Fueron, exactamente, tres minutos. Tres minutos que tuve para volver a serenarme y pensar con claridad. Por desgracia, mi mente era un papel en blanco. No sabía qué pensar. Dylan, o quien yo creía que era Dylan, me había descrito una familia que seguramente no era la suya. Y el Dylan real, el de carne y hueso, el físicamente visible, se encontraba delante de mí.
Mi cerebro empezó a hacer mil conjeturas; que me había confundido de casa y había dado la casualidad de que en ella vivía un muchacho con el mismo nombre que Dylan ―algo poco probable porque Dylan ya había afirmado que esa era su madre y aquella su casa― o que alguien le había robado el cuerpo al verdadero Dylan ―a cuál más absurda…―. Tal vez se había confundido con su identidad. Al fin y al cabo, ser invisible no era normal. Tal vez pensase que era Dylan cuando en realidad era otro chico. Tal vez ese Dylan era su mejor amigo… o su enemigo. Tal vez sí estaba muerto y se aferraba a la vida de otro muchacho…
Así continué hasta que no pude seguir pensando. A parte de porque era inútil, la madre de Dylan acababa de regresar de la cocina. ¿Cómo iba a salir ahora de ese atolladero? Ese Dylan no me conocía de nada. En cuanto empezara a decir su madre más cosas sobre mí, él la detendría y le diría lo evidente; que yo era una extraña y que, por supuesto, no era su novia. En tal caso, su madre se asustaría y me echaría a patadas de su casa. Eso si no llamaba a la policía.
Me puse blanca. Tan blanca que el Dylan físico me miró alzando una ceja, tal vez algo alarmado por la posibilidad de que me desplomara allí mismo. Seguramente no me desmayaría, pero iba a empezar a hiperventilar dentro de muy poco, de eso estaba segura.
― Bueno, no quiero molestaros más ―comentó su madre―. Estaré en la cocina intentando arreglar lo que queda del bizcocho… ―murmuró mientras no paraba de ir de un lado a otro.
Jamás había visto una mujer más inquieta. Apenas se detenía un segundo que tenía que hacer otra cosa. Antes de regresar a la cocina se volvió hacia Dylan, el cual no había apartado la mirada de mí.
― ¿Se quedará a cenar? ―preguntó.
Me mordí el labio. Estaba a punto de salir de esa casa a patadas, estaba segura. ¡Y el Dylan invisible no había vuelto a abrir la maldita boca! ¿A qué esperaba? ¿O es que su plan era dejarme en esa situación incómoda expresamente? ¡Dios, tal vez era un espíritu de esos bromistas! ¿Me habría tomado el pelo?
Observé al Dylan físico con el miedo teñido en la mirada. Él me estudió de arriba abajo, escudriñando cada milímetro de mí con mesurada precisión. Como si intentara adivinar quién era y qué hacía allí ―buena pregunta―. De repente, sonrió y me miró directamente a los ojos.
― Sí. Supongo que ya es hora de que os presente a mi… novia… ―dijo sin apartar la mirada. Su madre sonrió satisfecha.
― ¡Entonces será mejor que mire de preparar algo realmente bueno! ―dijo entusiasmada―. ¡Dios… no puedo creerlo! ―seguía diciendo realmente feliz mientras se dirigía a la cocina.
― Mamá… ―murmuró el Dylan físico con los ojos en blanco ante el entusiasmo de su madre.
En cuanto despareció de nuestra vista, comprobó que no iba a regresar y se acercó a mí. Di un par de pasos hacia atrás sin saber muy bien qué querría. Estaba un poco asustada, porque no tenía ni la más remota idea de dónde me había metido. Y todo por ese… Dylan invisible…
― Creo que me debes una buena explicación. ¿Qué tal si me acompañas para que mi madre no pueda… escuchar tus mentiras?
Debo decir que si, por una parte, la idea de irme con él era una verdadera locura, que comentara mis mentiras fue suficiente para que reconociera que no quería ponerme más en ridículo. Cualquiera habría cogido la puerta y se habría marchado sin mirar atrás. ¿Qué más daba? Seguramente no volvería a ver a esa familia en toda mi vida. Cualquier chica prudente lo habría hecho. Tal vez debería haber actuado como una chica prudente.
Alcé la cabeza, me volví un segundo hacia atrás con una mirada asesina esperando que el Dylan invisible pudiera verla, y di un par de pasos hacia delante para aceptar el ofrecimiento del Dylan físico. Sin decir nada me guió hacia su habitación y cerró la puerta detrás de mí.