¿Cómo un ligero pensamiento había crecido hasta convertirse en un monstruo? ¿Por qué el eco de sus palabras retumbaba tan fuerte?
Todo empezó aquella vez cuando tenía cuatro años, mis recuerdos son borrosos, pero las emociones se mantuvieron fuertes.
Un frio feroz atravesaba mis huesos, mi pequeño cuerpo dolía tanto que era imposible callar mis gritos, me recosté sobre el tronco de un árbol en busca de un poco de calor; habíamos ido a visitar a una tía lejana a un pequeño pueblo en el sur que estaba ubicado en medio de un bosque, permanecí en ese lugar durante varias horas, creí que moriría, pero solo era el comienzo.
Me encontraron ocho horas después, todos en el pueblo habían salido en mi búsqueda, recuerdo el rostro de mi madre, tenía el cabello alborotado, las mejillas rojas y los ojos cansados; cuando me vio suspiró aliviada, aunque casi enseguida empezó a gritarme y siguió reclamándome un poco más durante el camino, pero las desgracias no acabaron ahí, cuando estábamos a un kilómetro de distancia se divisó una columna de humo, el pueblo se incendió consumiendo casi un tercio de él, nunca se supo que lo provocó, pero un rumor se esparció más rápido que las llamas: "Esa niña está maldita", "todo esto es su culpa"
Después de todo era un pequeño pueblo dedicado a las supersticiones y devoto al culto a los dioses, cualquier alteración era sinónimo de alarma y en aquella ocasión fui yo, tuvimos que abandonar el lugar ese mismo día, mi madre que estaba embarazada de mi hermana menor no lo tomó de la mejor manera y ocasionó un escándalo a nuestra salida, tal había sido su coraje que entro en labor de parto antes de lo previsto, por lo que tuvo que ser atendida de emergencia en el pueblo más cercano, pero las desgracias aun no terminaban, la pequeña Lucy enfermó en los dias posteriores, la preocupación nos mantuvo en vilo hasta su recuperación, pero entonces una noche ella me miró fijamente y dijo: Maldita sea mi suerte por haber tenido a una hija como tú, la peste causa menos desgracias a su paso.
Los años pasaron e incidentes como ese volvieron a repetirse; las palabras de mi madre no dejaban de retumbar en mi cabeza, traté de ignorarlo, pero en silencio iba perdiendo la batalla con cada enfrentamiento, mientras aquel monstruo no hacía más que crecer.
Cuando tenía doce años enfermé durante varios días, madre me llevó a un hospital y papá dejó su trabajo en la fábrica y nos acompañó, dejaron a Lucy al cuidado de una vecina; no recuerdo su nombre, tal vez Rita, o Rosa, como fuera eso no importa, era pasada la madrugada, yo estaba recostada en la cama, pero no podía dormir; entonces, repentinamente alguien entró azotando la puerta.
—¡Lucy! —gritó asustado.
En seguida ambos se pararon y abandonaron la habitación, sentí una sensación oprimiendo mi pecho y me desesperé por abrir los ojos, pero la pesadez de mis párpados me lo impidió, aun así no me rendí y traté de mover mi cuerpo con todas mis fuerzas, no sé el tiempo que pasó en medio, pero cuando finalmente lo logré era de día, mi cuerpo se sentía completamente recuperado, la fiebre que me había atormentado durante días desapareció en un instante; entonces no pensé en lo extraño que eso era; me incorporé y escapé del hospital, corrí a casa lo más rápido que pude.
Un grupo de alrededor de treinta personas rodeaba nuestra casa, el miedo y el desconcierto palpitaba en mi mente, sospechaba lo peor, pero aún conservaba una pequeña esperanza de que mis pensamientos no fueran verdad.
Mamá lloraba desconsolada mientras era tranquilizada por todos los presentes, papá por otro lado tenía la mirada completamente vacía. Ese día lo cambió todo para nosotros.
"Cayó en el pozo", "estaba muy oscuro y no la vimos hasta que fue demasiado tarde". Eso fue lo que dijeron todos respecto al incidente; más en el día del entierro, luego de despedirnos de Lucy, madre me miró fijamente con los ojos cargados de ira, no dijo ninguna palabra, pero a pesar de ello yo aún escuchaba el eco de su voz retumbando. Ella no era la única, papá nunca me echó la culpa directamente, pero a partir de ese día note cada vez más su ausencia.
La fragilidad de nuestra familia se rompió, fingíamos que no había pasado nada, pero en las reuniones y comidas el silencio también se sentaba a la mesa. Las ocasiones en las que este se interrumpía los gritos inundaban el ambiente, esa era mi cotidianidad.
¿Cómo podía haber aguantado durante todos estos años? Definitivamente hay algo mal conmigo, no tiene sentido seguir negándolo ahora. ¿Qué se supone que haga? ¿Tengo que hacer algo...?
—Señorita, señorita... Señorita, ¿se encuentra bien?
¡Que tengo que hacer para que se vaya! No sé qué hacer...
—Señorita, ¿Necesita ayuda?
—¿Hermano? ¿qué está pasando?
—¿Qué haces aquí? Te dije que te quedaras escondido.
—No puedo, algo está pasando, lo sé, puedo sentirlo.
—Tenemos que irnos.
—Espera, ¿vas a dejarla ahí?
—Estará bien, alguien más vendrá a ayudarla. Apúrate, tenemos que irnos antes de que alguien nos vea.
¿Quién está ahí? ¿Quién eres? ¡Espera!
—¡Tay! Que alivio verte, estaba preocupado, qué haces en medio de la nada, no puedes irte sin avisar. ¿Tay? —pregunto Leo con la respiración agitada.
—¿Viste a alguien más por aquí? —le pregunto ansiosa ignorando sus reproches
—No, no sé si lo notaste, pero no hay nada al rededor, cómo puedes dejar el campamento sin decir nada, es peligroso —Leo siguió con sus amonestaciones.
Definitivamente alguien más había estado conmigo, pero entonces por qué no podía recordarlo, sé que estaba ahí, fue tan real para habérmelo imaginado. Mi cabeza era un caos solo unos instantes atrás, y repentinamente todo se fue, no podía ser coincidencia.
—¿Tay? ¿Me estás escuchando? ¿A dónde vas? ¡Tay!
—Tengo que encontrarlo... Esa voz, la conozco.