Bueno, primero que todo quiero recordar que esta historia no está destinada a ser leída por menores y contiene escenas +18 que no son aptas para todo público, así que, si no te gustan estos tipos de temas no la leas y no denuncies, porque para algo hago la debida advertencia, además de que el género no es de ningún tipo infantil.
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El cielo era tan azul y estaba tan despejado que al verlo solo se podía sentir paz. Conectarte con ese ser superior que había creado la mente humana parecía posible, tanto, que por un momento sentías que la gran distancia de la ciudad de Plata y tú, se había reducido a solo unos cuantos milímetros. Te creías capaz de tocarla, de hacer parte de ella y con la autoridad para absolverte por tu propia cuenta de tus más oscuros y sucios pecados.
El océano era igual de hermoso y tranquilo que el cielo. Miles de kilómetros cobijados por cantidades infinitas de agua, con una oscuridad peligrosa e incluso enigmática que te hacía querer escudriñarla por todas las esquinas; querías devorarla completamente, tirarte sin pensarlo dos veces y ahogarte en ella. Dejar de sentir al mundo, dejar de equivocarte y de tener esa rara incertidumbre que te hacía tener un mal sabor de boca con cada error que cometías, o probablemente esos pensamientos solo los tenía Alec Ridgway.
Sí, con su aura intrigante, el cabello hecho un caos, la mirada perdida y las comisuras torcidas con disgusto la mayor parte del tiempo.
Manejaba un barco motorizado que le había prestado su hermano Alex, a quién en secreto maldecía por tener un nombre tan parecido al suyo y no compartir sus ideales. Alec tenía muy claro cual era su objetivo, siempre lo tenía; poseía ese don de gente súper dotada para que no se le olvidaran las cosas, era como tener una lista infinita de quehaceres bien grabada en su cabeza, casi como si su cerebro destinara una parte de sí mismo únicamente para las tareas del día a día. Sin embargo, esta vez era algo distinto, sabía que si alguien se enteraba lo tacharían de loco, peligroso y muchos otros adjetivos más que también podrían ser utilizados con los demás integrantes de su familia.
En realidad, nada de esto parecía afectarle, o por lo menos él no lo creía así.
―¿A dónde vamos?
―Todavía no te lo puedo decir.
La chica esbozó un puchero, de esos que inevitablemente hacían sonreír al hijo de en medio de los Ridgway.
―Hagas lo que hagas, no revelaré nada ―sentenció.
―¿Haga lo que haga? ―enarcó una ceja con aires perversos.
―Exacto, y no pienses en intentar chantajearme con… ―escaneó de la misma forma el cuerpo de la castaña― tú sabes con qué.
―Para nada, por quién me tomas. ―Se encogió de hombros, aún con la sonrisa en sus labios.
A Alec, normalmente le parecía gracioso todo lo que hacía y decía Tara. En serio, le parecía inocente en la medida justa, bonita en una gran medida, indefensa a un nivel normal, muy sexy según lo que su vocecita interior le convencía y como cualquiera, tenía su grado de estupidez, pero era solo lo necesario, no exagerado, y eso, eso la hacía mucho más peligrosa, aunque Alec no lo sabía.
Habían navegado en ese bote durante hora y media. Tara no entendía qué carajos estaba pasando y porqué se estaba demorando tanto, necesitaba saber qué demonios escondía ese chico, sabía que algo ocultaba, y que probablemente, muy probablemente era algo depravadamente delicioso, lo que desafortunadamente, la atraía como un imán al pelinegro.
Estaba sentada, apoyando la quijada en una de sus manos también apoyada en su rodilla derecha, mirando fijamente una parte del piso resbaloso y blanquecino del vehículo. Sentía el motor rugir de manera espeluznante, y no porque el artefacto estuviese dañado, al contrario, era muy lujoso y nunca logró llegarse a imaginar que Alec tuviese esa cantidad de dinero. Le parecía espeluznante por la espera, algo en su interior le susurraba que era peligroso estar ahí sola, en medio de la nada, sin tierra firme debajo de las plantas de sus pies, pero aún así quería saber porqué era tan malditamente intrigante ese chico.
