La habitación se quedó en silencio unos instantes. El hombre al que había llamado Ayax sonrió de un modo escalofriante hacia donde yo estaba y me guiñó un ojo con descaro. Yo compuse una pequeña mueca que finalmente se convirtió en el asomo de una sonrisa. Por alguna extraña razón, ese hombre ―o lo que fuese― parecía tener el tipo de simpatía que tenemos la gente como yo: algo atrofiada.
― Tu amiguita tiene agallas, ¿eh? ―comentó hacia Edahi―. Tenerte como amigo no es… una buena idea.
No tuve muy claro si eso último se lo decía a Edahi o al aire. Su expresión cambió un poco y se acercó a trompicones hacia la ventana abierta. Miró a lo lejos y empezó a reír escandalosamente. Alguna tos se mezcló con su risa mientras Edahi también se acercaba.
― Vaya… esto sí que no lo esperaba… ―murmuró Ayax con franqueza.
― Mierda ―dijo Edahi. Quise preguntar qué ocurría, pero en el fondo ya lo sabía. Ellos nos habían encontrado―. Podrías haberme advertido que podían estar por aquí, ¿no? ―comentó enfadado. Ayax se encogió de hombros y se apoyó en el marco de la ventana.
― ¿Cómo iba a saberlo? ―dijo de forma desenfadada―. Estoy acostumbrado a encontrármelos por donde voy. Exactamente como tú. Pero a diferencia de ti, yo no estoy pendiente de si me siguen o no.
Edahi se volvió y se dirigió a mí apresuradamente. Cogió mi brazo con aspereza. Sus manos temblaban levemente y supe que estábamos en peligro. Rectifico: estaba en peligro.
― Supongo que es culpa mía, debí suponer que sabrían que acudiría a ti… ―Su voz se dirigió a Ayax cuando continuó hablando―. Siento mucho si te he puesto en problemas. Nos marchamos. Y muchas gracias.
― No te preocupes. No pueden hacerme más de lo que ya me han hecho. Eres tú el que, de repente, tiene algo que perder. Te deseo suerte. Aunque sea una completa locura ―Luego se echó a reír―. Joder, después de esto tendré que cortarme la lengua pero, me alegro de verte Edy. Estas igual de idiota que siempre.
― Yo también me alegro de verte, viejo.
Edahi me empujó hacia fuera sin separarse de mí. Dirigí una pequeña mirada hacia el hombre y le dediqué una última sonrisa sin saber muy bien por qué.
― Mmm… sí, es posible que logre salvar su alma. Su sonrisa ―y ensanchó la suya de un modo extraño―, es sincera.
Entonces lo entendí. El hombre hablaba conmigo, aunque por alguna razón no lo hacía directamente. ¿En tal caso, hablaba de mi alma? ¿Creía que Edahi... podría salvarme? ¿Era un acto de fe? De todos modos, por alguna razón su tono me dijo que sus palabras tenían algo escondido. Un significado más profundo que no pude analizar porque… ¡Dios! ¡Estábamos intentando bajar unas escaleras que no dejaban de descomponerse!
Mi pie tropezó varias veces con algunos trozos de madera mientras intentaba mantenerme en pie. Edahi aferró mi brazo todavía más fuerte, impidiendo que cayera por el borde de la escalera o que algún tronco me atravesara el pie. En cuanto llegamos abajo, vi cómo una lámpara rústica enorme unida a un trozo de techo caía sobre mí. Edahi me apartó tirando de mi brazo y choqué contra él cerrando los ojos. Al abrirlos pude ver una pared a pocos centímetros de mí. Alcé la cabeza consciente de qué había amortiguado el impacto, o más bien dicho, quién.
Edahi me separó de él con cuidado y empezó a correr de nuevo para salir por una de las ventanas laterales que llegaban hasta el suelo. Unos gritos ensordecedores se escuchaban a lo lejos y sentí la presencia de algo que me ponía los pelos de punta. Lo peor de todo era que no podía ver nada. Y saber que Edahi sí podía no ayudaba.
― ¡No huirás muy lejos! ―escuché que decía una voz chillona.
Una risa desgarbada siguió a algunas voces más, y un tronco de… ¡No! Un maldito árbol entero salió despedido hacia nosotros. Edahi me empujó y caí al suelo de bruces. Me incorporé enseguida intentando encontrar el núcleo del ataque. Descubrí un tablón volando hacia mí. Tratando que mis nervios no me jugaran una mala pasada, me concentré y conseguí sortearlo. Escuché a Edahi acercarse de nuevo, jadeando y gruñendo. Sentí su mano temblorosa sobre mi espalda e intenté prestar atención. Risas y gritos. Todo era confuso. El viento lograba levantar otros objetos e intenté evitarlos. Edahi me apartaba del camino constantemente, pero ellos eran más. Nos encontrábamos a pocos metros de la cabaña, tal vez podríamos llegar hasta el coche y salir pitando de allí. Pero seguramente tendríamos un accidente o algo parecido. Ellos no iban a dejar que me marchara.