Volver a la Universidad no fue exactamente una buena idea. Por culpa de la discusión que habíamos tenido, el tiempo había volado y ahora eran las siete de la tarde. Un poco tarde…
Bellas Artes seguía teniendo alumnos dentro. Tal vez porque era viernes y se acababa el cuatrimestre ―o eso creo…―. Fuera cual fuese la razón, aún quedaba gente, así que recé para que todavía quedaran todos los profesores. O sino todos, la que me interesaba al menos. Pero como ya he dicho, no fue exactamente una buena idea. Dylan y yo nos pasamos media hora dando vueltas por la Universidad, pasando desapercibida entre multitudes de alumnos. Por desgracia, como no sabía el nombre de la profesora, no había podido preguntar a nadie por ella. En voz baja intenté que Dylan me dijera qué clases impartía, pero los recuerdos del verdadero Dylan habían empezado a borrarse poco a poco. Así que no pudimos preguntar a nadie, a no ser que me apeteciera hacer una descripción a algún alumno arriesgándome a que no tuviera ni idea de a quién me refería…
― Creo que no quiere que la encontremos ―había afirmado Dylan mientras recorríamos los pasillos―. Es extraño que justo después de verla haya olvidado justo esa parte. Sí, cierto, he olvidado otras cosas, pero…
― Otra razón por la que tenemos que encontrarla… ―murmuré bajito y sin abrir apenas la boca.
No es que me importara mucho que me vieran hablando sola. En realidad, no sería la primera vez. Pero en esos momentos me interesaba pasar desapercibida, y debo reconocer que nunca he podido conseguirlo. No soy muy sociable, eso lo sé, pero la gente suele recordarme con facilidad. Aunque no logro entender por qué.
Eran las siete cuarenta cuando por fin salimos de la Universidad. Dylan más relajado y yo totalmente decepcionada. Tanto discutir para nada…
― Es inútil. Se habrá ido a casa… ―murmuré.
― Dejémoslo para otro día, se te ve cansada. Y tampoco hay prisa… ¿no? ―Intenté fulminarlo con la mirada, pero como tantas otras veces, no tuve éxito―. ¿Quieres asesinar a la papelera? ¿No te da pena? ―se burló.
― No, idiota ―murmuré.
Antes de girarme me di cuenta de que era cierto. Había estado enfocando la mirada hacía una papelera a lo lejos. Dylan era más alto… tendría que alzar más la cabeza… Aun así, con la suerte que tenía, seguramente creería que quiero matar una nube.
Suspiré. En realidad, sí estaba cansada. Mañana tendría que trabajar todo el día, y los sábados eran agotadores. Después de un día como aquel no tenía ni idea de cómo iba a sobrellevarlo. No sólo estaba agotada físicamente, lo cual era evidente, sino que también lo estaba mentalmente. Y lo peor de todo era que el maldito viaje no había servido para nada concluyente…
Seguimos andando hacia las calles consecutivas para llegar al metro cuando noté que Dylan daba un pequeño traspié. Fruncí levemente el ceño y me dispuse a preguntarle qué pasaba, pero no llegué a tiempo.
― E…entonces vamos a la estación de tren, ¿no? Ya es tarde, así que supongo que iremos a casa ya ―afirmó con un deje extraño en la voz.
― Que no es tu casa… te recuerdo… ―murmuré―. ¿Y qué te pasa ahora? Estás raro.
― ¿Raro? ¿Qué dices? No… no estoy raro, Lunática.
― Vaya… ese nombre no lo echaba de menos, Dyl… ―le informé.
Su paso empezó a acelerarse. Paseé la mirada por donde él estaba, pero justo entonces, por alguna razón extraña, me giré hacia el otro lado. Dylan reprimió una exclamación ahogada e intentó detenerme cogiéndome por los hombros, pero fue demasiado tarde. Así que era eso… Al otro lado de la acera, la profesora misterios andaba tranquilamente hacia su audi plateado. Sonreí.
― Dyl… ―murmuré con una pequeña entonación en su nombre. El dejó escapar un ¿jm? ahogado, lo que logró que sonriera más ampliamente―. ¿Intentabas que no la viera… por algún motivo en concreto?
Dylan se aclaró la garganta.
― No… por nada en concreto. Sólo por lo de siempre. No quiero que hables con ella ―sentenció. Aunque al menos parecía un poco avergonzado esta vez.
― ¿Y qué se supone que hemos estado haciendo todo este rato? ―pregunté mientras empezaba a andar hacia la mujer antes de que se me escapara.
― Tú intentabas encontrarla… Yo intentaba que perdieras el tiempo.
― Eres un cielo… ―dije con evidente sarcasmo.
Sus pasos también se aceleraron cuando empecé a correr hacia la otra acera, intentando que no me atropellara ningún coche.