—No, no haremos nada con él. Es un puto cadáver, chicos. —dije, aún mirándolo fijamente, como si en cualquier momento se fuera a levantar y eso lo convirtiera en un inminente peligro.
—No lo sé, Jane. Me da pena, murió aquí y su familia probablemente ni se enteró. —contestó Ella.
—¿Creéis que tendría familia? —preguntó Daimon.
—Chicos, suficiente, creo que ya es suficiente, él... O ella. —rectifiqué—. Ya está muerto, no hay nada que podamos hacer.
—¿Nada, nada?
—No. Nada.
—Pero me da mucha pena. —opinó Ella.
—Pero está medio, ya sabéis, ¡podrido! —exclamé nerviosa.
—Deberíamos hacerle un funeral. —soltó Daimon sin escuchar lo que acababa de decir.
—Vosotros estáis locos.
—Venga, no perdemos nada.
—Sí, tiempo, ¿y si está infectado?
—No tenemos que tocarlo. Podríamos quemarlo o algo así, ¿no hacían eso los vikingos?
—No somos vikingos.
—Yo creo que deberíamos hacerlo. —interrumpió Ella.
Me apoyé en la estantería que tenía al lado, intentando asimilar que mis nuevos amigos estaban planeando quemar un cadáver, para hacerle un funeral.
—Vale. Hagamos algo, democracia, le preguntamos a John, si él dice que sí ganáis, si no empate y nos quedamos igual.
—¡Bien! —exclamó Daimon mientras salía en busca de mi hermano.
Miré a Ella con ojos abiertos, suplicante.
—¿De verdad tú también quieres?
—Lo siento, Jane, pero sí. Me da mucha pena, ¡mírale! Murió ahí, y nadie debió darse cuenta. Pobrecillo.
—Ya lo sé, pero no parece muy seguro.
—Porque no lo es. —finalizó antes de que los chicos llegaran.
Se pusieron enfrente del cadáver, junto a nosotras. Sin embargo, a una distancia prudente del apestoso y molido cuerpo.
—¿Así que el dilema va sobre él? —preguntó John mirándolo.
—Así es. —contestó el otro.
Mi hermano, despreocupado, quizás valiente, o –más bien– estúpido, se acercó tapándose la nariz. Puso una mueca de asco cuando estuvo ya a escasos centímetros.
—¡John! ¡Fuera! ¿Qué haces? ¡Ni se te ocurra tocarle!
—Tranquila, mamá. —bromeó él—. Solo voy a quitarle la chaqueta para ver quién es.
—Dios mío.
Cogió una cartulina que había al lado, una verde oscuro y bastante maltratada. La enrolló hasta hacerla parecer un palo y con ella, teniendo aún una mueca de asco dibujada en su cara, quitó a aquel cadáver su espantosa chaqueta azul. Y ayudándose de otra cartulina, abrió los bolsillos hasta que en uno de ellos encontró una mohosa cartera.
—¿Alguien hace los honores?
Ninguno dijimos nada, de hecho, dimos un paso atrás intentando no participar en aquella "manipulación del cadáver"
—Como queráis. Exagerados. Tampoco es para tanto. ¿Hay alguna botella de agua por ahí? ¿O jabón?
—En el baño aún queda jabón y papel, y en esa nevera hay agua, aunque lo que haya dentro parece un poco sospechoso. —contestó Ella antes de salir corriendo a buscar todo lo que había nombrado.
—¿Y cuál es el objetivo de tener su carné? —pregunté.
—¡Pues poder hacer un funeral en condiciones!
—¡Mierda! –refunfuñé– No sé por qué he confiado en ti para que les hicieras cambiar de opinión, maldita sea.
—Bueno, Gritona. —contestó Daimon con una sonrisa triunfante en lugar de John—. Soy un magnífico persuasor.
—¡No! Que va, no lo eres. ¿Qué le has dicho para que aceptase?
Él se calló, fue John el que decidió responder.
—Me dijo que quemaríamos toda la gasolinera. –Sonrió.
Respiré profundamente y muy lentamente, evitando así explotar y matarles, haciendo que acabaran como aquel señor.
—Sabéis que no vamos a hacer eso. ¿Verdad?
—Podría ser peligroso este lugar, podría estar infectado. —Ironizó Daimon.
—Oh, no. No uses mi propia medicina contra mí.
—Refútalo. —pidió con una sonrisa ladeada.
Yo abrí mi boca, intentando decir algo. No obstante, no se me ocurrió nada. Estaba en blanco.
—¿Y si quemamos algo más?
—No hay nada más, Jane. Estamos en medio de la nada.
—Joder. –musité– ¡Hacer lo que queráis! Pero con cuidado.
—¿Te preocupas por nosotros?
—¡Me preocupo por mí! —contradije enfadada.
—Mira. Se está haciendo de noche y es invierno, así mataremos dos pájaros de un tiro. Desinfectaremos el local, nos calentaremos, y dormiremos con algo de luz.
—¿Y la gasolina? Esto está lleno de combustibles, como explote algo no tendremos ni la oportunidad de contagiarnos.
—¡Jane! No te preocupes tanto, estaremos a una buena distancia.
No quería aceptar, aunque no tenía más opción, y cuando lo hice, Ella vino con una botella de agua, jabón, y papeles. Se los dio a John, quien con cuidado fue enjabonando el carné, para luego poner agua, mientras frotaba con aquella misma cartulina. Estaba haciendo un estropicio.
—Qué asco. —dijo Ella.
—Concuerdo. —respondí.
—Dame el papel. —Le pidió John a la chica.
Ella se lo dio, y él poco a poco y como pudo fue secando el carné hasta que con otro papel doblado lo cogió.
—Miles Jackson. —leyó—. Tenía 25 años al parecer.
—Bueno, al menos ya sabemos quién era. —dije.
—Podremos hacerle un funeral en condiciones. —opinó Daimon.
Preferí no decir nada, y solo observar mientras él iba nombrando objetos, y el resto los iba poniendo junto al cadáver. Yo estaba sentada observando con escepticismo. Cuando acabaron, pude observar una lista de las cosas más comunes: Papeles, cartones y libretas. Por supuesto, aliñado con una gran cantidad de gasolina y extraños líquidos que debían ser inflamables.
La luz del exterior iba disminuyendo, y con ella mi tolerancia hacia aquella peste aumentaba, sobre todo gracias al olor a la gasolina, que la camuflaba casi al completo.
—Poner mucha en Miles. —pidió Daimon que también ponía más basura encima—. Intentemos que no dejen restos tampoco los huesos.