El llamado
Me encuentro sentado en lo más alto del puente que separa el castillo del pueblo, mis piernas cuelgan a más de dos metros de distancia, estoy cansado. Mi mente viaja a través de miles de recuerdos, hoy no ha sido un día fácil, he estado en muchos problemas, solo por no prestar atención a lo que estaba haciendo, y el ardor de mis manos era un recordatorio muy claro. Sin embargo, faltaba poco para que el día concluyera, éstos últimos cinco minutos antes que el sol se ocultara, eran mi ganancia.
Mi lugar y tiempo preferido.
Una suave brisa salada alborota mi cabello, saludándome; provocando que una sonrisa se grabara en mi rostro. Desde aquí puedo ver el final de la gran muralla, en este punto estoy más cerca de esa masa de agua a la que todos temen, y a la que yo he deseado desde siempre.
Ven a mí, Amado mío
Aquella canción regresa a mi mente... llamándome, tratando de seducirme y estoy dispuesto a que lo haga. Estoy cansado de resistirme, de castigarme cada vez que me encuentro deseando ser parte de ella; a nadie le importaría que yo desapareciera, puedo ser parte de la Realeza, puedo ser respetado por todos, pero sé que cada vez que me doy la espalda los murmullos comienzan.
Soy Gabriel, hijo menor del Duque de Coral, el príncipe de nada, envuelto en una maldición que consumirá mi vida. Ese es el mantra que me han estado diciendo desde que nací, no es que mis padres, hermanos o sirvientes hayan sido sutiles con eso. El cielo se ha convertido en un lienzo lleno de colores cálidos, el sol poco a poco se pierde en esa fría pared grisácea, y el silencio me invade, provocando un gran nudo en mi garganta; vuelvo sentir ese molesto sentimiento de soledad, la magia ha terminado por el día de hoy, es momento de regresar a casa.
— ¿Gabriel? — la voz de Ashton me saca de mis pensamientos.
Él sigue ahí. En la misma posición erguida de cuando llegamos, mis ojos recorren todo su cuerpo reconociendo nuestras diferencias, Todo en él grita extranjero, desde su largo cabello dorado hasta su musculoso cuerpo. Me levanto un poco aturdido, y lo demuestro cuando tropiezo al dar el primer paso; Ashton se mueve con velocidad para sostenerme, no puedo evitar sonrojarme al sentir sus manos en mis hombros, me mira con preocupación pero al instante una sonrisa burlona se implanta en su cara.
—Entiendo que soy muy especial para ti, pero por el bien de ambos... tienes que disimular— dice mientras alborota mi cabello.
Mis manos enseguida van hacia mi cabello, odio que lo toquen y él lo sabe. Trato de darle una mirada fulminante, pero no logro hacerlo, me he es imposible estar enojado con él, es mi único amigo. Le doy una última mirada al cielo, ya ha oscurecido, puedo deslumbrar el tenue brillo de las estrellas, pronosticando una larga noche lluviosa.
—Va a llover— le informo a Ashton.
Él levanta su cabeza, analiza el cielo y la sacude: —A veces me sorprendo de tus habilidades como Oceante...
— ¿De qué hablas?— frunzo el ceño. — Es algo obvio, las estrellas no están tan brillantes y el viento indica que agua se acerca...
—Pues, yo solo veo que aún no ha oscurecido lo suficiente y que el viento es el mismo de siempre— responde cruzando sus brazos— pero da igual, no puedo ignorar la palabra de un Oceante, en especial si este es mi Señor.
Lo miro con el entrecejo fruncido, odio cuando me da la razón, ya que puedo decir miles de tonterías y él estaría tras de mí con una sonrisa aplaudiéndome, solo porque yo era "alguien importante".
—No pongas esa cara Gabo— sus brazos se cruzan, me mira con la ceja alzada —. Sé que no te gusta, pero estamos muy cerca del palacio, y no quiero que me azoten el día de hoy.
—Cómo si todo lo que has dicho antes no fuera merecedor de varios azotes— murmuro mientras sacudo mis manos en mis pantalones.
Por el rabillo de mi ojo izquierdo noto una mancha negra acercándose a lo lejos de la muralla, mi cuerpo se estremece, algo no está bien. Ashton me jala por mi brazo izquierdo, me coloca tras suyo y me empuja hacia atrás, trago en seco, mis manos sudan —lo que hace que los cortes me ardan—, quiero hacer algo pero solo me quedo paralizado, al instante estoy rodeado por diez Guardias.
— ¡Lleven al Príncipe al palacio! — grita uno de ellos.
Mi mente me grita que siga lo que los Guardias me indican, mas me quedo paralizado, todo me da vueltas, aun no creo lo que está pasando. Me inclino más hacia el borde del puente, casi deseando poder volar para llegar a la punta de la Gran muralla; siento un fuerte jalón de en mi brazo izquierdo, a lo lejos puedo escuchar los gritos de mi pueblo, sigo inclinándome.