Invisible

7 Inalcanzable

― No has crecido nada desde la última vez que nos vimos, hermanita.

            Adorado hermano mayor… ¿Para qué quieres enemigos teniéndolo a él?

            En cuanto mis padres entraron por la puerta, mi hermano acaparó toda mi atención. En esos momentos estaba deshaciendo la maleta en su cuarto mientras me hablaba de lo que había hecho durante el Erasmus. Después de un cuarto de hora escuchando, decidí que al año siguiente me apuntaría yo.

Luego, yo le había explicado que estaba trabajando en un bar de Reus y que tenía pensado, en cuanto tuviera el dinero suficiente, empezar una carrera universitaria de letras. Mi hermano sabía lo mucho que adoraba escribir y todo lo relacionado con la gramática, e incluso la poesía. Así que tenía pensado ser profesora de lengua a la vez que escribía y llevaba a cabo mis propios proyectos. Lo único que me faltaba era dinero.

            ― No debería haberme marchado… fue egoísta por mi parte ―murmuró mientras sacaba un paquete de la maleta.

            ― Déjalo, Ares. Has vuelto, es lo que importa ―afirmé entreteniéndome con un trocito de papel que había estado encima del escritorio.

            Sí. Sé lo que estáis pensando. ¿Ares? Veréis, mi madre, antes de que la despidieran ―y no hace mucho de eso―, había sido profesora de griego antiguo. Sabe el idioma a la perfección y, por supuesto, conoce toda su cultura. Es aficionada a las leyendas griegas y las adora. Desde pequeños nos ha contado todo tipo de historias de Dioses. Nos ha cantado en griego e incluso hablado en el idioma. Y por descontado, nos puso a ambos nombres de Dioses. Eris, mi nombre, la Diosa de la discordia. Y a mi hermano, Ares, el Dios de la guerra. Y lo pensó de tal modo que incluso entre ellos eran hermanos.  

            Mi padre, por otro lado, le concedió ese pequeño capricho. No le desagradó el nombre que me eligió para mí, y tampoco demasiado el de mi hermano. Aunque no termino de entender cómo se casó un matemático con una soñadora obsesiva profesora de griego antiguo…

            ― Bueno, a lo hecho pecho ―exclamó mientras se daba la vuelta y me tendía el paquete que había sacado de la maleta. Lo observé con los ojos más abiertos de lo normal―. Es… un regalo. Un recuerdo de Alemania.

            Oh, sí, mi hermano había estado en Alemania. Y me había asegurado que con el tiempo tal vez regresaría para quedarse. Ojalá no lo hiciese… lo había echado mucho de menos.

            Cogí el regalo y lo abrí poco a poco. El papel era rojo con motivos dorados, seguramente lo compró en navidades. Terminé de quitar el papel de envolver para quedarme con una cajita de madera artesanal preciosa de color burdeos. Tenía un gravado vegetal en la tapa y se abría con un cierre muy sencillo de color dorado. Miré a mi hermano un instante, intentando ver en sus ojos qué era ese regalo. Él sonrió y empezó a retorcerse las manos, señal de que estaba nervioso e impaciente.

            ― Vamos, ábrelo ―me instó. Le hice caso. Abrí el cierre y tiré de la tapa para ver qué había en su interior.

            Mis ojos se abrieron de par en par, y la sorpresa y la emoción quedaron reflejadas en mi cara. Con manos temblorosas cogí el pequeño objeto que había guardado cuidadosamente en el interior y lo saqué para verlo mejor.

            ― ¡Dios mío! ¡Un cascanueces! ¡Es un… un cascanueces! ―grité sin poder creérmelo.

            ― Está hecho a mano, la madera tallada, la pintura, el barniz… Todo. Es… de los tradicionales. ―dijo algo avergonzado.

            Lo miré incrédula. Se había acordado. ¡Había visto un cascanueces tradicional y había pensado en mí!

            ― Quería cogerte un libro con ilustraciones del Cascanueces, o bien la obra completa en un DVD. Pero cuando vi esto… supe que era para ti. ―dijo sonriendo.

Con cuidado dejé el cascanueces dentro de la caja otra vez y la deposité encima de la mesa con más cuidado aún. Luego me tiré encima de mi hermano para darle un fuerte abrazo ―y esto último sin ningún cuidado, ¡por supuesto!―.

            Él empezó a reír, y a asfixiarse también, pero no iba a soltarle. ¡Me había hecho un regalo perfecto! Adoraba el Cascanueces. Era mi historia favorita, e incluso había ido una vez a Barcelona a ver el ballet en directo. No podía creerme que tuviese una réplica del pequeño muñeco de madera. Estaba realmente emocionada.



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En el texto hay: misterio, prohibido

Editado: 20.02.2018

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