Llega un momento en la vida que no puedes tocar más fondo. Así que lo único que puedes hacer es subir.
― ¿Eris? ―murmuró la voz de mi hermano al otro lado de la puerta de mi habitación.
Tumbada en la cama con la almohada pegada a la cara, intenté borrar las lágrimas y calmar los sollozos para poder contestar. Me incorporé un poco hasta quedar sentada con las piernas cruzadas de espaldas a la puerta. Abracé el cojín y tragué con fuerza.
― Estoy bien, Ares. No te preocupes.
No sé por qué lo intenté, sabía perfectamente que mi hermano no iba a marcharse. Me conocía lo suficiente como para saber que mentía. Que no estaba bien en absoluto. Así que tendría que haber adivinado que la puerta se abriría y mi hermano entraría en mi habitación con o sin invitación. Me erguí un poco aparentando normalidad, escuché sus pasos y luego la puerta cerrarse. Ares no dijo nada durante unos minutos, y fue entonces cuando recordé que me había dejado el ordenador abierto. Con el mensaje de Dylan ocupando toda la pantalla. Cerré las manos en un puño alrededor de la almohada. No hacía falta ser un genio para saber que mi hermano habría leído lo que me había escrito. Intenté controlar los nervios para poder decir algo coherente.
― Es una idea… ―me apresuré a decir―. Para mi libro. Aunque… todavía está por pulir…
No era la mejor explicación que podría haber encontrado, pero al menos era algo. Sentí que Ares se sentaba en la cama junto a mí pero sin tocarme. Sabía perfectamente cuándo necesitaba espacio. Era mi hermano, al fin y al cabo.
― Es una idea preciosa ―murmuró.
Intenté que mi sonrisa llegara a los ojos, pero lo único que conseguí fue que escapara un pequeño sollozo de mis labios entreabiertos. Habría sido pedir mucho que Ares no lo hubiera notado. Así que no intenté persuadirle cuando alargó una mano hacia mí para ofrecerme un pañuelo.
― No es malo llorar ―me dijo con voz suave―. Tal vez ni siquiera quieres escucharme, pero aunque hay ocasiones en las que tienes que ser fuerte… otras sólo tienes que dejar que otra persona lo sea por ti. No es malo pedir ayuda. A veces la necesitamos. Cuando yo la he necesitado siempre has estado ahí, apoyándome. Sabes… que puedes confiar en mí para lo que sea, ¿verdad?
Mis manos aferradas al cojín temblaron.
― Sí… ―murmuré―. Pero es que… duele… ―dije por fin―. Duele mucho…
― Pues llora, grita, enfádate, pero… no te lo guardes. Te dolerá más si intentas reprimir lo que sientes.
Dejé el cojín sobre la cama y me volví hacia mi hermano. Tenía la cara bañada en lágrimas, pero no me importó. Sus brazos estaban abiertos para recibirme. No hizo preguntas, no eran necesarias. Le había contado todo lo que tenía que saber, y lo creyese o no, eso no importaba. Mi dolor era real, independientemente de la historia a la que iba ligado.
Me acunó en sus brazos y lo abracé con fuerza. Me sentí pequeña de nuevo, vulnerable, pero eso no era malo. Lo recordaba de cuando era niña. Ser débil mientras mi hermano estaba a mi lado me hacía más fuerte. Lograba que me sintiera protegida. Así que por una vez, me permití llorar.
― ¿Por qué? ¿Por qué ha tenido que irse? ¿Por qué me ha salvado? ―dije entre sollozos―. Yo estaba dispuesta a salvarle… ¿Por qué tuvo que impedir que muriera a costa de su propia libertad? ¿Por qué no dejó… que lo ayudara? ―Ares no dijo nada, se limitó a acariciar mi cabeza con ternura y acunarme en sus brazos―. Lo amo… Lo quiero tanto que apenas puedo respirar. Quiero…quiero que vuelva, quiero que esté aquí. Quiero que deje de dolerme.
― Sh… ―me calló sin dejar de abrazarme―. Lo hará… con el tiempo lo hará…
No sé cuánto tiempo estuve llorando, pero supongo que dejé de hacerlo cuando mis ojos no pudieron seguir. Me dolía todo y me quedé dormida sin querer. Ares permitió que durmiera y me excusó ante nuestros padres cuando quisieron preguntar qué me pasaba. Por primera vez, dejé que alguien me ayudara. Que alguien fuera fuerte por mí como él había dicho.