Invocando traición.

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Las ramas crujen bajo sus pisadas, buscando con ansias un rincón del bosque para llamar a su salvación.

La situación en el bosque iba de mal en peor, se ha vuelto alarmante desde la última luna llena. Las aves dejaron de cantar, las temperaturas de los ríos descendieron y las semillas de los nuevos cultivos no daban frutos.

Las ninfas obtenían su poder del bosque, y el que este se enfermara las debilitaban haciéndolas perder sus poderes, a todas, menos a Aileen.

Híbrida, producto de un hijo de Adam. Mitad humana que no pretende que su mitad de ninfa desaparezca, que sus hermanas o su madre desaparecieran.

Vivir para presenciar la muerte de su familia era un miedo más grande que huir al interior del bosque e invocar un ente antiguo y divino.

Bastian, era un ángel, un ser de luz, poseedor del don de otorgar vida. Padre de las ninfas y elfos que cuidan del bosque y, por ende, su última esperanza.

—Por favor, que funcione —suplicó, sin inmutarse a ver como quedaron sus manos después de dibujar el pentagrama en la tierra.

El cabello rubio tocaba sus rodillas, el vestido blanco se encontraba rasgado, manchado de los raspones que obtuvo al correr en la oscuridad. Sus ojos grises se humedecieron mientras sacaba la hoja arrugada con desespero.

Volteó hacia atrás una última vez, asegurándose de que nadie la hubiera seguido. Se sentó en medio de la estrella y recitó las viejas escrituras en un idioma ya olvidado.

—Con el fuego de mi interior llamo a los vientos, el deseo de mi vientre ansia un terremoto y la pureza de mi alma aclama tu tormenta —Aileen sintió que el ritual se estaba tornando extraño, pero no pudo dar marcha atrás.

A estas alturas ya no podía permitirse arrepentirse. No con su madre perdiendo su brillo.

Era su última esperanza y no la iba dejar ir.

—Ven a tu reino y siéntate en el trono, y con la promesa de un retorno recordar: con mi piel te fundirás, con mis gemidos hablaras y que solo a mi sangre obedecerás.

Entonces, como le habían indicado, procedió a cortarse las muñecas manchando su blanca piel. El líquido carmesí cayó en el pentagrama iluminándose de un rojo infernal. Los vientos rugieron desnudando la copa de los árboles. El suelo comenzó a temblar y el río a contonearse de una manera que la hizo salir del círculo.

Las aves volaron de su escondite, los lobos aullaron, los ciervos se alejaron del portal que la hermosa ninfa había abierto.

El ángel, su salvador, el mesías del que el anciano le había hablado a Aileen estaba a punto de aparecer entre el fuego que emergió de los trazados.

La temperatura a su alrededor comenzó a subir. Sentía un ardor en el vientre cuando vio que una sombra alta se reflejó entre las llamas.

A Aileen le brotó un escalofrío del pecho al ver que no era Bastián. Ese hombre con mirada sangrienta no podía ser un ángel.

El fuego aumentó su tamaño alcanzando algunos árboles, impartiendo el caos en el bosque incendiando la poca vida que a penas sobrevivía.

Imponente, alto, frío y endemoniadamente atractivo. Una apariencia que la haría tener pesadillas extrañas con su cabellera oscura y cuerpo indecente.

Sus ojos hambrientos se deslizaron por su cuerpo, dibujando en su rostro una sonrisa perversa haciéndola temblar aún más.

—Tú-tú no eres un ángel.

Se acercó a ella, clavando su mirada infernal en sus labios. Lentamente la tomó del cuello inclinándose sobre ella. Aileen sentía su calor, su maldad, su sed de sorber toda la luz que la ninfa desprendía.

Sus intenciones... sus oscuras intenciones sobre la ninfa.

Bajó la cara a centímetros de la suya y rozo sus labios antes de susurrar:

—Minime, nympha. Ego sum Faustus, daemon infelicis et perfidiae.

Habló en latín antes de desaparecer en una bomba de viento que la hizo cerrar los ojos, dejando claro que no fue su salvación lo que había invocado sino su misma ruina.

«No, ninfa. Yo soy Fausto, el demonio de la desgracia y traición.»

Una de la que no podía huir ni esconderse.




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