internado de la institución vampírica

capitulo 15

AMAYA

no soy de la típica persona que se ejercita mucho pero dias como hoy necesitaba bajar los tacos que en todas las vacaciones calipso me dio, aun no han dado noticias si volveremos al internado.

así que por ahora solo corro… por correr.

El aire era fresco, de ese que parece barrer los pensamientos. Mis pasos resonaban contra las piedras antiguas mientras trotaba por la Rue de l'Université. Esa calle siempre me había gustado, con sus edificios elegantes y ese encanto parisino tan sobreactuado pero que, de alguna manera, funciona. Y ahí estaba, como siempre, la Torre Eiffel reportándose en el cielo gris, al final del camino, como si me observara sin decir nada.

Mi respiración era un vaivén desordenado, y cada tanto tenía que recordarme por qué estaba haciendo esto. Ah, sí… los tacos. Y la espera. La eterna espera.

alrededor de mis largas vacaciones no hubo nada interesantes, mis hermanas estaban en su rollo, el dia de ayer Thiago y Athena regresar después de una semana de casi estar desaparecidos y con eso con una Colette desmayada entre sus brazos Scarlette intentó preguntar pero athena solo dijo:

—no es nada importante hermana, solo una pequeña sobredosis de emoción.

al parecer comentaron que Anthony había decidido llevarla a una fiesta por la noche en un lugar que según yo tengo entendido se llevó a cabo en el cementerio de liria no estaba abierto para el público.

Algo extraño, si, pero sabía que Athena tanto Thiago y Anthony estaban ocultando algo.

La música seguía vibrando en mis auriculares.

Aaryan Shah - Renegade.

Una de mis canciones favoritas. Me hacía sentir como si pudiera romper las reglas del mundo solo con correr un poco más.

Pero mientras sonaba el estribillo, no podía evitar que mi mente se desviara hacia él. Ese alguien.

Durante estas vacaciones, el nombre de Darius en mi bandeja de entrada estaba acompañado por 33 mensajes sin responder. Al principio, solo los deslizaba en la pantalla, leyéndolos por encima sin abrir la aplicación. Muchos eran cordiales, formales incluso: que el profesor me deseaba unas buenas vacaciones, que esperaba que estuviera descansando, que si necesitaba algo podía escribirle.

Después… se volvieron más personales. Preguntas simples, pero constantes:

¿Cómo va tu verano?

¿Has vuelto a escribir?

¿Puedo recomendarte un libro?

Al principio me gustaba su atención.

En realidad… me gusta su atención.

Pero no sé por qué, lo que al comienzo me emocionaba empezó a sentirse extraño.

Inquietante, incluso.

Tal vez fue después de recordar aquella teoría que los Velkov soltaron casi como un susurro maldito, esa primera vez que llegamos a París con ellos.

Cuando dijeron que Darius podría ser el padre biológico de Circe Rosier.

Desde entonces, algo en mí se torció.

No me emocionaba tanto, ni me gustaba pensar que esperaba sus mensajes.

No sabía exactamente qué sentía.

Después de todo… él solo era mi profesor.

Y sin embargo, ahí estaba yo.

Corriendo por las calles de París con el corazón acelerado y no solo por el ejercicio.

Como si el simple hecho de pensarlo encendiera algo que no quería admitir.

Porque a veces uno no necesita pruebas.

Solo hay miradas que pesan más que las palabras.

Y aunque nadie lo diga, hay verdades que se instalan entre dos personas como una tercera presencia imposible de ignorar.

El viento me golpeó la cara, frío y directo, como si quisiera sacarme a empujones esos pensamientos.

Subí el volumen.

El estribillo volvió a sonar, vibrando en mis huesos.

Y justo entonces, mi teléfono vibró.

Lo saqué sin detenerme.

Pantalla bloqueada. Un nombre. y siempre a las misma hora del dia.

Darius.

Un mensaje nuevo.

No lo abrí.

Seguí corriendo.

Pero ya no por los tacos.

Ni por la espera.

Corría porque no sabía si quería huir de él…

…o correr hacia él.

Mi dedo rozaba la pantalla, tentada de abrir el mensaje, pero antes de que pudiera decidir, el teléfono volvió a vibrar.

Esta vez no era un mensaje.

Era una llamada.

Calypso.

Suspiré, frenando el paso. La respiración me ardía en la garganta, y mis piernas temblaban levemente.

—¿Sí? —contesté con voz entrecortada por el esfuerzo—.

—¿Qué estás haciendo?—solté una exhalación por el cansancio— ¡¿Estás corriendo o te están cojiendo?! ¿Quién crees que eres, deportista del año? —La risa de Calypso tronó en mi oído, alegre y aguda como siempre—.

—Estoy intentando no morir con los pulmones colapsados. Es diferente —respondí, secándome la frente con la manga—.

—Ajá. Seguro es por los tacos que te metiste en vacaciones. Te vi, eh. Subía fotos de platos como si fueran obras de arte.

—Culpa tuya —murmuré. Me senté en un banco de piedra bajo unos árboles. La Torre Eiffel seguía en su sitio, mirándome como si esperara que algo más pasará—.

su inmensa grandeza daba miedo incluso.

De nada. Pero no te llamaba para hablar de comida. Bueno, en realidad sí… ¿te acuerdas de la tarta de pistacho que nos sirvieron ayer por la noche?

—¿Qué pasa con la tarta?

—Nada, solo que me dio antojo —dijo como si fuera lo más natural del mundo—.

—¿Calypso… me llamaste por eso?

—Obvio no. Solo que no quería ir directo al punto. A veces hay que envolver los golpes en papel bonito, ¿no?

—¿Qué golpe? —pregunté, con el estómago encogiéndose un poco—.

—Ninguno, tranquila. Solo que… mi suegra dijo que Darius va a venir a París estas vacaciones.

Me quedé en silencio. El nombre me golpeó más fuerte que el viento frío.

—¿Darius… aquí?

—Sí. Al parecer es un viejo amigo de la familia Velkov ¿puedes creer que Adonis no me dijo nada?. mi suegris dice que lo conocían desde hace años, incluso antes de que tú o yo entráramos al internado.




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