Emma.
Me tensé, sintiéndome como una idiota. Su cuerpo tomó impulso y lentamente me puso en mi lugar de nuevo mientras que yo sólo pude asentir aturdida por lo que acababa de suceder.
—Tenga buena noche.
Dándome la espalda caminó hasta la puerta tomando el pomo, cerrándola cuando salió. Saqué el aire que estaba conteniendo y me tiré en mi nueva cama sin saber bien qué demonios había pasado en realidad.
Si Elena hubiese visto esto o alguno de mis hermanos...Mis labios se extendieron en una sonrisa. El hombre era guapo, lo suficiente como para hacer que pensara más de dos veces en él, pero también era un témpano de hielo y mi jodido jefe.
Que puede despedirte en cualquier momento, Emma. No lo olvides.
Mi teléfono sonó en la mesita de noche en la que lo había dejado y solo pensé que debía tratarse de Elena, insistió tanto en que como ya me había deshecho de mi antiguo teléfono, tenía que conseguir otro. Y por deshecho me refería a tomar un jodido martillo y destrozarlo en pedazos pensando que era mi padre al que estaba golpeando con él. Elena se había sorprendido por la forma en que el celular había acabado, pero al final, tomó la herramienta y lo terminó de destrozar. Reímos hasta el cansancio esa noche.
¿Dónde demonios estás, Emma?
No fue el contacto de mi mejor amiga el que me recibió al abrir mi correo, fue el de mi jodido hermano. Tragué en seco al ver su dirección de correo electrónico parpadeando en mi buzón de notificaciones.
Debí imaginarlo.
Edward Brown no era de los que dejabas a un lado sin tener repercusión alguna. Sabía que me buscaría a pesar de la nota que dejé en mí su bandeja de mensajes porque no tenía la valentía para mentirles a la cara y decirles que me iba por otras razones que no fueran que papá me echó. Mis hermanos me conocían lo suficientemente bien, como para decir a ciencia cierta que yo nunca me iría por voluntad propia dejándolos a un lado, mucho menos si eso conllevaba dejar mi sueño tirado.
A pesar de ser la más pequeña del clan Brown, siempre había cuidado de ellos. Al fin y al cabo, eran todo lo que tenía. Me habían amado cuando mis padres me rechazaron, y no lo habían dicho en voz alta, pero en el fondo estaba segura de que ese había sido el motivo por el cual no se habían presentado en el funeral de mamá, no por su dolor como mi padre les hizo creer a todos. Especialmente E.
Pensé en contestar para hacerles saber que estaba bien, mis dedos incluso bailaron sobre la pantalla de mi teléfono pensando en una respuesta, pero sabía perfectamente que esto no finalizaría en un mensaje. Iban a sacarme información y me hallarían, querrían que volviera a casa y eso era algo que no iba a suceder en esta vida. Ya ese lugar no era mi casa, nunca lo había sido y me había hecho a la idea de ello.
No metería a mis hermanos en problemas solo por querer ayudarme, esa no era yo. Tal vez quería cambiar para hacerle ver a mi padre que estaba bien sin él, que podría salir adelante, pero siempre sería la pequeña Emma para mis hermanos, su instinto protector se intensificaba en lo que respectaba a mí, y no iba a arriesgarme.
Bloqueando la dirección de email de Edward y la de Marie, su secretaria, cerré mi correo y apagué mi celular, no sin antes mandarle un texto a Elena para hacerle saber que estaba bien y que mis hermanos estaban fuera del mapa. Ella sabía que no debía darles información sobre mí y confiaba en ella lo suficiente como para saber qué ni todo el nivel de persuasión que ellos podían tener la iba a convencer de abrir la boca.
Muchas cosas habían cambiado en el último mes. Por un lado, había decidido dejar de ser la pequeña indefensa que actuaba como sumisa a todo lo que su padre decía. Me dio dos opciones y yo tomé la libertad.
Recordar esa maldita conversación me colocaba de los nervios, nunca pensé que sería capaz de proponerme semejante estupidez, pero lo hizo. Quiso que atara mi vida a un hombre que no amaba solo porque necesitaba cerrar un ridículo negocio. Por Dios, el hombre era viudo, y por lo que se decía en los círculos sociales de mi padre, había llevado a su mujer a suicidarse con las palizas que le daba.
Jeremy Campbell no iba a hacer parte de mi vida ni en esta vida ni en la que seguía. Crecimos juntos, tenía la edad de Edward y por nuestros padres fuimos a la misma escuela, pero ni Elena ni yo caímos en sus manos como el resto de la población femenina. Era guapo, pero ni toda la hermosura ni el dinero del mundo me harían ceder. Se casó hace tres años y la mujer murió al segundo año, justo el día de su aniversario de bodas.
Y yo me quería lo suficiente como para declinar la oferta de mi padre y mandarlo a la mierda. En consecuencia, mis maletas habían sido hechas dos horas después y mi casero me llamó para decirme que mi contrato había sido cancelado y tenía que desalojar en una hora. Él pensó que me estaba presionando para que dijera que sí, que así mataría dos pájaros de un tiro. Me apartaría de la familia dejando un rastro imperceptible a los ojos de otros de su maldad, y se haría mucho más rico en el proceso.
Cuando llegué a su casa y lo vi con esa sonrisa en el rostro brindando con Joseph Campbell, le planté la cara y le dije que se metiera su dinero por el culo. Incluso escuché el jadeo de las empleadas que limpiaban la habitación de al lado, pero no me importó. Por primera vez en mi vida me había sentido lo suficientemente valiente como para decirle un par de cosas y lo hice, aunque sabía que automáticamente me estaba despidiendo de mi sueño de ser doctora en el próximo año.
Me advirtió que no abriera la boca ni les dijera a mis hermanos y lo hice, pero no por él, sino por ellos. Desde que tenía uso de razón, los hermanos Brown habían soñado con dirigir el negocio familiar, una de las cadenas hoteleras más reconocidas del país y un par de constructoras, no iba a dañarles eso. Más Edward que E, este último ya había construido su imperio a escondidas de papá y no necesitaba de él. Pero Ed, su vida era Brown Enterprise y Brown Hotels. Nunca le haría eso.
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Editado: 02.04.2024