacque
Un prominente resplandor y calor empezaron a crear incomodidad en mi cuerpo, interrumpiendo mi sueño y obligándome a abrir los ojos. El fulgor, provenía de los rayos del sol que se colaban a través de la ventana, dejé las cortinas abiertas cuando entré por ella. Y la calidez, me la ofrecía el cuerpo que se encontraba empalmado al mío. Era Monet, mi pequeña tormenta.
Sonrío al recordar sus palabras, confieso que no esperaba esa respuesta por su parte, estaba seguro de que me rechazaría, como siempre lo ha hecho, pero eso no quita el hecho de lo feliz que estoy.
No he olvidado que mamá se encuentra enferma, sigo sintiendo una opresión en mi pecho cada vez que pienso en ella, pero volteo a ver a Alizee, y se me olvida por completo que el dolor existe.
Luego de que me aceptó en su vida, como algo más que amigos —o eso creo. Nota mental para que comodín me recuerde preguntárselo luego—, nos fundimos en un reconfortante abrazo, el cual dio paso a unos cuantos besos más en medio de una corta discusión donde ella decía que lo mejor sería que me fuera, y yo me negaba. Al final, la convencí con algunas palabras en francés y me seductor tono.
Nos dormimos en medio de una conversación de sobre cómo aprendió a pintar.
—… fue cuando supe que era lo mío —terminó de decir, pero sinceramente, mi atención se perdió a la mitad de la historia cuando me embobé viendo sus ojos, tenían un brillo diferente, uno especial, un brillo que reflejaba felicidad—. ¿Qué? —soltó una risa tímida y frunció el ceño.
—¿Qué, de qué? —pregunté acariciando la suave piel de su mejilla.
—Te quedaste mirándome sin decir nada.
—Corrección, me quedé admirándote —dejé de recargar el peso de mi cabeza en mi mano y me recosté, ella se puso boca abajo poniendo su mentón sobre las palmas de su mano.
—Es lo mismo —torció los ojos.
—No lo es —negué con la cabeza—. Puedes mirar algo y ni siquiera prestarle atención, como cuando te quedas observando un zapato al despertar —sonrió ante mi ejemplo—, en cambio, si admiras algo, eso significa que pones toda tú atención en ello, observas cada detalle y te llena, te cautiva, te atrapa y mueve algo en ti, que te hace sentir.
Rio.
—Deberías ser filósofo, eh, ¿no lo has pensado?
—Debería ser el amor de tu vida, eh, ¿no lo has pensado? —contraataqué, a manera de molestarla.
Se sonrojó y apartó la mirada, yo reí. Nuevamente me quedé embelesado observando su perfil, unos segundos después hablé:
—El arte está plasmado en ti—confesé casi que en un susurro.
—¿Eh? —devolvió su mirada a mí confundida.
—Que el arte está plasmado en ti —repetí.
—Lo escuché, pero no entendí por qué el comentario.
—Porque dijiste que no respondí nada sobre tú historia de cómo descubriste que te gustaba pintar.
—¿Y eso qué tiene que ver?
—Que no solo llenas de colores un lienzo, llenas de vida y sentido cada cosa que tocas —hice una pausa—, y que pintas mi vida.
—¿Con colores oscuros? —dijo con una leve risa.
Asentí con una enorme sonrisa.
—Con colores oscuros —aseguré.
Frunció el ceño.
—¿Y se supone que eso es bueno?
—¿Por qué tendría que ser malo?
—Porque todos quieren una vida llena de colores vivos y bonitos —se encogió de hombros.
—Tener una vida llena de colores vivos y bonitos —repetí haciendo la señal de entrecomillas con mis dedos—, no significa tener una vida feliz. Te lo digo porque mi vida estaba llena de esos colores que para ti significan satisfacción, para mí no significaban nada. Por eso, cuando llegaste, y pusiste mi vida en desorden con tus colores lobreguez, estuve completo. ¿Quién dijo que la felicidad solo estaba en el rosa o en un arcoíris? La felicidad no está en lo perfecto ni en lo hermoso, la felicidad la encuentras cuando dejas de querer alcanzarla, cuando te sientas a disfrutar de tu lluvia, tu sol, tu luz, o tu oscuridad y aceptas que estás satisfecho con ello —relamí mis labios—. Además, mi color vivo y bonito eres tú.
Sonreí y me acerqué para darle un casto beso, el cual rechazó girando su cabeza hacia otro lado. Torcí los ojos.
—¿Crees que te complemento con mis tormentas?
—Creo que terminas de llenar de mis espacios vacíos con ellas.
Llevo observándola dormir entre mis brazos un buen rato, mientras recordaba nuestra pequeña conversación de ayer, ella solo se movió un poco acomodándose más a mi abrazo, creo que ya es hora de que despierte.
Beso su frente, luego sus mejillas, bajo hasta su oído y hablo:
—Monet —vuelvo a dejar otro beso en su cachete—. Mi hermosa, Monet —sonrío en su cuello y siento como empieza a despertar—. Es hora de que despiertes mi tormenta —gruñe—, este sol tiene ganas de molestarte y también de besarte —sonrío pícaramente.
Ella abre sus ojos y me pega en el brazo.
—¿Tan temprano y ya andas de violenta?
—¿Desde temprano tengo que ver tu feo rostro?
—Ya quisieras que tu primera vista al despertar fuera la de mi hermoso rostro.
—No seas ridículo —se aleja un poco.
—Mejor cállate y bésame —sonrío mientras me incorporo.
—Cuando te laves los dientes —intenta salir de la cama, pero la tomo por el brazo.
—No tengo cepillo.
—Que mal por ti. En ese lugar, tienes que irte a tu casa y hacerlo —forcejea por liberar su brazo.
—¿Por qué me sigues rechazando? Creí que ya éramos algo más que amigos —arrugo la frente como niño chiquito.
—¿Más que amigos? —pregunta con las mejillas sonrojadas.
—Dijiste que serías la tormenta de este sol y luego me besaste.
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Editado: 16.07.2021