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Mew apenas saludó al entrar en su casa. En cuando tuvo la oportunidad se encerró en su habitación. Miró de reojo su PlayStation 5, el casco de realidad virtual, la televisión empotrada en la pared de noventa pulgadas, encendida en un canal de deportes (había estado encendida desde la mañana aún con la habitación vacía).

Mew no prestó atención a nada de eso. Solo se dejó caer en la cama y conscientemente evitó mirar hacia el rincón donde su pelota número cinco de cuero, del último partido, reposaba allí en la semi oscuridad. Aunque no la vio, Mew sintió lo que sentía cada vez que pensaba en el fútbol.

El fútbol no era solo un deporte para él. Era su vida. Una vida que le había dado prestigio, trofeo juveniles, viajes a docena de países, muchos amigos famosos y las novias más lindas. Y lo más importante: la promesa de un contrato millonario en un club de primer nivel, apenas cumpliera los veinte. Pero luego de dar tanto , el fútbol le había dado el dolor más profundo que había experimentado en su vida.

Una patada en su rodilla, durante una final, un grito que había envuelto a medio estadio en un tenso silencio y luego nada...

Pasaron algunos meses y la rodilla sanó. Estaba sana para caminar con normalidad pero no para soportar una carrera futbolística profesional. La soledad de aquella enorme habitación envolvió a Mew como lo había envuelto la noche en la que en el hospital, el médico le comunicaba que ya no podría jugar al fútbol profesional nunca más. Y se quedó solo, sin carrera, sin amigos, sin novias y sin saber cómo seguir viviendo.

Al único lugar que iba cuando salía de la casa era el río, para ver los atardeceres. Mew entonces recordó el río y por primera vez, pensar en su carrera truncada no lo hizo llorar.

"No sé cómo..., no sé cuándo... pero volveremos a vernos, Gulf", se dijo a sí mismo mientras cerraba los ojos y se tapaba torpemente con una manta del club en el que siempre había soñado jugar...