Ambos se conocían desde hace varios años, algunas veces salían juntos al cine, otras veces se reían durante larguísimas llamadas nocturnas y otras veces terminaba encima del muchacho mientras se besuqueaban intensamente. Era algo que le encantaba. Poder disfrutar de alguien sin ningún tipo de compromiso lo hacía mejor, puesto que de vez en cuando le gustaba probar cosas nuevas, aunque a veces se sentía culpable porque el mediano de los Ridgway le proporcionaba todo lo que nunca había conseguido en un chico, y realmente, esa era la razón principal por la que no se podía desprender de él, porque se sentía segura, deseada, amada, embobada, entretenida y nerviosa, y eso era jodidamente magnético.
El golpe que produjo el choque del bote con la superficie que repentinamente había aparecido ante Tara, la hizo saltar del susto. Se había sumergido tanto en sus pensamientos que había dejado de lado todo lo que tenía a su alrededor. Levantó la vista hasta encontrarse con un pedazo de tierra inmenso ante sus ojos, pero diminuto si se consideraba desde una vista satelital.
Tenía palmeras altísimas que se meneaban al compás del viento, dando una especie de calma relajante, de esa que sientes cuando todo está en silencio y logras encontrarte contigo mismo por un corto instante.
―Ya te puedes bajar.
Tara se había quedado estupefacta con la gran vista, tan asombrada que ni siquiera había notado que Alec ya tenía los pies sobre la tierra firme, o más bien, la arena.
El chico le extendió su mano en un gesto para ayudarla a bajar, lo cual le pareció sumamente lindo, porque bueno, Alec nunca era así con nadie, solo con ella y aunque a él no le gustaba aceptarlo, Tara era especial. Especial en el punto en el que disfrutas pasar tiempo con esa persona, hacerla reír y compartir los instantes felices de tu vida con él o ella. No todos, pero mínimo los más importantes.
Aún así, Alec sabía muy bien que no debía inmiscuirse demasiado en esos asuntos amorosos, o por lo menos, parecía que lo tenía claro, y eso creían sus hermanos.
Cuando por fin la chica puso un pie sobre la arena, una paz inmensa y hermosa la llenó de pies a cabeza, y desgraciadamente ese sentimiento incrementó cuando hizo contacto visual con el hermano de en medio.
No sabía si era bueno o era malo tener toda esa mezcla de emociones intensas y preciosas por culpa de ese chico raro, oscuro y misterioso. Recordaba la vaga idea que tenía de los hermanos Ridgway al conocerlos. Habían llegado al pueblo un día cualquiera, de la nada habían aparecido por la entrada de la secundaria; los tres en conjunto y se veían tan bien, parecían implacables, de esa gente con la que no te puedes juntar porque, carajo, tú no estás a su nivel y era imposible llegar a estarlo. Con sus vestimentas oscuras y un físico sumamente parecido entre sí, ellos se veían como una tentación, de esas demasiado peligrosas, pero al mismo tiempo hipnóticas, y allí, mientras estaba parada contra uno de los muros que sostenían los casilleros estudiantiles, había quedado flechada con los tres, incluso con la chica bajita que siempre los acompañaba y que tenía una mirada horripilante, y eso irremediablemente la hizo preguntarse a lo largo de un mes si podría llegar a ser bisexual, aunque descartó la idea muy rápido. Sabía que esas cosas eran más serías y por un simple gusto culposo hacia una persona de su mismo sexo, no podía otorgarse tan deliberadamente esa característica tan grandiosa a sí misma. Jamás.
Luego conoció a Alec, mejor dicho, él la conoció a ella un día en el que la saludó y desde allí comenzaron hablar, luego todo fue tornándose más íntimo y terminó en esto: salidas a lugares clandestinos sin ningún sentido, pero muy románticas y espaciales.
La expresión asombrada de Tara no dejaba duda de que le había encantado y obviamente no esperaba tal sorpresa por parte de Alec. Cualquier cosa, menos esa, lo cual era más que evidente que había logrado incrementar esos puntos invisibles que aumentaban tu cariño hacia alguien.
