Capítulo 1
El jardín de niños
-Isela, el despertador ya sonó.-
No estoy sorda, eso es un hecho, pero mi esposo es fanático en recordarme las cosas obvias en la vida. Apenas y deseo levantarme de la cama, la noche anterior discutí con mi hijo mayor porque no dejaba el maldito celular, y como fue idea del padre regalarle uno para mantenernos en comunicación, era terreno perdido para mí, obviamente él lo defendía y a mí me quedaba la peor parte y debía recibir los famosos “te odio mamá”, además de ello había tenido un largo día en el trabajo.
Sabemos que las madres nos hacemos a las fuertes cada que escuchamos esa frase, pero en realidad nos sentimos fracasadas en el papel cuando esas palabras salen de los labios de nuestros hijos y en algunas ocasiones hasta nos hacen sentir que lo merecemos, o al menos así era como me sentía. Talvez pienses que estoy especulando pero la verdad es que mi madre me lo confesó antes de morir y desde eso no veo igual la vida.
-¿A qué hora sale tu vuelo?
-A las 10am Isela, a las 10. Te lo he repetido tantas veces esta semana.
-Llamaré a la agencia, necesitaré que me manden a alguien por un par de días.
-¿En serio no puedes cuidar tu sola a los 3? Ya están grandes para niñeras.
Por si fuera poco que yo misma dudara de mi capacidad para criar a mis hijos, mi propio esposo me recalca nuevamente algo obvio.
Tengo 36 años, un trabajo estable en el Restaurante “La Nacional” en el centro de Monterrey y tengo 3 hijos.
El mayor es Octavio (se llama igual que el padre pues es la tradición del primogénito) él tiene 12 años y desde hace 2 meses no suelta el teléfono celular.
Mishell es la mediana y tiene 8 años, ella es alérgica a la humedad, a las picaduras de abejas, al polvo, al gluten y técnicamente es un milagro que está viva porque nació prematura. Debido a Mishell mi casa siempre debe estar impecable, lo cual es un trabajo extra luego del restaurante.
El más pequeño es Matías, tiene 5 años. Matías es experto en causar problemas en la casa y como es muy escurridizo siempre mete a todos en problemas, como la última vez que fuimos a la playa y no tardo en perderse (de nosotros) para ir al quiosco de helados a comer todo lo que podía, para luego dejarnos con una cuenta mayor a 2 mil pesos.
Amo a mis hijos pero nunca puedo hablar con nadie de estas cosas, porque ante los ojos de cualquier persona una madre siempre debe amar a sus hijos y las quejas no están bien vistas. Si le cuentas a una amiga comienza a persuadirte sobre los aspectos positivos de la maternidad cuando ni siquiera le pediste esos comentarios y simplemente querías expresar tu sentir, está claro que con los familiares pasa lo mismo, entonces ni hablar de ellos y con mi esposo es un constante “Son tus hijos Isela, ámalos como tal”, como si no fuera obvio que los amara.
Me levanto, tomo un baño y me despido de mi esposo. Por negocios debe viajar al DF por 4 días, cuatro largos y agotadores días en los que los quehaceres de la casa recaen en mí.
-Llamaré a la agencia, no podre con la limpieza yo sola.
Le digo mientras termino de maquillarme y a través del espejo veo su gesto, hace una media mueca pero asiente con la cabeza. Me siento más aliviada.
Al llegar a la cocina encuentro a Matías buscando en la alacena algo para iniciar el día.
-¿Algo en especial que desees para el lonche?
No me responde pues su boca ya se encuentra triturando su cereal favorito atascado de azúcar, Mishell ya porta el uniforme del colegio en cuanto llega y su hermano mayor me mira de reojo, pues trae el celular en la mano.
Despedimos a papá y Matías comienza a llorar, su hermano lo abraza y consuela.
Odio los viajes de negocio de mi esposo, no me gusta quedarme sola con los niños, siento que no hay manera alguna de animarlos por el hecho de que papá no está y competimos por quien lo extraña más.
Luego de dejar a los niños en el colegio mi día comienza, desde que llego al Restaurante el olor a café recién hecho me abraza fuertemente, es uno de mis aromas favoritos, a pesar que no tolero ni una sola gota del mismo. Voy saludando a todos y recordando los pendientes del día, soy la chef a cargo, pues soy suplente del principal cuando este se ausenta y esta semana casualmente se siente enfermo de influenza, no me enoja, pero eso hace que mis días laborales sean el doble de cansados.
Cuando el Restaurante abre, el show comienza, pasando las 3pm aún no logramos liberarnos para comer, entonces decido descansar a todos de uno en uno para no dejar caer el ánimo por la falta de alimento. Cuando es mi turno para comer ya el reloj marca las 5pm, todos comienzan a limpiar su área de trabajo pues debemos dejar todo listo para el turno de la noche.
Aunque el trabajo fuerte termina a las 5pm debo quedarme con el encargado de cocina fría y caliente a revisar la alacena y decidir si los insumos son suficientes para mañana. Entrego la cocina al Sub chef de la noche pasando las 7pm y me dirijo a casa.
En la última avenida, antes de dar vuelta para mi domicilio, debo respetar un alto, mi mirada queda perdida entre los transeúntes que cruzan lentamente, pues al igual que yo, regresan de un largo día de trabajo pero uno de ellos me despierta de la monotonía, un hombre joven de entre 30 y 35 años quien fuma un cigarrillo, tiene el cabello corto y castaño. No logro verle bien, pues cruza de prisa, pero me hace recordar a Benito. Bajo corriendo del auto para intentar hablarle, pero el sonido lastimero de un claxon me detiene; el semáforo ha cambiado a verde y debo regresar a mi auto.
En todo el camino faltante hasta mi casa pienso en ese hombre, será que es Benito o mis repetidos sueños con él me hacen pensar cosas que no son. Estos últimos días he soñado con él 3 veces, en todas esas veces estamos en el jardín de niños, jugando, como nunca lo hicimos.
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Editado: 23.09.2020