Emma.
Cometí un error.
Un grande, embarazoso y muy perjudicial error.
Entré al departamento sin percatarme de nada alrededor, mi único objetivo era correr a mi habitación. Y así lo hice. Me recosté contra la puerta al entrar a las cuatro paredes que me acogían hoy más que otros días, dándole seguro a la puerta para mayor alivio.
Necesitaba pensar, necesitaba estar sola y sobre todo necesitaba poner distancia entre ese hombre y yo. Era mi jefe, eso no iba a cambiar. Tampoco era como si de alguna manera quisiera que lo hiciera. Estaba muy bien cómo íbamos, manteniendo nuestro espacio solo para nosotros. No necesitaba la presión extra que justo ahora estaba sintiendo.
Pero como me había gustado.
El beso me había afectado, aún podía sentir el calor de su cuerpo junto al mío y la pesadez de sus manos sobre mi cuello. Más que todo, sentía el sabor de sus labios apoderándose de los míos. Había tenido decenas de besos, pero ninguno como este, o por lo menos al punto de afectarme de esta forma.
Los chicos por lo general habían sido dulces conmigo, ninguno me había tratado de la forma en que Nicholas cuando me tuvo entre sus brazos, con determinación y fiereza, pero al punto de darme satisfacción. El beso fue explosivo y causó estragos en mí, aún sentía mi corazón palpitante en mi pecho y dudaba mucho querer enfrentarme a él mañana.
No admitiría en voz alta que me había gustado, aunque lo sabía. Él lo había dicho. Una probada y no había podido detenerme, no solo él tuvo la culpa de ese beso, yo también la tuve. Me dejé llevar y eso estuvo mal en todas las formas posibles.
Sí, el hombre era un adonis si lo ponía de esa forma. Sus brazos fuertes me sostuvieron con determinación, haciéndome sentir segura al mismo tiempo. Y sus ojos...yo no pude ver más que eso cuando lo tuve al frente. Sus pupilas me llevaron al mismo infierno haciéndome temblar y me gustó, más de lo que quería admitir.
Las cosas que me dijo fueron suficientes para que me derritiera en sus brazos. Si la voz de Vincent no hubiese interrumpido el momento probablemente seguiríamos allí y no precisamente en primera o segunda base. ¿Hasta dónde hubiese estado dispuesta a llegar con él? El solo imaginar la respuesta a ello me hacía temblar.
Una parte de mí sabía que estaba mal, pero una mucha más grande imaginó el cuerpo de ese hombre sobre el mío. Y no había sido cuestión de una sola vez.
Le prometí a mí hermano que mantendría mi distancia con el hombre que firmaba mis cheques, le dije que no había nada de lo que preocuparse y aquí estaba yo, tensa y confundida a más no poder, luego de un beso de Nicholas Stevens, el tipo más insufrible e imbécil con el que me había topado, pero también el único que en tan poco tiempo había puesto mi cuerpo a temblar.
Esta era solo una prueba del poco autocontrol que tenía en lo que a él se refería.
«Te deseo de una forma que jamás he deseado a una mujer».
Yo lo deseaba también. Me lo admitiría solo a mí. Pero no podía poner mi cuerpo y mi corazón en la mesa solo por sexo. Esa no era yo y jamás lo sería. Mi corazón y cuerpo eran un lío, pero mi cerebro tenía las cosas claras. No era eso lo que quería, merecía y necesitaba para mí.
Tal vez este era el tipo de sensación que la mayoría de las chicas experimentaban al ir a un bar y conocer a alguien, pero yo no sabría manejar la situación. Y puede que si en algún momento las cosas hubiesen sido distintas habría salido del bar con él. Porque Nicholas Stevens era el tipo de hombre que anhelabas por las noches no solo para tu cama sino en los días como compañero. Lo había visto con Alaia y sabía que era un padre maravilloso, pero había una gran distancia entre la forma como era con su hija y la manera en que trataba al resto del mundo.
Basta, Emma.
Caminé hasta la cama, respirando con más calma luego de varios minutos pensando. Un toque en la puerta me hizo pegarme a la pared junto a mi cama. Llevé mis manos a mi boca conteniendo la respiración.
¿Qué demonios quería?
—Emma, tenemos que hablar. —A diferencia de la rudeza en sus ojos en el ascensor, su voz sonaba tranquila y casi desesperada. Aun así, permanecí en silencio—. Sé que me estás escuchando.
Nerviosismo irradiaba de cada parte de mí cuerpo, mis manos temblorosas y mi corazón latiendo a mil por segundo eran un claro indicio.
—Vivimos en el mismo lugar, Emma. No es como si mañana o pasado no nos fuésemos a ver. —Sí, estaba actuando como una niña, pero no me importaba—. Si no abres igual voy a seguir aquí hasta que lo hagas.
El hombre era determinado cuando quería, no dudaba ni un segundo de que en verdad lo hiciera.
—Emma, tengo llaves de la cerradura —casi podía escuchar el tono gracioso en su voz—. No entraré, pero en serio quiero que me escuches y hablemos de lo que pasó. —Intenté hablar con él en varias ocasiones y su evasiva y furia fue lo que obtuve por intentar ser amable. Ciertamente eso era lo último que quería intentar en estos momentos—. ¿No quieres hablar? Está bien.
Suspiré aliviada creyendo que por fin decidiría irse.
—Entonces hablaré yo y tú escucharás porque sé que lo harás.
La parte educada en mi tuvo ganas de caminar hasta la puerta y quitar el pestillo para hablar, pero la parte dolida por sus palabras y racional por ser mi jefe, tomó el mando y me quedé donde estaba.
—Eres impredecible, Emma Brown —lo escuché murmurar seguido de una pequeña risa. Era una de las pocas veces que lo escuchaba reír y por primera vez no estaba Alaia cerca para ser ella la causa de ello—. Pensé que me darías una patada en las pelotas cuando te besé, a decir verdad.
Suspiró. De hecho, es lo que debí hacer, pero la violencia y yo no éramos amigas, mucho menos cuando en realidad quería besarlo.
—Pero me devolviste el beso con la misma intensidad, Emma, y me alteraste de una manera irracional. —Sus palabras estaban quemando y derrumbando con rapidez la barrera que mi sentido común con tanta fuerza intentó levantar. Y no estaba segura de poder seguir con mis puertas cerradas—. He sido un idiota contigo y vaya que me arrepiento de ello. Simplemente eres... más.
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Editado: 02.04.2024