Isadora

Capítulo VIII: Hermano

Comencé a avanzar por el inmenso corredor. Todo se encontraba en total silencio, lo único que se lograba captar era el repique de la piel expuesta de mis pies contra el suelo lustrado. Caminé hasta que llegué al final del pasillo. Allí, todas las luces se encendieron; mi ritmo cardíaco se aceleró, mis manos temblaron y respiré profundamente. Intenté convencerme de que tal vez había algún sensor que encendía la luz cada vez que hubiese una persona. Intenté convencerme de que todo estaría bien. Lo presentía de alguna extraña forma, pero había algo que me incomodaba bastante y no sabía el porqué.

Había un montón de estantes acomodados verticalmente y, sobre ellos, un letrero que indicaba la categoría de cada uno. No entendía qué hacer, pero no debía hacer mucho esfuerzo para saber que lo lógico era buscar en la sección de "Mitos y Leyendas", así que hasta ahí me encaminé.

Cuando estuve frente a las amplias repisas que componían la sección, me paralicé. No tenía idea de qué proseguía; no sabía qué buscaba ni qué hacía allí. Y había algo en el ambiente que se palpaba tenso y oscuro para mis dedos, sin embargo, no imaginaba el qué. Yo simplemente trataba de mantener la calma y hacer que mi corazón no saliera disparado de mi pecho.

Me adentré aún más y las luces se apagaron, dejando todo iluminado nada más por la tenue luz que se filtraba por las ventanas. Entonces, al cabo de unos instantes, una ráfaga helada me asaltó y el vello del cuerpo se me erizó, ocasionando que el cosquilleo en la punta de mis dedos, se hiciera más intenso.

Algo que no lograba captar que tenía se estrujó en mi pecho, y la sensación de ser observada me invadió poco a poco. Volteé para asegurarme de que ese sentimiento fuese causado nada más por la paranoia. Pero no fue así.

Sentí el aire esfumarse de mis pulmones, las rodillas débiles y mi estómago revolverse al observar a la escalofriante silueta en uno de los rincones. No podía moverme ni hablar, la única acción que lograba ejecutar era mirar aquel punto intentando descifrar más allá de su alargada y delgada figura, aguardando a que emitiera un movimiento, un sonido, algo... Lo que fuera que me hiciera creer que no lo estaba imaginando. Que no estaba en mi mente. Que no me estaba volviendo loca.

Y, en absoluto, nada ocurrió.

Experimenté cómo la desesperación hacía un hueco en mi interior, cómo la curiosidad iba carcomiéndome poco a poco y cómo mi garganta se estaba secando. Tenía miedo, nervios, ansiedad, pánico... Pero sobre ello tenía ganas de saber quién era y qué hacía allí; deseaba saber por qué me llamaba y por qué ansiaba verme; quería comprender lo que estaba pasando sin que se me fuera ocultado.

Suspiré y cerré los párpados con fuerza, tratando de que las lágrimas de frustración no salieran a relucir. Me sentía tan tonta y ridícula. Me regañaba internamente por haber ido. No estaba a gusto en el lugar, era abrumador y pérfido y anhelaba volver a casar, encontrar a mi madre y buscar consuelo en sus abrazos hasta que ya no sintiera más angustia. Solo quería despertar de mi desasosiego, y lo peor de todo es que sabía que apenas estaba comenzando, que aún no había pasado lo feo.

Cuando la figura comenzó a sentirse ausente, a difuminarse con el aire, quise correr y hacer que se quedara. Pero no pude si quiera moverme, el piso helado se sentía extrañamente cómodo para mis pies.

— ¿Q-Quién eres? —Pregunté sintiendo el temblor en mis labios al hablar. Pude captar nuevamente su presencia y mi semblante se relajó un poco—. ¿Por qué te escondes? Quiero saber quién eres y qué quieres. —En ese momento la decisión opacó el temor, lo único que quería hacer era acercarme y averiguarlo todo.

No emitió respuesta, solo silencio.

Por favor —susurré—, dime algo.

Mis ojos se nublaron y la valentía volvió a esconderse en un recóndito rincón dentro de mi pecho. Pero yo era la idiota al permanecer allí, bajo el escrudiño de alguien que me había sacado de mi hogar, mi lugar seguro, solo para burlarse de todo lo que me evocaba. Pensaba que no hacía falta, que bien pudo haberlo hecho mientras dormía o me duchaba, como un acosador común.

No sé cuánto tiempo había pasado cuando se movió, pero sí advertía que el temblor en mis extremidades había acrecentado más de lo que podía ser humanamente posible. Era como si un terremoto fuera llevado a cabo en mi interior.

Tragué duro y estoy bastante segura de que hasta dejé de respirar al verlo avanzar hasta el punto que pude verle los ojos: eran plateados, brillantes y profundos. Nunca había visto algo tan hermoso y extraño en mi vida, tan fascinante y aterrador; y como los ojos de un búho, me escrutaban con precisión y avidez.

— ¿Q-Quién...? ¿Q-Quién eres?

— ¿Io...? —Su voz no era para nada como me la imaginaba, ni siquiera estaba remotamente cerca de serlo; más bien era suave, dulce y varonil, desprendía inseguridad, duda, y eso me tranquilizó un poco—. Io, ¿eres tú?



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Editado: 26.02.2018

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