―Esto es…
La chica no encontraba las palabras exactas.
―Con tu cara ya lo sé todo ―respondió el muchacho en un tono engreído, muy raro en su persona.
―Dios, es que es hermosísimo. ¿Esto lo planeaste tu solo?
―Claro, ¿con ayuda de quién más lo haría?
―No sé, ¿Alex?
El hijo de los Ridgway soltó una carcajada que, por un momento, impresionó a Tara.
―Como si a Alex le interesaran este tipo de cosas…
―Es tu hermano, sería normal que te ayudara.
―No contigo, no cuando se trata de…
―¿De qué? ―inquirió automáticamente, sin prestarle mucha atención a lo que el chico decía, pues estaba demasiado impactada con la belleza del lugar.
―Nada, solo no me prestes atención.
Los zapatos de la castaña se escondían gracias a la arena, e inevitablemente jugueteaba como una niña pequeña. Alec le había dicho que iba a tener que quitarse los zapatos algo que le había parecido extraño, pero Alec siempre era extraño, así que no ahondado más en el tema.
Las palmas de ambos se juntaron, y de inmediato comenzaron a caminar.
Tara no sabía hacia donde la llevaba Alec, pero prefería no preguntar porque le gustaba quedarse con la intriga, le parecía emocionante no saber qué estaba pensando el chico o mejor aún, qué había planeado, sobretodo con la última sorpresa, quería seguir sintiendo esa emoción nerviosa a lo largo del recorrido.
Pasaron sobre rocas húmedas y resbalosas con mucho cuidado, se rieron varias veces por la torpeza de Tara y recordaron cosas que habían hecho estando a solas, esas que nunca habían tenido la confianza para contarle a alguien y que tenían muy claro que ese alguien no iba a ser más que otro que la persona que tenían frente a ellos.
El único sendero que lograron encontrar era más peligroso que pasar de liana en liana al estilo Tarzán, ya se habían encontrado con algunas serpientes o plantas carnívoras que, aunque era imposible que le hicieran algo a la chica, ella prefería gritar como loca y Alec tenía que tranquilizarla.
Los rayos del sol iban disminuyendo con cada hora que pasaba y por lo menos a Tara ya le dolían las plantas de los pies, sin importar que hubiesen hecho más de cuarenta pausas porque ella no quería seguir caminando.
―Por Dios, no. ―Se cruzó de brazos en una especie de pataleta fingida― No quiero seguir.
―Tara… ―el chico puso los ojos en blanco, como si esto ya se hubiera repetido varias veces durante el trayecto― Ya no queda nada.
―¡¿No queda nada?! Eso dices desde que nos bajamos del bote.
El pelinegro sonrió porque era cierto, sabía que habían caminado bastante, pero aún así, se habían detenido incontables veces porque ella no quería seguir y lo peor es que ni siquiera habían avanzado casi.
―No avanzamos por tu culpa.
―¿Mi culpa? ¡¿A quién carajos se le ocurre hacerme caminar más de un metro, Alec?! ―preguntaba en tono absurdo, pero intentando contener la risa.
El chico no dudó ni un segundo, no siguió con la conversación, solo la alzó sin preguntar, como un costal de papas y con una facilidad impresionante, porque parecía que su peso fuera insignificante y sí, Tara era delgada, pero sabía que pesaba algo, como cualquier persona normal que no hacía ejercicio y llevaba una vida sedentaria y aburrida.
La chica igual no dijo nada, no se quejó, no refutó ni objetó, solo disfrutó estar sobre los brazos de ese Ridgway, del que por más que le costara aceptarlo, la había conquistado, pero sin importar eso, nunca, ninguno de los dos había tenido el valor suficiente para dar el gran paso y proponerse algo más que amistad.
La tez del chico era preciosa, no tenía ninguna imperfección, ni siquiera alguna espinilla, era impresionante. Su nariz era de esas que la gente cree que han pasado por el bisturí por lo perfecta que era. Sus labios poseían ese característico tono rosáceo y en vez de ojeras como sus dos hermanos, Alec tenía pecas que le daban un aspecto tierno a todo su semblante rudo y malo.
