Invierno Cruel

C A P Í T U L O 7

 

SOMBRAS EN LA OSCURIDAD

 

- JOYCE -

 

Cerca del amanecer, caminaba por los pasillos a oscuras con Sam y Muriel siguiéndome el paso. Estaba inquieta, pensando en lo mal que podría salir esta idea, no obstante, sabía que no había vuelta atrás, ya estábamos allí, listos para dirigirnos hacia la zona azul. Bajamos por las escaleras cautelosamente, teniendo en cuenta que, después de los incidentes ya ocurridos, los turnos de los instructores era muchísimo más estrictos y en cualquier momento podrían llegar a vernos.

En los pasillos cercanos a la zona azul, Sam entró a un pequeño cuarto que los instructores utilizaban para guardar cosas como escobas, trapos de piso, galones con líquidos de limpieza y más. Sam rebusco entre una de las cajas hasta encontrar unas linternas.

Continuamos nuestra marcha, deteniéndonos a la vuelta del pasillo izquierdo, ahí donde dos instructores vigilaban las enormes puertas de la zona azul. A la derecha había una pantalla, igual a la del observatorio, la única diferencia era que se necesitaba la huella digital; eso ponía las cosas mas complicadas. Me giré hacia ellos para contarles la estrategia que tenía.

—Voy a ir hacia allá y me inventaré una excusa —susurré —. Cuando estén volteados, los dormimos, tomamos su tarjeta y abrimos las puertas.

Ambos asintieron y me giré de nuevo hacia el pasillo, tomando un respiro profundo para calmar los latidos nerviosos de mi corazón. Guardé la linterna en la chaqueta de Dominic y adopte una postura firme, yendo a paso seguro al salir de la pared que me mantenía oculta. Entonces, uno de los instructores se acercó hacia mí, e hice como si su caminar llamara mi atención.
—Señorita —habló, con una sonrisa amigable —. ¿Qué hace a estas horas de la noche despierta? La hora de dormir es a las nueve en punto.

—Es que quería ir al sanitario y el del piso de arriba está ocupado —mentí.

—El pasillo de los sanitarios está del otro lado —dijo y aquel dato alertó todos mis sentidos.

<<¿Por qué siempre buscaba excusas que no concordaban con lo hechos?>>pensé.

Mi mente estaba comenzando a echar humo mientras tartamudeaba en busca de otra nueva excusa.

—¡Oh! —solté con una risilla tonta —. Debí equivocarme de pasillo, todo está muy oscuro, ¿sabe?

De pronto, noté el instructor que se encontraba atrás observaba mis puños, que sin querer había mantenido apretados y removía nerviosa; seguramente sospechaba que escondía algo en la mano. Sonreí en mis adentros y aproveché situación.

—Será mejor que ya me vaya —mencioné, dando media vuelta.

—Señorita —habló el que estaba atrás y fingí inquietud cuando lo hizo.

—¿Si?

El hombre dio dos pasos hacia el frente.

—¿Qué lleva en la mano?

—Nada —actué, ocultando mi brazo detrás en la espalda.

El instructor delante de mí apoyó la idea de su compañero.

—¿Le molestaría mostrarme lo que tiene?

—Ya se lo dije, no tengo nada —respondí, mirando de reojo a Sam y Muriel, quienes esperaban una señal.

Retrocedí cuando el instructor que estaba en la puerta se acerco aún más. Tragué saliva con pesadez, pensando en qué haría en caso de que alguno de los llegara a hacer un movimiento en falso. Sentí que estaba a punto de chocar contra la pared cuando el hombre alargo la mano frente a mí.

—Señorita, por favor, entregue lo que tiene escondido.

—No estoy escondiendo nada.

Diciendo esto, cruce los dedos, dando la señal. El instructor dio otro paso hacia el frente y Sam se abalanzó sobre él, derribándolo. Aproveche la distracción del que estaba frente mío para sacar la linterna de la chaqueta de Dominic y propinarle un golpe en la frente. El hombre cayó inconsciente al suelo mientras que el otro forcejeaba con Sam, quien ponía todo su esfuerzo en un intento de mantenerlo en el suelo.

Muriel le ayudó, sosteniendo al instructor de un brazo, logrando que estuviera quieto a pesar de sus intentos por liberarse.

—Hay que atarlo —dijo Muriel.

Como no había tiempo para regresar por una soga hasta el cuarto, me agaché y comencé a quitarle las agujetas a mis zapatos. En cuanto desaté ambas, me quite los zapatos y fui hacia ellos. Mientras Muriel y Sam lo tenían contra el piso, yo lo até de manos y pies con los mejores nudos que pude hacer. Era una técnica débil, pero solo necesitábamos algo de tiempo para entrar.

Dejamos al instructor en el suelo, tomé la tarjeta del otro y me dirigí a la pantalla azul.

—¿Por qué hacen esto? —dijo el hombre, pero ninguno de nosotros le dio respuesta.

Coloque la tarjeta enfrente y un escáner atravesó cristal. Un foco amarillento se encendió sobre la otra pantalla cuando aceptó la tarjeta; luego indicó que se necesitaba la huella digital.

Sam arrastró al instructor inconsciente; Muriel se encargó de vigilar al que estaba atado. Cuando lo trajo hasta mí, lo tomé de la muñeca  y acerqué su dedo pulgar hacia la pantalla. Otro escáner paso por la pantalla y, segundos después, ambas pantallas de tornaron color verde, confirmando el acceso. Las enormes puertas de metal liberaron un crujido estruendoso, seguido de un rechinar que se extinguió al dejar a la vista una parte de la zona azul.

Algo en mí despertó, una emoción extraña que se sentía cargada de una adrenalina tan increíble por saber qué era lo que había abajo, lo que tanto nos habían prohibido... era sensacional.

Sam soltó al hombre y se acercó al centro de las puertas, observando la oscuridad detrás de ellas. Cuando estuvieron completamente abiertas y las luces se encendieron, dejando divisar una fila de escalones grises que llevaban abajo.

—¡Por favor, no bajen! —alarmó el instructor que estaba atado.



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En el texto hay: misterio, ficcion juvenil, apocalíptica

Editado: 18.03.2024

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