Habíamos parado en medio de la carretera, y la radio seguía encendida, con aquel chico hablando por ella, no parecía querer rendirse.
—¿Qué hacemos? —pregunté—. No puedo comunicarme por ella.
Estaba buscando alguna forma de contestar al chico, sin necesidad de hablar, pero mis conocimientos respecto a tecnología no llegaban más que a lo básico, como usar Instagram.
—Dame. —dijo Daimon quitándome de golpe la radio que yo, y no él, estaba investigando.
—¡Eh! —exclamé ofendida—. ¡Estaba utilizándola yo!
—Tú no tienes ni idea de esto, Jane. —declaró divertido, observándola—. Y yo tampoco. Aunque sé quién sí.
—Sí, claro. —contesté escéptica con sarcasmo.
—¿Dudas de mí?
—¿Es que parece lo contrario? Porque entonces tendré que esforzarme en hacerlo notar más. —respondí enfadada, como una niña pequeña a la que le han quitado su juguete. Sin embargo, mi "juguete", era tan necesario en aquel momento como el agua para nuestro cuerpo. Él sonrió antes de contestar.
—¡Tu hermano!
—¿Cómo que mi hermano? Él no sabe ni hacerse un vaso de leche sin que el microondas explote.
—No te lo niego, pero no tiene nada que ver una cosa con la otra. Él vende drogas, seguro que tenía formas de contactar con sus compradores de una forma más segura.
—¿Seguro? —Miré a John, que estaba hablando con Ella apoyado en el coche.
—No. —admitió—. Pero deberíamos intentarlo.
Sonreí, con positividad e hice lo mismo que el chico había hecho, quitarle la radio de las manos sin preguntar, y antes de que él tuviera tiempo a contraatacar, o al menos de quejarse —o protestar por mi recurrente acción—, me dirigí a donde mi hermano y mi amiga estaban hablando. Él me miró expectante.
—John, ¿tú sabes hablar por radios?
Su sonrisa lo dijo todo.
—¿Quién te lo ha contado?
—¡Eres tonto! ¿Por qué no lo habías mencionado? —exclamé—. ¡Llevamos dos horas intentando hacer funcionar este aparato! Maldito. —Rio.
—Quería ver cuánto tardabais. Además, ¡si te lo hubiera dicho antes de todo esto, habrías usado la radio!
—¡Que va! No me interesa comunicarme con tus "compradores". —No mentí, no me interesaba. Pero sí habría tenido curiosidad en usar aquella radio.
—Veamos, dame ese trasto, que no es tan difícil.
Se lo di y esperé, él estuvo un rato revisándolo, hasta que pareció que su aspecto se iluminaba en una sonrisa. Se separó de la puerta del coche para ir al maletero, que, sin dudar, abrió de par en par.
—¿Qué haces? —preguntó Ella—. Antes de deshacer alguna maleta, recuerda lo que ha costado cerrarlas.
No contestó, porque lo que él había cogido era su mochila, la que nos habíamos llevado de casa, nuestra casa, y no de los supermercados. Tardó un tiempo en el cual estuvo rebuscando. Al final, con una sonrisa y mirada triunfante, quizás exagerada para la situación, sacó un extraño aparato que habría encajado perfectamente en una película de hacía 50 años. Nos reunimos todos a su alrededor, sentados en el suelo formando un círculo.
—¿Y eso qué es? —preguntó Ella leyéndome el pensamiento.
—Una cosa de esas para hablar, ¿no? Sale en Stranger Things. —opinó Daimon.
—No he visto esa serie.
—No te hará falta. —interrumpió John, que me lanzó la pequeña radio del coche, la cual por poco no alcanzo—. Jane, dime como se llama la emisora.
Entrecerré los ojos enfocando la vista en el nombre que se veía en la pequeña radio con la que habíamos contactado con el chico.
—Tres... —enumeré—. A... dos, cuatrocientos... C y H
—¿Segura? —preguntó mientras seguía moviendo una pequeña rueda de su aparato. Yo miré otra vez, pegando un último repaso.
—Segurísima. ¿Y si no contesta?
—A no ser que haya tirado la radio por un barranco nos escuchará.
Me froté los ojos, desenfocando. Me picaban, y no me extrañaba, mi ciclo del sueño estaba más que alterado. Escuché un pitido, y mi corazón se aceleró.
—¿Preparados? —preguntó John.
—Del todo. —respondió Daimon, mientras nosotros mirábamos con curiosidad.
Mi hermano carraspeó, preparándose, y presionó un pequeño botón, antes de acercarse un micrófono diminuto a la boca.
—¿Hola? ¿Nos recibe alguien?
Esperamos nerviosos, sin saber que era lo que iba a pasar. Nadie contestó.
—Dios, ¿Y si de verdad se les ha caído por un barranco? —exclamé.
Daimon rio y me miró.
—Coges la radio y te tiras tú por otro, a ver si así nos comunicamos. —bromeó.
—Ya, pero es que yo creo, que con el alcohol y los mejunjes que te tomas, seguro que tú recibes mucho mejor las ondas electromagnéticas.
—No te lo niego. —respondió él insinuante. Yo no entendí que quería decir. Pero me habría gustado saberlo.
—¡Chicos! —nos llamó la atención John—. Callaros.
Bufé, pero hice caso. Él siguió hablando, y preguntando una y otra vez lo mismo. Las únicas cosas que decía eran siempre las mismas: "¿hay alguien?", "¿alguien habla?" o "¿nos escuchan?". No sabía si el que estaba al otro lado le escuchaba, pero estaba claro que yo ya no. Nadie parecía querer responder, así que esperé metiéndome en mis pensamientos, –aunque solo los superficiales–. Explorar mi mente estaba bien, no obstante, profundizar en ella podía llegar a ser aterrador. No quería más emociones negativas por el momento, no hasta que todo acabara.
"¡Sí! ¡Os escuchamos!" —oímos en un meloso acento francés. Aquello me hizo salir de mi universo imaginario, dándome un vuelco al corazón.
—¿Quiénes sois? —preguntó John.
"Yo me llamo Silvain, estoy con dos más, Camile et Janette"
—¿Podéis decirnos donde estáis? Buscamos más gente.
"¿Estáis infectados?"
—No, estamos huyendo del virus.
Me estremecí. "Huir." No me gustaba esa palabra.
"Nosotros estamos en un refuge, en Toulouse" Presté más atención a su voz. Me gustaba como pronunciaba las erres, y en general todas las frases. Lo hacía sin centrarse en cada una de las letras, superficialmente, como un suspiro.