―¿Cuál es el plan? ―inquirió Tara en un susurro, mientras contemplaba lo espléndido que se veía el pelinegro con la oscuridad del cielo y la noche al fondo.
―¿Plan? ―preguntó en forma de respuesta Alec sin despegar la vista del sendero.
―Tienes un plan, ¿no?
―¿Por qué lo dices?
―Bueno, traerme aquí y caminar todo eso…
―Ah, ese tipo de plan. Claro que lo tengo, pero no te voy decir nada.
―¡Alec!
―Solo cierra la boca.
Era frustrante, sumamente frustrante, Tara no entendía qué carajos le pasaba a ese inútil, ¿por qué debía esperar? ¿era algo grave y por eso no se lo podía contar? No lo sabía y con tanta dilación ya empezaban a surgir las dudas paranoicas.
Alec siguió caminando un rato más con la chica en sus brazos, mientras ella continuaba maquinando un montón de teorías terroríficas de lo que probablemente estaría por pasar. Todas le daban escalofríos y por más que descartara una, —porque sabía que Alec no era ese tipo de psicópata— regresaba la otra.
―Listo ―pronunció el chico.
La castaña se bajó con entusiasmo de los brazos que la sostenían y solo se encontró con más sendero:
―¿Es un chiste?
Sin embargo, Tara se dio cuenta que Alec ya no estaba junto a ella, sino que seguía caminando, ignorando por completo su reacción.
El chico tomó una curva del camino y desapareció. Tara salió corriendo con pánico al quedarse sola y cuando siguió el rumbo de Alec, lo vió. Una cascada gigantesca e impactante ante sus ojos. Dejó que su mandíbula cayera inmediatamente. Se veía increíble y era muy obvio que ella nunca había visto una cascada.
En un instante lo captó; Alec estaba sentado sobre una roca, liberándose de los zapatos con lentitud y el ceño fruncido.
No tardó ni un solo segundo para ir corriendo a donde estaba él y gritarle al oído con emoción:
―¡¿Era esto?! Es precioso, Alec…
―No, aún no ―dejó tirados sus zapatos y le dedicó una sonrisa estúpida a la chica.
―¿Qué?
―Quítate la ropa ―ordenó mientras él hacía lo mismo.
―¿Qué? ―volvió a cuestionar sin entender muy bien la situación.
―Desnúdate, Tara.
El corazón le empezó a latir con rapidez. Claro que entendía lo que decía Alec, pero porqué quería eso.
―Alec, yo…
―¿Confías en mí?
―Por supuesto.
―Entonces, quítatela.
―No creo que…
―Tara, ―la interrumpió con suficiencia perversa en su mirada― si no te la quitas tú, lo haré yo.
Todas las alarmas de emergencia se encendieron en la mente de la chica, ese: “o lo haré yo” le agregaba un toque distinto al asunto y le gustaba que lo hiciera, pero aún así tenía miedo y no tenía muy claro el porqué.
Prefirió no tentar a Alec y acató su orden, despacio, pero lo hizo. Primero la camiseta de color blanco, luego el pantalón deportivo que no hacía un buen conjunto con la camiseta y por último los tenis grises sucios y desgastados que había llevado. Sí, ya no le importaba cómo la viera él, igual no era la primera vez que se verían desnudos.
Sintió el viento helado sobre su piel, misteriosamente provenía de la cascada y algunas goticas de agua también la alertaron. Por el contrario, Alec estaba tranquilo, sentía ese tipo de confianza hacia la chica, se sentía seguro y eso a diferencia de ella; sentirse seguro lo hacía preocuparse aún más.
―¿Vamos a entrar? ―dijo señalando el intenso chorro de agua.
―Tenemos que pasar por ahí, pero no nos vamos a quedar.
La mano del chico agarró la de ella con delicadeza y la arrastró hasta el inicio de la cascada. Ya más de cerca, ambos se percataron de unas rocas que facilitaban el paso para no tener que ahogarse debajo del chorro de agua y decidieron tomar la ruta fácil.
