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Todo parecía ir bien.
Pero al parecer no era así, el día transcurría como cualquier otro, pero como se aproximaba el final de sexto semestre, el profesor de Física decidió dejarnos una maqueta sobre el electromagnetismo.
La serie que estaba viendo en Netflix tenía que esperar un poco más.
El proyecto podía realizarse en parejas así que escogí a Brigitte para que trabajara conmigo. Al salir de la escuela fuimos a su casa para investigar y decidir cómo íbamos a hacer la condenada maqueta. Estábamos hablando sobre ello cuando alguien tocó la puerta.
—Adelante –gritó Brigitte. La puerta se abrió y un chico castaño se asomó. Era Orson, quién al verme no pudo evitar sonreír.
—Hola –me saludó. Sostenía una cesta con ropa limpia en el brazo derecho.
—Orson Brooks, sabes que no puedes venir a mi habitación así como así, si querías saludar a Jeannette sólo debías esperar a que saliera.
Orson soltó una risa burlesca ante el comentario de su hermana.
—Sólo vine a entregarte tu ropa limpia, dice mamá que ya es tiempo que empieces a lavarla por tu propia cuenta. ¿Quieren mantecados? Mamá está horneando.
Brigitte saltó de la cama y empezó a brincar infantilmente mientras repetía: —¡Mantecados! ¡Sí! ¡Sí quiero!
Orson y yo reímos ante la inmadura conducta de mi mejor amiga. Brigitte se detuvo al notar que la estábamos mirando y se unió a nosotros entre risas.
Cuando el pelinegro se fue, Brigitte me convenció de terminar de ver la serie que estábamos viendo juntas, pero no pude aceptar porque tenía que ir a trabajar.
Tengo una vida ocupada, nene.
Llegué a casa únicamente para ducharme y ponerme el uniforme. Al entrar al negocio, llegó a mí el aroma de las papas y la carne. Por más extraño que pudiera escucharse, lo amaba; era una parte de mí. Podía decir que tenía la vida perfecta y eso me encantaba, no quería que nada cambiara. Me reporté y me dirigí a mi lugar de trabajo lista para empezar la jornada. Unos chicos entraron haciendo escándalo captando mi atención y oh no, era Noé junto a sus bobos amigos.
—Buenas tardes mi nombre es Jeannette, ¿en qué puedo servirles? —repetí la frase que acostumbraba decir siempre.
—Oh, pero miren quién está aquí. Es nada menos que la brillante Jeannette Hart. Explícame, ¿qué hace la chica más inteligente y adinerada de mi clase trabajando en un lugar como este?
—¿Viniste a burlarte de mí? Estoy aquí por mi propia voluntad y porque quiero ganarme mi propio dinero, no soy un hijo de papi como tú. ¿Puedo tomar su orden?
—Dame tres hamburguesas doble y una con extra queso, seis órdenes de papas, cuatro refrescos y cuatro helados.
Anoté su orden lo más rápido que pude, y la caja registradora me indicó el precio de su pedido.
—Son 16 dólares –me pagó, le entregué su cambio. —Muchas gracias en un momento se le entrega su pedido, por favor tome asiento y disfrute su estadía.
Notifiqué a mi compañera del pedido y rápidamente empezaron a organizarlo. Esto era todos los días, pero era algo que me encantaba. Sentí una mano sobre mi hombro y me di la vuelta. Unos ojos alegres me saludaron.
—¿Ese es el chico del que me hablaste? –inquirió. Asentí, ella no me dejó hablar y continuó: —¡Es guapísimo! ¡Preséntamelo! ¡Anda! ¿Noé se llamaba, no?
—Carly, por favor es un egocéntrico de primera. Mujeriego, patán, además de ser un envidioso competitivo.
—¡Por favor! Yo puedo cambiarlo, el chico malo siempre cambia cuando conoce a la chica de su vida.
Le dediqué una mirada cansada, rápidamente miré a Noé, bromeaba como siempre con sus amigos. Entonces me detuve a pensar, ¿podría Noé cambiar por amor? Nel, esos son puros inventos. Los chicos malos nunca cambian.
—Ni lo pienses. Eso sólo pasa en los libros que lees, es imposible que él pueda enamorarse.
—Bueno, si tú no quieres preséntarmelo pues iré yo por mi propia cuenta a conocerlo.
—¿Qué vas a hacer?
Carly sacó un papelito y empezó a escribir algo que no alcancé a leer. Lo dobló, tomó la bandeja con la orden de Noé y se fue a su mesa. Escuché que le dijo algo que no alcancé a escuchar. Noé sonrió victoriosamente y Carly regresó satisfactoriamente. La rubia pasó junto a mí, y sonrió burlonamente.
—Parece que lo he conseguido, prometió llamarme y al parecer tendremos una cita —me explicó. No le presté mucha atención a lo demás pues el grupo de chicos hizo demasiado escándalo. Siguió riéndose de mí, a lo que yo le mostré la lengua. Me alejé de ella para tomar un nuevo pedido, en esta ocasión era un hombre, su esposa y un pequeño niño que no pasaba de tener 10 años.