Isla del Encanto

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Natalie estuvo a punto de quedarse dormida para el momento en que escuchó la puerta. Esta se abrió y detrás apareció el hombre de la máscara seguido por Michelle. Pero lo que la muchacha de los ojos verdes y el cabello naranja vio, no le gustó para nada. Su amiga ya no llevaba el vestido lila que tanto las había ayudado, su cuerpo solo la cubría un pequeño traje de baño de dos piezas, tenía raspaduras por todos lados, y sus manos estaban atadas a su espalda. Se veía asustada, cansada, y parecía haber llorado. La miró a los ojos y trató de brindarle una sonrisa, la cual no fue devuelta por los labios de la muchacha de los ojos azules, quien desvió su mirada hacia la bandeja con sobras de comida que reposaba sobre una de las mesas. Era evidente, por la forma en que miró los platos vacíos, que estaba muriendo de ganas por tener algo de comer. El hombre de la máscara la llevó hasta la pared del fondo de la habitación y con un ademán de la mano le indicó que no se moviera de allí.

–Les recuerdo que no quiero que hablen entre ustedes, solo pueden hablarme a mí –dijo el hombre al mismo tiempo que se paraba frente a la única puerta de la habitación.

–Creo que Michelle tiene hambre –dijo Natalie llevando su mirada desde el rostro de su amiga a la máscara de su captor.

–Puede ser, pero creo que no merece comer nada; tuvo la oportunidad de ser libre, pero la desaprovechó…

–Nosotras no hemos cometido ningún crimen, ni le hemos hecho mal a nadie para que nos tenga aquí secuestradas –fueron las primeras palabras de Michelle.

–Ella tiene razón, ¿qué es lo que quiere de nosotras?

–No les quiero hacer daño, si así fuera, ya se lo hubiera hecho.

–¿No le parece suficiente tenerme en ese cuarto oscuro amarrada a un tubo y sin nada de comer?

–Eres impetuosa, Michelle, y no quiero arriesgar a que dañes algo que he venido planeando desde hace mucho –dijo el hombre de la máscara mientras meneaba la cabeza lentamente.

–¿Entonces Michelle no tiene las comodidades que yo he tenido? –preguntó Natalie asegurándose de que sus ojos estuvieran enfocados en los de su captor.

–Creo que no, digamos que tú estás en primera clase y que ella está en tercera clase…

–¿Pero por qué la trata así?

–Si me dejaran hablar, podría empezar a explicarles las razones por las que nos encontramos aquí.

Las dos muchachas se miraron y guardaron silencio.

–Primero les tengo que decir que el resultado de todo esto dependerá de ti –dijo el hombre de la máscara dirigiendo su mirada a Natalie.

–¿Por qué de mí?

–Natalie, de ustedes dos, o más bien debería decir, de ustedes tres, y eso incluya a Nicole, la muchacha rubia vestida de blanco, solo tú me puedes ayudar –el hombre tomó una pausa para mirar a sus captivas por algunos segundos mientras daba la impresión de estar analizándolas–. Tus ojos verdes y la belleza de tu rostro te convierten en alguien especial… En alguien que puede ayudarme a romper el hechizo…

–¿De qué está hablando? –Natalie sintió que estaba ante la presencia de un lunático.

–La única manera de romperlo, es que tú decidas ayudarme a hacerlo…

–No soy una bruja, ni tengo ninguna clase de poderes y tampoco creo en nada de eso.

–Si no crees en nada, ¿cómo explicarías los poderes que recibió tu amiga?

Natalie volvió a mirar a Michelle, quien cada vez lucía más nerviosa, antes de responder.

–No lo sé, creo que tuvo algo que ver con ese vestido con que andaba, pero no estoy segura…, yo también me lo puse y no tuvo ningún efecto en mí.

–Exacto… Pero no fue solo el vestido, también fue el bebedizo que le di cuando ella estaba inconsciente, debes tener las dos cosas para que el vestido produzca el efecto necesario.

–¿Y eso era un hechizo? –preguntó Natalie.

–Sí, podríamos decir que sí. Es un bebedizo hecho de la mezcla de varias plantas, la más conocida de ellas la hoja de coca. Tienes que sembrarla cuando la luna se encuentra en cuarto creciente y cultivarlas en noches de luna llena, solo así producen el efecto deseado.

–¿Entonces usted es un brujo? –preguntó Michelle.




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