El sendero mojado y frío hacía que le pasaran escalofríos a ambos chicos, pero Alec lo manejaba mejor y se aprovechaba de eso para mojar a Tara y hacerla gritar.
―¡Carajo, Alec, basta!
―¿Qué?
―¡Que te detengas!
―Cállate, Tara.
Y seguía disfrutando con la desgracia de la chica mientras él ya había logrado pasar al otro extremo de tierra resbalosa.
Finalmente, la castaña había logrado llegar al lado del chico y en cuanto lo hizo, le proporcionó varios golpes en los hombros y la espalda que lo único que generaban eran carcajadas provenientes del idiota burlón.
Al final, Tara se rindió y se dio cuenta que entre más furiosa se ponía, más disfrutaba Alec y ella quería comenzar hacerse la difícil, por lo menos una vez en la noche. Así que en lo que restaba de camino no cruzó palabra con él. Por un instante creyó que había recibido suficiente indiferencia, pero no era cierto, aún seguía esa chispa de mofa en los ojos del chico, hasta que por fin llegaron y ella no tuvo más opción que emocionarse por tercera vez en el día.
―Alec, dime que esto sí es…
―Sí ―se limitó a decir con algo de vergüenza por lo tonto que era.
―Es… perfecto.
Una manta insignificante, una canasta y un candelabro con una vela adentro protegida por las paredes de vidrio, reposaban sobre el césped. Era casi un picnic mal planeado en medio de la oscuridad. Se veía tenebroso y era muy raro estar desnuda para esto.
Sin percatarse enseguida, Alec estaba tirado sobre la manta, con los ojos cerrados y las manos sobre su pecho, casi como si estuviera conectándose con el aire y la naturaleza.
La chica hizo lo mismo, se tiró ahí, a su lado, sin mediar palabra, sin razón, al fin y al cabo, así sucedían las cosas entre ellos: sin algún tipo de justificación.
Tara solo pensó una cosa y la hizo sin debatir mucho mentalmente. Se abalanzó y besó profundamente a Alec, a lo que él respondió de la mejor manera, con sus manos a cada lado de su cintura, apretando en la medida justa, en el punto justo, en el punto en el que no solo Tara, sino cualquier mujer se calentaría.
La posición cambió ágilmente. Alec ahora estaba sentado y Tara se encontraba a horcajadas de él, con las pieles rozándose lascivamente y los labios expresando a la perfección el deseo, las ganas, la necesidad, las ansias, el miedo, la ira, la ansiedad, la emoción, el cariño y todo el remolino de sentimientos por el que atravesaban cuando estaban juntos. Era inevitable, ninguno tenía la capacidad para alejarse del otro, se necesitaban y necesitaban sentir así de cerca al otro. Sabían que estaba mal lo que estaban a punto de hacer, sabían que sus pensamientos no eran correctos y que cualquier persona los juzgaría ferozmente por haberse fijado en el otro, porque eran como el agua y el aceite y claramente ninguno debía pertenecer o tan solo llegar hacer parte del mundo al que se supone cada uno correspondía.
―Tara… ―intentó pronunciar el chico en medio del besuqueo ajetreado― no debo…
―Shh… solo hagámoslo.
Alec sabía muy bien que no podía, que no debía hacerlo, pero sí quería, y le parecía sumamente egoísta de su parte, pero… se sentía tan malditamente bien cuando la chica movía así, de esa manera, con ese ritmo y con esa fuerza su cadera sobre él, que todos los pensamientos lujuriosos llegaron a su mente sin esfuerzo, y eso hizo que tal y como un niño puberto, se calentara en cuestión de minutos y sí, se puso duro. «Mierda» pensó, porque era innegable, lo quería, quería follarla como nunca antes lo había hecho, quería correrse dentro de ella y quería hacerla gemir su asqueroso nombre.
Se sentía sucio, mentiroso, manipulador y… «¿Por qué carajos se mueve tan bien?»
