Itori: Recuerdos Perdidos

Primera Parte: Isalia

      Recuerdo muy poco de mi vida anterior hasta ese momento, para mí, aquel fue el inicio de todo; acababa de cumplir cinco años cuando Josefina, mi tía, quien había cuidado de mí durante el último año, me llevó hasta un lugar desconocido alejado de la ciudad: las paredes de piedra medían alrededor de tres metros que desde mi pequeña estatura parecía mucho más inmensa; sentía el miedo punzando en mi pecho, así que apreté su mano en busca de consuelo, ella se detuvo un instante antes de llamar a la puerta, y tras mirarme por varios segundos dijo:

       —Isalia. —dijo con voz temblorosa— Este será tu nuevo hogar. —Yo la miré aterrada, jalé de su mano negándome a entrar.

      Pero al final mi esfuerzo no sirvió de mucho, Josefina se detuvo un momento para hablar con una de las monjas que parecía ser la encargada. Las miré de reojo tratando de contener mis lágrimas, el miedo y el coraje me embargaron, después de algunos minutos Josefina regresó conmigo, esta vez se agachó hasta mi altura, me abrazó sin decir nada, mis piernas temblaban de miedo al tiempo que ella se levantaba y arreglaba su vestido; volví a tomar su mano para detenerla, mi corazón latía tan fuerte que retumbaba en mi cabeza.

      —¿Volverás?­ —pregunté en un susurro.

      —Volveré antes de que te des cuenta y te compraré uno de esos chocolates que te gustan, así que pórtate bien —respondió ella sin darse la vuelta mientras su voz se apagaba en cada frase.

      Aquel nuevo hogar en el que mi tía me dejó me aterraba enormemente, las paredes grisáceas y los jardines moribundos le daban un aspecto lúgubre al lugar, un par de columpios se veían casi al fondo, varios niños corrían cerca de allí jugando a las atrapadas.

      El orfanato Petralva estaba compuesto por tres edificios de tres plantas cada uno, los dos más grandes era en donde dormían los niños y el tercero era administrado por las monjas, las paredes viejas y llenas de humedad habían tenido sus mejores años hacía ya un tiempo, pero pese a su aspecto deteriorado no habían planes de implementar mejoras, esto no era algo exclusivo del orfanato, en toda la ciudad había empezado a escasear los alimentos durante los últimos meses, muchos culpaban a las guerras en los reinos vecinos, otros tantos decían que los dioses estaban enfadados con nosotros argumentando que las lluvias se habían detenido a causa de ello, cual fuera el motivo real la consecuencia era la misma: los campos estaban secos y la hambruna gobernaba en todo el reino.

      Al principio intenté hablarles a las niñas con las que compartía habitación, la mayoría de ellas ya habían cumplido y superaban los diez años, así que preferían jugar entre ellas y hablar de otras cosas; y tras varios intentos fallidos terminé por aislarme, me convertí en un fantasma a su alrededor; producto del insomnio se me hizo costumbre escaparme por las noches y trepar hasta el tejado para mirar las estrellas, muchas veces caía rendida por el cansancio y amanecía en ese lugar, después de todo mis compañeras de habitación apenas notaban mi presencia, así que no habían muchos problemas si desaparecía.

      Los primeros meses fueron muy difíciles, constantemente me quedaba mirando hacia las puertas del orfanato con la esperanza de que Josefina volviera por mí, eso nunca pasó, así que poco a poco fui haciéndome a la idea de que no la vería nunca más.

      El tiempo siguió y pronto ya había transcurrido alrededor de un año de mi llegada, parecía que nada cambiaría para mí, pero de pronto, en un día como cualquier otro un nuevo niño llegó al orfanato; se veía pequeño, caminaba con la mirada hacia el suelo, parecía muy asustado, pero no lloró ni volteó a despedirse del hombre con el que había venido, durante los siguientes días fue molestado por otros niños mayores que él, pero pese a los golpes que recibió, nunca emitió ningún grito ni queja, lo que instaba que siguieran molestándole para obligarlo a hablar. A pesar de todo yo guardaba distancia con el recién llegado, ni si quiera sabía su nombre, solo el apodo con el que lo llamaban los otros niños de manera despectiva: cara de sapo.

La falta de lluvias se prolongó demasiado lo que conllevaba a que cualquier pieza de alimento fuera tratado con un increíble valor, pero debido a ello muchos chicos mayores golpeaban y amenazaban a otros para robarles su porción de comida; aquel niño al que llamaban cara de sapo era uno de ellos, yo también lo había sufrido por un tiempo, pero había aprendido a esconderme durante los recreos y ocultar mi comida; pero él solía sentarse a los pies del árbol seco que estaba en el medio del patio, comía ahí despreocupadamente, no pasaba mucho tiempo hasta que uno de los chicos mayores fuera por él, y después de golpearlo le robaban la pieza de pan de su mano.

      No sabía quién era, no tenía por qué importarme, no dejaba de repetirme lo mismo, pero, él parecía completamente perdido, así que no pude evitarlo.

      —Ven conmigo. ­—Lo tomé del brazo, corrimos hacia un rincón atrás del tercer edificio, donde dormían las monjas. La mayoría de niños no se atrevían a acercarse a ese lugar, por lo que se había convertido en mi refugio secreto.

      —¡Por qué te quedas ahí esperándolos en el árbol! ­—exclamé un poco molesta procurando contener mi voz para no alertar a nadie; él no contestó y mantuvo la mirada en el suelo.

      Lo miré lanzándole un puchero con fastidio, después de todo le había salvado de aquellos niños, pero él seguía ignorándome. Entonces escuché unos pasos acercándose. ¿Cómo era posible? ¿Acaso nos habían visto?, como sea ya no importaba, me apresuré a esconderme tras un par de arbustos secos rogando para que no me descubrieran.

      ­—¡Escóndete! —le advertí en un susurro, pero él permaneció en el mismo lugar totalmente inmóvil, si que era extraño.

      —Así que aquí estabas, te dije que nos esperaras en el árbol —­dijo Jason amenazante, el mayor de todos; los otros dos chicos que lo acompañaban se unieron a él y lo acorralaron. Yo miraba la escena desde una esquina, estaba asustada y me temblaban las piernas; entonces observé el rostro de él, los mechones rubios de su cabello tapaban sus ojos, pero pude ver como mordía sus labios con tal fuerza que empezó a sangrar desde una comisura.



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En el texto hay: reencarnaciones, drama, promesas

Editado: 09.09.2024

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