Meses atrás.
Nicholas.
Había cometido muchos errores a lo largo de mi vida. Demasiados como para contarlos con mis dedos. No aprendí a vivir con ellos, me atormentaban por la noche y la soledad por la que pasaba, la vida insípida que tenía, y el dolor, eran mi castigo por cada uno de ellos.
Conocí a una mujer hace años, tuvimos una extraña relación y contribuí a que se rompiera en mil pedazos cuando no estuve para ser su apoyo. Ella se recuperó, pero no acabamos bien.
Sin embargo, no creía que ocultarme a mi hija fuese un castigo justo para el daño que causé.
Lo supe cuando la vi sosteniendo a la niña sonriente de aproximadamente un año junto a su esposo. Solo noté su cabello castaño entre la multitud de los vestuarios destinados al equipo contrario con el que jugaríamos hoy.
Quise acercarme, estaba enojado. Mucho. Ella me dijo que había abortado a mi bebé hace un año y aquí estaba, viéndola sostener una niña de esa edad cuyos ojos enviaban punzadas a mi ansioso corazón.
Me quedé en mi lugar, detallando a la que fue mi amiga y compañera de cama durante varios minutos. Era una maldita mentirosa.
Debí acercarme, formar un escándalo y enfrentarla.
Pero no lo hice.
En su lugar, jugué como nunca lo había hecho. Di todo de mí en el campo, sin atreverme a celebrar cuando ganamos luego de un juego que se me volvió eterno.
Cuando terminó, esperé que muchos se marcharan. Mis compañeros intentaron sacarme de los vestidores bajo la excusa de que teníamos que celebrar. No sé cómo conseguí responderle a todos una negativa, pero lo hice, asegurándome que ella seguía en los vestidores al otro lado. Su hermano acababa de subir una foto de su familia esperando que todo se descongestionara para salir.
Fue entonces, cuando prácticamente todos se habían marchado, que me armé de valor para ir a enfrentarla. Ella reía, y un maldito idiota sostenía a mi bebé. Ella era mía, no suya. Christopher Hotch, el tío de mi bebé, le hacía muecas para que la niña riera.
Eso no calmó mi sed de explotar.
—¿Qué demonios crees que vas a hacer?
La voz de Erick, uno de mis compañeros, llegó al tiempo del empujón que me arrojó en dirección a los baños antes de tener la oportunidad de reaccionar. Mi cuerpo impactó contra la pared en tanto su mano reposaba con fuerza en mi pecho, reteniéndome.
Me hallaba perdido. Roto. Quebrado a más no poder porque no podía imaginar como Maia me había ocultado a mi hija.
—¿Quieres calmarte, hermano?
—Suéltame, Hamilton —siseé entre dientes con la mandíbula apretada—. O te juro por la mierda que quieras que voy a estampar tu cabeza en la pared.
Ni siquiera sabía por qué me detuvo. Él solo se metió, aumentando mi rabia. Era amigo de Maia, pero Hotch lo odiaba por mi culpa. Eso no le daba derecho a nada.
—¿Qué crees que harás? ¿Estás celoso? ¿Es eso?
Fruncí el ceño, con ganas de estampar mi puño en su cara. ¿Celoso? Solo sentía rabia hacia esa mujer.
—Celoso mi maldito culo. —Era la furia hablando, pero no me importó—. No te metas en esto, Erick. Te estoy dando una jodida advertencia, no es de tu maldita incumbencia.
—¿No es de mi maldita incumbencia?
Él también sonaba furioso.
—Arriesgué mi trasero por el tuyo hace más de tres años, ¿o ya se te olvidó, jodido imbécil?
Tragué duro, sopesando sus palabras. Sí, se había sacrificado por mí cuando mi relación con Maia llegó a su fin, haciéndole creer al hermano de ella que él era el causante de su dolor. Hotch lo odió tanto por eso.
—Y por lo mismo es que te digo que no te metas —repliqué—. Peleaste una batalla que no te correspondía.
—Y tú como un maldito cobarde lo permitiste.
—Pues se acabó —respondí sin controlar mi rabia. En mi mente, solo había cabida para la niña a un par de metros que nunca había sostenido entre mis brazos—. Porque ahora, al igual que tú, tengo algo a lo que aferrarme.
Él más que nadie debía comprenderme. Su novia Verónica, nuestra agente de relaciones públicas, le ocultó que tenían un hijo por años. Su historia era muy diferente a la mía con Maia, y en algún punto, encontraron la forma de solucionar sus problemas, pero aún así, Erick más que nadie sabía lo que era no poder recuperar el tiempo perdido.
Él lo estaba viviendo.
—Fui un cobarde por dejarla la primera vez, pero no lo seré de nuevo —susurré.
Debí quedarme, comprobar que fue real que abortó a mi bebé, pero en su lugar, me refugié en las fiestas, el dolor y el alcohol, dejándola seguir con su vida, creyendo que ya le había hecho mucho daño.
Ella me mintió.
Se casó con ese hombre meses después y ahora estaban criando a mi bebé juntos. No tenía derecho. Vi las fotos de la boda, pero no había nada de ella embarazada, ocultó todo para que yo no me enterara. ¿Acaso creyó que podía ocultármelo toda mi vida?
—Lo que tengo con Verónica es muy distinto a la mierda que sucedió entre ustedes, Nicholas, y lo sabes. —Apreté los dientes, evitando hablar—. ¡Estuvo a punto de matarse, por Dios!
Lo sabía. Pero yo no fui el maldito culpable, aunque ella le dijera que sí. Le hice daño, pero no la llevé a ese punto.
—¿Y quién mierda dijo que yo hablaba de Verónica? —Me miró sin comprender—. Me refiero a Jake, darías tu vida por él.
Ante la mención de su hijo, se tensó.
—Si esto no es por Maia entonces, ¿por qué es? —Tragó duro cuando inhalé con fuerza. La rabia reemplazó cualquier otro sentimiento—. Nicholas...
—La muy maldita me mintió, Erick —respondí, enojado.
—¿De qué mierda hablas, Stevens?
—Me dijo que había abortado a mi bebé. —Mi voz se quebró, su agarre en mi pecho se desvaneció, pero ninguno de los dos se movió—. Me mintió en mi maldita cara cuando fui a verla porque sabía que el maldito condón se rompió.
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Editado: 02.04.2024