La frente de la chica se juntó con la de él y el beso se detuvo, pero sus movimientos incrementaron.
―Déjame sentirte, Alec…
Pasó saliva en medio del frenesí y los gritos internos que llegaban a su cerebro provenientes de su miembro. No podía, no debía, él ya lo había contemplado con anticipación y se había hecho la idea de que su desnudez, su piel, su cabello, su olor, su rostro luminoso y hermoso, sus labios, sus piernas, su cuerpo y ella en sí, no lo tentarían y se lo había prometido después de jalársela más de una vez pensando en ella.
Sí, había tenido la idea estúpida de que si lo hacía mientras pensaba en ella y se preparaba para saber cómo se iba a sentir cuando el hecho fuera un hecho y no una imaginación, iba a poder resistirse y afrontar la situación con la madurez y el control que requería, pero Tara, esa Tara de carne y hueso sobre él, sin ropa, jadeando y rogándole porque la cogiera, y no la de su imaginación, esa chica real hacía demasiado difícil que el autocontrol del chico hiciese presencia en medio de esa posición.
―¿Quieres eso? ―Se relamió el lamió deseoso, mientras la chica decidió hacer contacto visual. Todo para tensionarlo más. ―¿Quieres que te folle?
―Sí, Alec. ―Tomó aire para poder pronunciar lo siguiente. ―Fóllame, hazlo. Lo necesito.
Y, era cierto, Alec no debía hacerlo, pero las cosas que están mal siempre terminan atrayendo y él era alguien muy fácil de atraer.
Asintió con la cabeza, mientras apretaba los labios para contener lo que fuera que necesitara contener en ese momento y Tara comprendió todo perfectamente. Se apoyó en una de sus rodillas, agarró el miembro del chico con una fuerza deliciosa que lo hizo tensar la mandíbula y por fin lo introdujo dentro de sí misma.
Alec solo agradeció la calidez del interior de la chica y dejó que ella llevara todo el control con su experticia peligrosa.
Las uñas de Tara se enterraron bruscamente en los hombros del pelinegro, agregándole un color más sexual y calentón a la situación. Alec no entendía porqué se sentía tan increíblemente bien estar dentro de ella, el dolor de las hendiduras filosas proporcionadas por la manicure de la castaña se sentía aún mejor, era indescriptible y quería que no parara de hacerlo. Por otro lado, las expresiones llenas de placer y los labios en forma de O de la chica, para llevar un buen ritmo de respiración, era la mierda más sexy que había visto en toda su vida y no sabía si era posible, pero creía que con cada segundo que pasaba se ponía más y más duro.
Tara se sentía igual o mejor que Alec, en ese momento cualquier tristeza se esfumó y todo gracias a él. No quería pronunciar el nombre del altísimo en esa situación, pero tenía que hacerlo.
―¡Oh, Dios, Alec! ―gimió tan fuerte que pensó que la escucharían hasta el otro extremo del mundo.
Sí, él también lo sentía así, no quería que nunca se acabara, quería quedarse ahí, en ese instante perfecto con ella, con la chica que desgraciadamente generaba esos sentimientos bonitos en su interior. Esa chica que sacaba su lado tierno, su lado perverso y su lado egocéntrico solo en los momentos justos.
La lengua de Alec recorrió la clavícula de la chica y ella solo se disponía a que lo hiciera, con sus dedos enredados en el caos que tenía por cabello y sus gemidos llenando por completo toda la isla. El roce de su clítoris con el inicio del miembro del chico era un éxtasis gigantesco, algo que efectivamente nunca en su vida había experimentado y que hasta ese momento no sabía que lo necesitaba, no tenía idea de cuánto necesitaba a ese lado de Alec Ridgway.
Un gemido se le escapó a Alec en cuanto el líquido blanquecino salió de su interior y llenó por completo la cavidad de Tara. El chico nunca se imaginó lo mucho que también la necesitaba y lo mucho que significaría para él tenerla a ella así, aunque todavía tenía muy claro que nada de esto podía llegar a estropear su plan.
