― No puedo creer que realmente me hayas seguido.
Era probablemente la décima vez que decía aquello en lo que llevaba de noche. Como era evidente, cuando llegué a casa, mis padres repararon enseguida en la pierna que seguía sangrándome. Sin tiempo a decirles que me moría de hambre y que mañana tendría que ir a trabajar a las diez, me llevaron en coche a urgencias. Si él me siguió hasta allí no tengo ni la menor idea. Sólo sé que no escuché de nuevo su voz hasta que regresé a casa a las dos de la madrugada.
En el trayecto en coche, después de la pequeña escaramuza con aquellos tipos, también se mantuvo callado. Tal vez porque parecía visiblemente alterada y estaba conduciendo un coche a ciento veinte por hora por la autovía, tal vez porque no tenía nada que decir. No obstante, supe que estaba allí cuando llegué a casa. Pude notar su presencia a pesar de lo cansada que estaba. Sí, estaba loca. Seguro que lo estaba. Mis padres se habían equivocado con que mi problema era el corte en la pierna, mi problema estaba más arriba, justo donde se alojaba mi cerebro.
Cuando el reloj marcó las dos y cuarto, mi cuerpo quedó tendido inerte en la cama de mi habitación. Mis padres me dejaron sola, supongo que pensaron que iría a dormir, pero la voz masculina procedente de la misma cama donde me había tumbado logró que volviera a exclamar aquella dichosa afirmación incrédula.
― Creo que no es lo único que no te crees ―me contestó, sobresaltándome de nuevo.
Me levanté de golpe, ignorando el dolor en la pierna y el de la cabeza. Me acerqué al espejo que tenía colgado en la pared y me deshice el moño ―ahora más bien un nido de pájaros― que me había hecho por la mañana. Dediqué una mueca desagradable a mis enredos cuando solté mi cabello. Por suerte, como ya sabía, con una simple pasada de un cepillo quedaría de nuevo desenredado. Eso era lo que más me gustaba de mi pelo, era tan fino que era prácticamente imposible que se enredara.
― Creo sinceramente que necesitas dormir ―dijo esa voz detrás de mí. No le presté atención y continué evaluando mi reflejo en el espejo.
Mis ojos verdes, o algo parecido al verde, estaban tan apagados que daban un poco de miedo. Los tenía enrojecidos, señal más que suficiente de que estaba cansada. Mi rostro había empalidecido, igual que mis labios y mi pequeña nariz redondeada. Y mis cabellos, de un rubio oscuro, reposaban sobre mis hombros en unos rizos casi inexistentes. No tenía buen aspecto, parecía enferma.
― Espero no tener esta pinta por la mañana ―dije sin esperar una respuesta. Olvidé que hacía poco había perdido la chaveta.
― Yo dije lo mismo la noche que descubrí que era invisible. No funcionó.
Suspiré una vez, dos, tres… Una más no haría daño, ¿no? Daba igual, tenía que dormir. Esa era mi misión. Fuera quien fuese o me pasara lo que me pasase, todo se solucionaría durmiendo. Todo se solucionaba durmiendo. Era el lema de mamá. Así que decidí evitar preguntas como; ¿Vas a dormir tan campante con alguien en la habitación? O; ¿Y si no estás loca y existe de verdad? ¡Puede tocarte! O; ¿Acaso te has hecho esa pregunta realmente? ¿Estás loca?
No. Definitivamente era mejor dejar de pensar, meterse en la cama y dormir. Con un poco de suerte, mañana todo habría desaparecido.
― Oye… ¿Dónde narices quieres que duerma yo? ―Con un gruñido me tapé la cabeza con la almohada.
Iba a ser más difícil de lo que pensaba ignorar esa voz que no quería creer que existía realmente. Verdaderamente difícil.
Cerré los ojos con fuerza, decidida a dormirme de una vez por todas. La voz no parecía insistir en hablar, así que dejé de tapar mis oídos con la almohada e intenté relajarme. Si no pensaba en nada podía confundir los sucesos anteriores como algo muy lejano, como un sueño. Olvidando que el mundo existía y que yo formaba parte de él. Dejando que me invadieran los sueños y me transportaran a un mundo de inconsciencia, de felicidad ante la ignorancia. Incluso una pequeña pesadilla vendría bien en estos momentos. Cualquier cosa que no me hiciera pensar en lo sucedido.
La oscuridad me invadió, dejándome llevar por la sensación de tranquilidad que te rodea antes de empezar a soñar. Un sueño lleno de luz y cosas imposibles que…
― Bueno, entonces… supongo que tendremos que compartir la cama.
Escuchar esa voz otra vez logró que abriera de nuevo los ojos de par en par y me incorporara de golpe. Observé la cama con atención, pero no había nada que me advirtiera que él se había sentado. Me aparté hasta chocar contra la pared y recogí mis piernas hasta pegarlas al pecho. No ocurrió nada. Respiré entrecortadamente mientras intentaba mantener los ojos abiertos, pero cada vez era más complicado. Había sido un día de locos, solo quería cerrar los ojos y dormir. Sólo dormir.
― Pareces asustada.
― ¿No… no te parece que tengo motivos para estarlo? ―dije con cierto tono sarcástico.