Barcelona llevaba horas despierta. El movimiento en las calles, millones de coches de arriba abajo... De todos modos, no era una ciudad que durmiese. Por lo que no era extraño que me encontrara con bastante gente por la calle a esas horas de la mañana.
Corrí. Creo que nunca había corrido tanto. Las piernas me pesaban, pero no me detuve. La cabeza me palpitaba de dolor y el resto del cuerpo no estaba mucho mejor. Todavía no me había mirado en un espejo, pero podía deducir la pinta que tenía por la cara de la gente cuando pasaba por su lado. Aunque… ¿Qué haríais si vierais a una chica con un fuerte moratón en la cabeza, despeinada, corriendo despavorida y salpicada de algo rojo que podríais pensar a simple vista que es sangre? ―¿Confundirte con un zombie?― Bueno, pues yo os diré lo que no hicieron: ayudarme. Sentí la presión de sus miradas asqueadas, asombradas y todas llenas de una visible curiosidad, pero nadie se dignó a detenerme o preguntarme qué me sucedía. Nadie. Incluso se apartaron más de lo debido para dejarme pasar. ―Está claro. Pensaron que era un zombie―.
No es que frecuentara Barcelona muy a menudo, pero las pocas veces que había estado me había dado cuenta de que la gente va a lo suyo. Seguramente pensaran que era algún tipo de publicidad viviente de algún local gótico o algo por el estilo. La verdad, no me extrañaría. No obstante, después de tanto quejarme confesaré que lo mejor que podía pasarme era que me ignoraran. Al fin y al cabo, ¿cómo habría explicado mi estado físico? ¿O la sangre?
Seguí corriendo por las calles intentando encontrar un callejón donde poder detenerme y poner mis ideas en orden. No tardé mucho en encontrar uno. Llegué cerca de unas cajas de cartón vacías colocadas correctamente en un rincón. Comprobé que estaba a salvo y sola, y me apoyé contra la pared para intentar respirar con normalidad. Sentía los nervios a flor de piel. El vello de punta y un miedo irracional recorriendo todo mi cuerpo. Intenté relajarme contando la respiración.
Cuando por fin logré calmarme un poco, me separé de la pared y evalué los daños. Mi sudadera estaba manchada de sangre. Por suerte, como era de un color azul oscuro pasaba bastante desapercibida. Por desgracia para mí, la sudadera estaba tan empapada que daba igual que se disimulara gracias al color. El olor me dio náuseas y, aunque no había comido nada desde el día anterior, vomité.
Perfecto. Estaba sucia, cubierta de sangre, magullada y además, con un sabor asqueroso en la boca. ¿Dónde estaba esa ducha que tanto ansiaba y necesitaba?
― Vale. Eris, calma. Piensa. Piensa ―me dije en susurros mientras apoyaba ambas manos en la pared.
Había huido sin apenas pensarlo, por instinto, y ahora que podía pensar con más claridad... ¿Qué había hecho? Dios, había escapado de la escena del crimen. Si alguien me relacionaba… ¡Silvia! Ella sabía que había estado en su casa. Había mirado mi bolsa. Sabía… ¿sabría quién soy?
Sacudí la cabeza intentado eliminar esos pensamientos. No, no era momento para preocuparse por eso. Tenía que decidir mi siguiente movimiento. Había escapado, la profesora psicópata se había… suicidado y yo era su objetivo. ¿Podría hacerme daño estando muerta? O…
― O tal vez puede hacerme daño precisamente porque ha muerto… ―murmuré en voz alta.
Era la única explicación. ¿Por qué sino se habría matado? Ella misma lo había dicho, no era humana. Tal vez… tal vez su cuerpo humano era como… ¡Como la lámpara del genio! Lo que en lugar de frotar la lámpara tenía que rajarse con un cuchillo… ―Preciosa analogía…―
Si lo que estaba pensando era cierto, entonces no estaba a salvo ni por asomo. Asustada por esa posibilidad, me aparté de la pared y comencé a andar. Antes de reflexionar en lo que hacía, me vi corriendo de nuevo hacia ninguna parte. Atajando por callejones, calles por las que nadie circulaba, plazas prácticamente abandonadas… No recuerdo cuanto tiempo estuve corriendo, ni qué fue lo que ocurrió después exactamente. Lo único que sé es que horas más tarde alguien me despertó con una voz asustada y cautelosa. Abrí los ojos de golpe, esperando encontrar a la profesora psicópata con su cuchillo. Amenazando con cortarse de nuevo. Manchándome con su sangre y repitiéndome que no escaparía. Que era suya. Que nunca más iba a volver a tener mi vida de antes. Grité. Pataleé inconscientemente el aire. Intenté defenderme como pude. Y noté cómo golpeaba a alguien con un puño y luego le daba una patada.
― ¡Mierda Eris! ¡Cálmate! ―me gritó una voz que reconocí al instante.
Sus manos me aferraron por los hombros a pesar de que seguía histérica. Debo reconocer que jamás había actuado así. Pero después de ver a alguien apuñalarse y de sentir su sangre en todo el cuerpo, por no contar el fuerte golpe en la cabeza, decidme si no es para ponerse histérica.