El último gemido salió de la garganta de ambos al mismo tiempo y el sudor también hacía presencia en su cuerpo. El movimiento cesó y la chica decidió quitar a Alec de su interior en cuanto se tiró a su lado exhausta y con las mejillas coloreadas de rojo.
Ambos suspiraron cansados y volvieron a mirarse a los ojos mientras se rieron de lo fatigados que estaban.
Alec simplemente se recostó de nuevo sobre la manta, al lado de Tara y de nuevo saborearon sus labios. Las manos de la chica seguían agarrando los hombros de Alec, mientras que él seguía haciéndolo por su cintura, aunque ahora las yemas de sus dedos también acariciaban sutilmente la curva de sus glúteos.
Ambos se sentían satisfechos, su cariño hacia el otro había aumentado aún más y era cierto, era posible que llegasen a estar enamorados.
―Te amo. ―Confesó al fin Tara con un hilo de voz.
―Yo también. ―Respondió Alec mientras jugueteaba con un mechón del cabello de la chica.
Así mismo pasó parte de la noche. Juntos protegiéndose del frío nocturno con la inútil manta y los brazos de Alec rodeando tiernamente el cuerpo de Tara.
Aunque Alec no había podido conciliar el sueño, no aún, debía terminar eso, debía cumplir su objetivo, tenía que hacerlo o sino su maldita voz interior, esa del don para que no se le olvidaran las cosas, esa voz lo consumiría y le haría la vida imposible con cada hora que pasara, pero lo peor era una cosa rara que ahora tenía, esa… ¿culpa? Por lo que iba hacer, eso era una mierda, nunca la había experimentado, pero lo iba a volver loco.
Entonces fue cuando lo decidió, debía hacerlo, era su obligación, no solo por esa estúpida voz, sino por él, por sus hermanos, por su apellido, por lo que lo había hecho ser el monstruo que era ahora.
Y así, con dolor, pero con ansia diabólica, rompió el candelabro con cuidado de no despertar a Tara y uno de esos pedazos filosos de vidrio lo enterró en el abdomen desnudo de la chica.
Tara abrió los ojos de ipso facto y un grito desgarrador salió de su garganta cuando el chico abría su piel con lentitud.
De inmediato, el líquido rojizo y cálido salió del cuerpo de la chica, manchando la piel de Alec y llevándolo por completo al clímax, mucho más que cuando estuvo dentro de ella.
―Alec… ―intentó hablar la castaña― Alec ¿Q-qué es es…?
―Lo siento. ―Se limitó a pronunciar. ―Te juro que te amo, Tara, y no sabes cuanto.
―P-pero…
Las lágrimas hicieron presencia lentamente en el rostro de ambos.
―Este es mi secreto. Soy un monstruo, soy una mierda, pero aún así soy el único que debía estar contigo y tú me traicionaste.
―¿Qué?
―Te revolcabas con todos.
―P-pero… nunca me dijiste que…
―No tenía que decirlo, Tara. Solo debías hacerlo.
El vidrio se enterró más en la piel de la chica, lo que la obligó a intentar arrebatarle el filo de las manos al chico, pero fue inútil, solo lo insertó más y se movió más, abriendo así una herida muy grande en su abdomen, mientras la mano izquierda de Alec juntaba sus muñecas para inmovilizarla. Sentía su aliento rozarle los labios y sus pupilas conectadas a sus ojos ya casi sin vida.
―Alec… no… ―se le quebró la voz.
―Sí… tenía que hacerlo, porque me traicionaste, porque eras tú, solo tú… eras exclusiva y solo me pertenecías a mí.
En ese instante, Tara dejó de ver bien a su alrededor; la manta ya estaba empapada de su sangre y la debilidad hizo presencia en su cuerpo. Ahí su corazón y sus sentimientos se quebraron, ya tampoco veía frente a ella al chico tierno y detallista que había conocido, solo veía a un asesino, a un chico lleno de dolor, pero no por ella, porque tenía claro que ella nunca hizo nada; ahí se dio cuenta que Alec Ridgway estaba igual o peor de roto que ella.
Editado: 24.11.2021